Codeudoras, ores y oros, compatriotas, compañeres, correligionariex, camaradis, hermanes en la argentinité:
Falta solamente una semana y un día para que emitamos el sufragio que nos permita seguir respirando aunque el agua nos llegue al cogote, o bien nos mande definitivamente al paraíso fiscal, que se parece bastante a un infierno terrenal donde las penas serán de nosotros solamente si podemos pagarlas, y las vaquitas serán definitivamente ajenas, aunque igualmente tendremos que pagarlas.
Y eso, lectóribus, angústiame (lo pongo así porque una psicóloga me recomendó decir todo en esdrújulas para distraerme y no ponerme ansioso). ¿Acaso a usted no? ¿No? ¿¡No!? ¡No…, no me mienta, que hace lustros que nos conocemos!
Podría usted decirme, y no estaría faltando a la verdad, que me estoy adelantando a los acontecimientos, ya que es harto probable que el 22 de octubre a la noche, mientras trozo mi pastel de papas acompañado por gente querida e igualmente ansiosa, nada se defina, y haya dos contendientes, más o menos ya delineados, que cuatro semanas después definirán la situación en un “cara a cara”, “frente a frente”, salbalotajemente. Y que, si llegan a ir a penales, no me olvide de que Massa se llama Sergio, igual que Romero, así que algo de atajar penales debe saber.
Por más razonable que fuera su argumento, querido lector, le agradezco el intento de ansiolitizarme, pero no es efectivo, solamente me provoca un delay, un “postergatorio”, una procrastinación, un “prorroguemos” que no hace más que aumentar la cotización de mi angustia, que por supuesto mantendré en pesos, por más que el maligno sedicente libertario, el leviatán de las finanzas, el mefistófeles que nos quiere faustos, el lucifer de la injusticia social, me quiera tentar con un váucher válido por una sesión de psicoanálisis cotizable en dólares lacanianos, que se diferencia de los otros en que en vez de ser ilegales son imaginarios. El dólar freudiano, por su parte, es inconsciente.
Así las cosas, no dudo –como tampoco de mi voto– de llamar con necesidad y urgencia al Licenciado A.
Me atiende –no esperaba otra cosa– su contestador automático.
–Hola, Rudy –dice la voz–. Sé que es usted porque siempre que suena mi teléfono a esta hora es usted; mis otros pacientes ya están durmiendo, o dándose la cabeza contra la pared preguntándose cómo es posible que haya tanta gente que se odie a sí misma y vote a Javier Milucha o a Patricia Faizer. En este momento no puedo atenderlo, porque yo mismo me estoy dando la cabeza contra la pared porque mi propio analista no pudo atenderme, ya que estaba dándose la cabeza contra la pared, con tan mala suerte que se golpeó contra el retrato de Freud y se llenó de culpa neurótica. Si quiere saber por qué nos pasa esto a los argentinos, mejor llame a un psiquiatra, que tampoco va a saber los motivos, pero alguna pildorita le va a tirar. Si en cambio está usted de lo más tranquilo, hágame el favor de llamar al psiquiatra ya mismo.
Me puse a pensar y me agarró la paranoia. "¡Claro!", me dije, "¡si ganan los libertarios es que estamos todos locos, y los laboratorios se van a hacer la grande vendiendo neurolépticos en cucharones! Además, dicen por ahí que muchos de sus votantes son jóvenes, así que tienen asegurada la venta por décadas. Pero esos jóvenes no van a tener ni un washington partido por la mitad, así que se los va a tener que facilitar el Estado. ¡Pero no va a haber más Estado!, así que los laboratorios se van a tener que meter los neurolépticos en el mismo lugar del cuerpo donde, según Milucha, se producen los pesos nuestros.
–¡Ja! –me reí. Y al segundo siguiente me pregunté de qué me estaba riendo. Posteé una frase en mis redes: “El que apuesta al dólar apuesta a J. M.” y va a perder por los dos lados, y un troll de esos que nunca sobran me sugirió que comprara polenta porque, si no, “no vas a tener qué comer, peroncho”. Le agradecí la sugerencia y le expliqué amablemente que yo ya la había comprado, y que le aconsejaba hacer lo mismo, porque si ganaba Milucha ni polenta iba a conseguir. De hecho, su propio candidato a alcalde ya lo hizo, aunque en vez de polenta compró latas de atún. Sobre gustos…
Pasan las horas, los minutos, los segundos, y no puedo creer que haya argentinos, argentinas, argentines, argentinex que no se den cuenta de que “el cambio” puede ser para mal, que quien atenta contra nuestra moneda atenta contra nuestro país, que el dólar blue es igualmente ilegal que cualquier sustancia tóxica cuyo precio jamás saldría en los diarios, que aunque crea que no tiene nada que perder, tiene, tiene… y ojalá no deba comprobarlo.
Mejor me pongo a pensar en el pastel de papas, por un ratito.
Y sugiero al lector acompañar esta columna con el video “Kumpas 100x 100” de Rudy-Sanz: