Con “Chinatown Battles”, uno de los íconos del groove patrio post 2000, la banda de funk Militantes del Clímax, prendió el festejo en el Escenario Temple. Si el Escenario Red Bull se le había adelantado un rato antes tras darle salida al segmento de música electrónica de su grilla, todavía quedaban por consumar su performance las dos fiestas encargadas de darle el cierre al evento: Remeneo y Corapa. Sin embargo, en esa instancia de la noche, el Festival Cultural Saldías ya se había anotado la mejor edición que organizó hasta ahora. Y es que cumplió con los objetivos que se planteó para esta vuelta. Aparte de instalarse en el imaginario de la música local como vitrina de la novedad artística, esta versión sirvió para amplificar su radio de acción hacia las diferentes movidas federales y para establecer un diálogo intergeneracional. Al menos tres progenies de grupos y solistas coexistieron en esta ocasión, sin que el relato perdiera coherencia.
Del medio centenar artistas que participaron el sábado, Massacre ocupó el lugar de figura histórica de la programación. Al igual que sucedió con otros próceres de la música nacional en años anteriores, entre los que destaca Fito Páez, la banda insignia del hardcore y sus géneros hermanos supo mimetizarse con la dialéctica contemporánea. De hecho, se los vio muy cómodos durante su incursión en el Escenario Temple, en el ocaso de la tarde. Tanto así que esa performance evocó sus primeros años en el under porteño. Tras arrancar con el grunge apocalíptico “Querida Eugenia”, los liderados por el vocalista Walas hilvanaron un repertorio fundamentado básicamente en sus últimos tres álbumes de estudio. Aunque para el cierre apelaron por uno de sus clásicos: “Plan B: Anhelo de satisfacción”. Previo a su ejecución, el frontman bajó línea: “Lo más importante en esta época es defender los derechos a la salud y a la educación”.
Antes de que apareciera en escena Massacre, uno de los principales atractivos de este capítulo del festival, por los tres escenarios erigidos en el Polo Cultural Saldías ya habían deambulado el grupo mendocino Pasado Verde, así como su paisano Alejo Kier (invitado revelación de los shows de Fito de este año en cancha de Vélez), en una de sus primeras fechas en solitario, tras la separación de su dupla Alejo y Valentín. También fue el debut en esta tertulia de estilos de Lopsis, novel representante del Zona Norte Sound: ese pop de tez afro que bien supieron patentar Bandalos Chinos, El Zar, 1915 y Silvestre y la Naranja. En tanto que el Escenario Temple lo estrenó a las 13 hs la cantante y compositora Clara Ballesteros, nieta de Oscar Anderle (coautor de los hits de Sandro) y dueña de una propuesta que pone a dialogar al folklore con el pop y el jazz. Siempre a través de una lectura novedosa. Y es que de tal palo…
Mientras todo esto sucedía en los escenarios ubicados en la calle, en el Red Bull, levantado en una especie de patio lateral, desfilaron estéticas sonoras que, si bien se perfilaban en su mayoría hacia lo urbano y lo electrónico, recibieron igualmente a artistas disruptivos. Eso lo dejó en evidencia la banda de surf rock Playa Nudista, de la misma forma que Fonso. Pese a que el cantante, compositor y productor del oeste del Conurbano bonaerense hace rato que superó la etapa de enfant terrible del indie de manufactura local, nunca perdió su capacidad para sorprender. Y para muestra estuvo el cierre de su show, marcado por ese galope oscuro propio de la contracultura berlinesa. Pero el premio a la revelación de la jornada fue a parar a manos de Lisandro Skar. El músico santafesino deslumbró con una actuación que mechaba el neologismo (a un tris del delirio) funk y R&B de los Kuryaki con un glamour latino a lo Juan Ingaramo.
Otra de las sensaciones de esta edición fue el trío Family Clan: todo un licencioso tornasol de estilos urbanos que oscilan del moombahton al R&B, pasando por el rap. Más o menos en el mismo horario se presentó una artista que dejó de ser recientemente el secreto mejor guardado de la nueva música nacional, especialmente a partir de la publicación de su álbum Vladi, en 2022. Juana Rozas, no obstante, tiene un gran umbral para el desconcierto. Lo puso a prueba en el Escenario Temple, así como su hyperpop de claro acento argentino. Si hay un adjetivo que define la razón de ser de Un muerto más, ése es sin duda el eclecticismo. El proyecto de Guido Carmona es un laboratorio integral de arte multidisciplinario. Al estilo de Louta. Lo que funciona como sostén para ese pop cuya tragedia lo poner al borde del precipicio de la incomprensión. O como su artífice dijo alguna vez: “Yo hago música para esquivar meteoritos”.
En el año de la revolución under en la Argentina, que amenaza con llevarse por delante el legado sonoro milénico, el indie pop de Rayos Láser se alzó como el bastión cordobés del evento. Secundado por Gauchito Club, quienes en Mendoza patentaron el indie tropical. Más allá de que el grupo comandado por los hermanos Nazar tuvo que sortear algunos problemas técnicos al inicio de su show, pudieron salir adelante. No sólo eso: ofrecieron un recital de matices tan titánicos como cuyanos, condimentado por un cancionero en el que se destacaron “La pálida”, “Lowcost” y su hit “Onliyú”. Respondiendo a las expectativas de su condición de cabeza de cartel. Los que se llevaron todo por delante en el Saldías fueron Las Sombras. Aún se buscan sobrevivientes de ese tsunami rock que levantaron los pampeanos en el Escenario Red Bull, que alcanzó su cresta más alta, la del golpe certero y contundente, mediante el tándem de temas “Mundo de hoy” y “Vidrios”.
El plato morboso de la curaduría pesó en El Doctor. Y no decepcionó. El MC, en complicidad con esa crew capaz de despertar miedo, estuvo más cerca de rockearla que de trapearla. Ya lo advertía la bandera que colgó detrás de sí: “Me aman los reales, me odia el más gil”. Temas como “Energy” y “Paliza” no sólo levantaron la temperatura, sino también al público, que invadió el escenario. Lo que devino en un final tan caótico como memorable. En la vereda de enfrente estuvo Winona Riders, que, pasada la medianoche, dio rienda suelta a su volatilidad controlada. Su chamanismo tecno, versado en esa psicodelia minimalista, lo torna en el heredero que Babasónicos nunca tuvo. No es fortuito que tengan un tema titulado “Dopamina”. Cenit de un show que tuvo sabor a punto de inflexión, con pogo incluido e introspección garantizada. Y es que todo vale en su viaje. Una de las tantas polaroids que retumbará de esta edición del Festival Cultural Saldías.