El túnel Guayasamin, llamado así en memoria al célebre pintor y muralista ecuatoriano, funciona como una autopista indetenible de madrugada. Denis --el taxista-- cuenta que después de las 12 de la noche nadie se detiene en los semáforos. Allá por los años '90, esto empezó a hacerse costumbre en Río de Janeiro y San Pablo. La modalidad se extendió como el magma de un volcán por Sudamérica. Quito no es la excepción. 

La inseguridad es la prueba de que ni el dólar, ni la selección de fútbol que ahora dirige el español Félix Sánchez, ni otros padecimientos cotidianos, dominan las conversaciones: el gran tema es la posibilidad de caer en la volteada en una calle oscura y sin testigos. "Guayaquil es mucho más peligrosa que Quito, aunque igual, acá nadie para muy tarde ante un semáforo en rojo. Por eso también hay muchos choques..." cuenta el taxista. 

La noche funciona como un disuasivo colosal. Es una pena. Porque Quito, fundada a 2.850 m.s.n.m. en 1534 y sobre las ruinas de una ciudad inca, tiene el centro histórico mejor conservado de América Latina toda. La UNESCO lo declaró Patrimonio Cultural de la Humanidad el 8 de septiembre de 1978. Obras del barroco como los monasterios de San Francisco y Santo Domingo, las iglesias de La Compañía de Jesús y La Merced, el Santuario de Guápulo o la Recoleta de San Diego, se destacan en esta capital colorida donde conviven un patrimonio universal bien conservado, con las pulsaciones y el dilema instalado de qué hacer con la inseguridad.