El entorno no es simplemente un decorado que rodea a las personas en sus quehaceres díarios, es mucho más que eso y así lo demuestra Pilar Mori en su propuesta “La memoria de agua”, que se inauguró el jueves último y puede visitarse hasta 31 de enero en el Complejo Museológico Explora Salta - Casa diseño Arias Rengel, ubicado en La Florida 20.
Mari, quien desde hace siete años vive en Payogasta, en el Valle Calchaquí, ha residido en diferentes lugares del país en búsqueda de la diversidad cultural; asegura que se nutre de las imágenes que le proporciona el universo que la circunda en su taller, situado frente al Nevado de Cachi. Allí busca inspiración en los paisajes del Valle, al igual que en las tradiciones y costumbres.
Sobre este particular proyecto, abierto a la comunidad, dialoga con Salta/12 y confiesa que es una ferviente admiradora de la cerámica arqueológica.
-Te dedicás a la cerámica y desde hace siete años habitás en el valle Calchaquí ¿ha influido ese entorno en tu proceso creativo?
-Sí, completamente. Este entorno me fue marcando un camino. Digo completamente porque no sólo influenció en mi proceso creativo, sino en mí como persona que elige vivir en un entorno tan natural, donde se ven claramente los ciclos de las estaciones y donde uno no se siente aislado a ese ciclo. Entonces el proceso creativo se va gestando con esta naturaleza y desde ella. Mis piezas están inspiradas en el algarrobo, en su flores, en las abejas que las polinizan, en los loros que se posan en los cables o en las jarillas, en las personas que habitan este valle, en el Nevado de Cachi.
-Has residido en diferentes lugares del país en búsqueda de la diversidad cultural ¿cuál ha sido el hallazgo de tu nomadismo?
-En un país tan enorme y tan distinto… creo que el primer hallazgo es descubrir diferentes aspectos de una misma. De una punta a la otra de nuestro país todo cambia mucho: las comidas, la forma de vivir que va de la mano con el clima, los trabajos, las relaciones con las familias o amigos, los tiempos. Saber adaptarse y aprender a vivir en cada lugar; y a la vez involucrarse con ese entorno, es un desafío que siempre disfruté. Además, en todos los destinos hice grandes amistades que me acompañan hasta el día de hoy. Más allá de los hermosos paisajes, el aspecto humano siempre ganó a lo imaginado y aprendí mucho de las personas.
-En el Instituto Condorhuasi aprendiste a hacer los filtros de agua descontaminantes. ¿En qué consiste ese proceso y por qué lo utilizás?
-El Instituto Condorhuasi fue para mí un gran lugar de aprendizaje. Me enseñaron a hacer los filtros, a hacer mi propio horno, además de esmaltes, pastas. Es decir, el oficio completo. Y también, a comprender en profundidad la cerámica arqueológica que desde siempre me conmovió. Con respecto a los filtros descontaminantes, fui descubriendo de a poco su valor. Entender la importancia del cuidado del agua y evitar el uso del plástico se volvió cada vez más claro para mi. Los filtros están hechos de arcilla blanca, arena y aserrín. Cuando se hornean, el aserrín se quema dejando la porosidad necesaria para que el agua vaya pasando de a poco y descontaminándose de metales y bacterias. Hace años estos filtros se usaban en el Valle Calchaquí y en lugares del país. Muchas veces llegan a mi taller y me cuentan historias de infancia asociadas a los filtros. Ahi tambien hay una memoria.
-La muestra “La memoria del agua” es una presentación de piezas cerámicas donde se involucran los cuatro elementos de la naturaleza ¿Cómo describirías a cada uno de ellos?
