Javier Milei ha sacudido la escena electoral por sus planteamientos disruptivos, provocadores y violentos nada menos que el mismo año que Argentina pretende celebrar los 40 años ininterrumpidos de funcionamiento del sistema democrático. Al analizar este fenómeno en detalle se puede ver que, detrás de su tono novedoso, aparecen demandas tradicionales de los mismos actores de siempre. 

Una primera propuesta es no detenerse demasiado en la biografía del sujeto - por aquello de la “ilusión biográfica” de Pierre Bourdieu- y tratar de discernir las facetas que componen al personaje co-construído entre el propio Javier Milei y las fuerzas políticas, sociales y económicas que él representa. En otras palabras, interesarse menos en los elementos subjetivos aportados por la persona en la construcción del producto mediático-electoral y más en los aspectos que remiten a tendencias estructurales de la realidad económica y social del país.

Analizando en primera instancia el plano económico de sus propuestas, Milei aparece como el producto más acabado de las fuerzas políticas que representan a los poderes fácticos que hunden sus raíces en los inicios de la historia económica de la Nación. Es decir, sus propuestas económicas no parecen desentonar con los intereses del complejo agroexportador actual en el cual hay que reconocer los antecedentes en la vieja oligarquía pampeana. 

Vale la pena recordar que la posición cuasi monopólica respecto al comercio exterior y, consecuentemente, a la oferta de divisas para la economía doméstica, ha sostenido el poder de veto de esta fracción de la clase dominante frente a las intenciones distribucionistas del Estado desde los inicios de la historia nacional.

La economía bimonetaria del presente y un potencial escenario de dolarización total de la economía no parecen ser problemáticos para los sectores productores de los históricos bienes transables de la economía criolla. Su molestia, como antaño, es con el fastidioso Estado, que en específicos períodos y en virtud de particulares coaliciones políticas, se ha atrevido a imponer intervenciones regulacionistas de las ganancias producidas por la inserción internacional de los exportadores agropecuarios. 

No resulta novedosa entonces la diatriba antiestatista repetida y reafirmada por el candidato en el reciente debate de candidatos presidenciales. En definitiva, cerrar el Banco Central es recuperar los patrones de funcionamiento del período clásico del modelo agroexportador pampeano hasta la crisis de 1929-30. Habría que ver cómo imagina la restricción electoral de las mayorías populares y la versión en clave de siglo XXI de la Ley de Residencia y de Defensa Social.

Los mismos de siempre

En perspectiva histórica, la radicalidad de las propuestas de Javier Milei forma parte del proyecto de país que los sectores dominantes de la Argentina llevaron adelante entre 1860 y 1930 y han pretendido reinstalar en diferentes momentos de la historia. 

Los intentos de reimplantar el modelo primario agroexportador han conocido distintas etapas con metodologías diversas: el terrorismo de Estado desde 1976 a 1983, la cooptación política de los partidos mayoritarios desde 1989 a 2001 y el partido político de clase desde 2015 a 2019. 

Este presente de una economía bimonetaria acuciada por una deuda externa insostenible bajo la extorsión de los sectores exportadores primarios es el resultado de la acción política de los factores de poder históricos del país. Al mismo tiempo, es consecuencia de la impotencia del sistema democrático de incidir en el proceso de acumulación capitalista subordinado a los centros mundiales llevado adelante por las clases dominantes. 

Esta configuración económica es la que ha conducido a la profunda transformación de la estructura social argentina de los últimos 47 años. Los niveles de pobreza e indigencia son producto de un fragmentado mercado de trabajo que presenta una imparable tendencia al crecimiento de la informalidad y el cuentapropismo. 

En este marco, las condiciones materiales de existencia que tienen que enfrentar los millones de argentinos y argentinas para proveerse un ingreso se encuentran cada vez más alejadas de relaciones salariales reguladas y protegidas por el Estado. Las propuestas de Milei para enfrentar estas problemáticas se basan en la mercantilización, la individualización y la privatización de las intervenciones estatales. 

Si corriéramos la hojarasca de los exabruptos y no nos detuviéramos en las particularidades biográficas del personaje: ¿Cuáles son las diferencias con las propuestas sostenidas por el expresidente Macri y la actual candidata Patricia Bullrich? 

Parecen ser graduaciones de un mismo recetario del que Milei es el producto más exitoso para el formato audiovisual de los 60 segundos de TikTok. En esta encrucijada política que aparece como definitiva para el futuro de millones de argentinas y argentinos, los sectores dominantes apelan a candidatos como sacados de una mamushka; formateados en la misma matriz ideológica, pero con sus particulares ribetes que los hacen más o menos competitivos de acuerdo a sus virtudes histriónicas y peligrosamente agresivas. En esta línea, podría afirmarse también que el personaje encarnado por Javier Milei explota hasta el paroxismo la farandulización de la escena política iniciada en la década del noventa por Carlos Menem y restituida por Mauricio Macri en los años recientes.

La rebeldía libertaria

¿Qué es lo nuevo en Milei, si su recetario económico huele a rancio liberalismo antiestatal e individualista? Destacados colegas han mostrado el efecto disruptivo que interpela a sectores juveniles a partir de gestualidades y estéticas cuidadosamente estudiadas. ¿Pero por qué parte de la rebeldía juvenil se ha canalizado en este candidato mediático que desempolva en forma extrema las vulgatas liberales? 

Resulta imprescindible pensar el éxito electoral del personaje como síntoma de la intersección de décadas de cuestionamiento simbólico del rol regulatorio del Estado con las dificultades de una buena parte de la clase política para comprender cabalmente las problemáticas concretas que sufren las mayorías populares. 

El desmantelamiento material y simbólico del rol regulatorio del Estado iniciado en 1976, profundizado en los noventa y relanzado con el macrismo, se ha entrecruzado con el “internismo palaciego” (Mario Wainfeld dixit) y alimenta la apatía política que forma parte del clima cultural de época. 

Quedaría por profundizar la enorme contribución que hacen al deterioro simbólico del Estado, la política y el sistema democrático las veleidades farandulescas y los casos de corrupción cuando provienen de representantes de la coalición política que pretende representar los intereses populares. 

Sin desconocer el tratamiento sesgado que los medios de comunicación concentrados tienen de estos casos, no parece atinado desconocer que el efecto simbólico que producen refuerza el sentido común dominante constituido a partir del “mapa cognitivo” del neoliberalismo hegemónico. En este sentido es que es posible pensar la productividad del calificativo de “casta” utilizado por el personaje mediático devenido candidato que ahora podemos comprobar no es tan “outsider” como se presentaba en un principio.

Podría pensarse también que otro aspecto de la productividad electoral de su discurso antiestatista e individualista reside en que logra interpelar a muchos sujetos de los sectores populares que despliegan sus prácticas de subsistencia en el marco de la precarización del mundo informal del trabajo alcanzados de forma intermitente por transferencias monetarias puntuales del Estado. 

Para estos millones de argentinos y argentinas para los cuales las regulaciones de la relación laboral y sus correspondientes beneficios de seguridad social son una quimera fuera de su horizonte de expectativas, las apelaciones individualistas “sintonizan” con la simbolización de sus prácticas materiales y permiten vehiculizar frustraciones y desencantos en dos objetos concretos y visibles: el Estado y la clase política. 

En consecuencia, el desafío político discursivo para derrotar electoralmente a este peligroso personaje es enorme en este contexto de condiciones materiales de existencia profundamente deterioradas. Debería encontrar el tono exacto que, alejado de la complacencia y reivindicación acrítica de la supuesta sabiduría popular, produzca alguna dosis de “encantamiento” con la posibilidad de un futuro colectivo como única condición de posibilidad para un despliegue de las libertades personales y de la vida en común de manera democrática.

* Sociólogo, Docente/Investigador UNCuyo