-En la cerámica cada elemento está presente. Primero pensamos en la tierra, pero sin agua la tierra no puede ser modelada. Ahí podemos comenzar a construir una historia, pero luego el fuego, junto con el aire que lo transporta, es determinante porque transforma a esa pieza de barro en cerámica. La transforma íntimamente, como abrazándola, en profundidad. De hecho deja de ser lo que era. La arcilla es un silicato de alúmina hidratado, a los 600° el agua de la composición química se evapora por lo que pasa a transformarse en cerámica. Es por eso que cuando caminás por el valle Calchaquí podés encontrar pequeños pedazos de cerámica, que fueron antiguas vasijas que volverán a ser tierra cuando el tiempo las termine de erosionar. Cuando trabajás con estos materiales tan presentes en tu vida, también te vas transformando con cada pieza.
-En esta oportunidad hacés un homenaje al agua como elemento que guarda las memorias de los pueblos, y que está presente en cada una de las piezas cerámicas, ¿cuáles son los secretos o los detalles de esa memoria ancestral?
-El agua guarda el conocimiento, nuestra memoria, No solamente en nuestro cuerpo sino que el planeta guarda su memoria en el agua. El agua es vida, puede cambiar su estado, adaptarse. Todos venimos del agua, es el comienzo. Nuestros antepasados ceramistas sabían que dependían del agua, en los diseños de vasijas encontrás la representación del agua, de los surcos de la tierra, que sin agua no habría alimentos. Claro que todos los elementos son importantes y necesarios, pero el agua en una pieza de cerámica deja su huella, su forma y se retira a tiempo para permitir que otra cosa suceda. Ese silencio y humildad me conmueve.
-Se exhiben once filtros descontaminantes de agua goteando dentro de vasijas andinas, en memoria la los pueblos alfareros que habitan el Valle Calchaquí Entonces, esta muestra rescata un legado olvidado o silenciado o cuál es tu objetivo con la exhibición?
-Con mucha alegría me permito acercar a las personas mi sentir del Valle Calchaquí, una tierra que guarda una forma de vida que parece detenida en el tiempo. En un mundo donde todo parece pasar demasiado rápido es una invitación a conectarnos con nuestros sentimientos más profundos. Todos tenemos una memoria del agua y conocerla nos permite ir hacia adelante con más libertad, con más amorosidad con los demás y sobre todo con nosotros mismos.
-También exponen piezas escultóricas y un mural ¿Cuáles son sus particularidades?
-Las piezas escultóricas son vasijas, algunas las llamo vasijas “andinas” porque son un homenaje a los pueblos ceramistas, grandes maestros de este oficio. Es mi mirada de admiración a los antiguos. Otras vasijas las llamo “Pachamama”. La Pachamama es nuestra madre tierra, en el Norte se venera todo el mes de agosto y se pide prosperidad en las cosechas y salud tanto para los animales como para las personas. Las vasijas Pachamamas son mis interpretaciones de los diferentes aspectos de esta tierra, por ejemplo: la Pachamama de los insectos, la Pachamanca del fuego, Pachamama lechuza del campanario, entre otras.
El mural lo llamo “Mural Chakana” la chakana es un símbolo muy presente en la cultura andina. También se la conoce como cruz escalonada o cruz andina. En lengua quechua quiere decir “escalera o puente”. A través de esas escaleras, la chakana nos invita a pasar a los diferentes mundos de la cosmovisión andina. El Uray Pacha o mundo de los ancestros, nuestro pasado, nuestra memoria y al Hanan Pacha, el mundo sangrado, nuestro propósito. Esta cruz tiene un agujero en el centro, un vacío, que representa el Kay Pacha o mundo presente. Personalmente la siento como un árbol o como un humano. Tenemos raíces, tenemos un mundo sagrado y también tenemos este presente, que lo respiramos como si fuéramos una vasija vacía. Este mural cuenta con doscientas chakanas colocadas en unión y expansión. Cada una es individual y única pero forma parte de un conjunto, de un todo.
-¿Por qué trabajás con la cerámica en este siglo de la velocidad y la primacía de lo digital, que es inasible?
-Es en el silencio y la serenidad donde encuentro un lugar donde construir, con toda la memoria y el entusiasmo. Porque más allá de los nuevos tiempos, seguimos siendo parte de esta tierra que se brinda generosa para nuestra expresiones, para descubrirnos, disfrutarnos y aprender a cuidarnos.