Desde Barcelona
UNO Sua culpa: en su reciente y ya comentada masacre/purga de/a biblioteca, Rodríguez despidió desde muelle/andén/acantilado a todos sus libros de Stephen King (a casi todos: se quedó con las que sí alguna vez releyó para así recuperar la felicidad de aquellos primeros miedos; se quedó con Carrie, 'Salem's Lot, esa indiscutible Gran Novela Americana que es The Shining, The Stand, The Dead Zone con los que hace tanto tiempo Stephen King plantó las semillas de ese bosque feroz al que King suele invitar a sus lectores constantes). Rodríguez los tenía en inglés, en primeras ediciones de tapas duras, ocupaban más de cuatro largos estantes de su biblioteca, amenazaban con hacer que todo se viniese abajo. No fue fácil hacerlo, no. Pero sólo así Rodríguez recuperó espacio para, por supuesto (él salió corriendo en su busca el mismo día en que ella salió a la venta) comprarse Holly: la nueva novela de Stephen King y cuya portada brilla en la oscuridad.
DOS Y alguien a quien Rodríguez conoce viene arrastrando covid persistente. Y, entre sus complicaciones, hay una especialmente perturbadora: no le cuesta escribir pero sí le cuesta leer. Enseguida pierde la concentración en lo que escribieron otros y, sin embargo, no le resulta complicado poner lo suyo por escrito. "Mal negocio", se lamentaba ese hombre. Así que esa persona decidió probar con Holly. Y se sabe: Stephen King es un gran narrador y ahí están más de ochenta títulos suyos como evidencia incontestable. Y don recuperado: el conocido de Rodríguez empezó a leer Holly y no la soltó (porque Holly no lo soltó a él) hasta su final. Y eso que --advertencia-- el covid es casi uno de los personajes principales de la novela, abundan las mascarillas y marcas de vacunas y funerales vía Zoom. Y, sí, Holly es una novela de esas que confina a su lectura. Y, a su muy contagiosa manera, alivia y cura.
TRES Y Holly --otra de Stephen King-- no es "una de terror" sino una "policial" (género al que King se viene acercando con creciente frecuencia); pero Holly es, también, un policial terrorífico. Es decir: es más bien un thriller, de thrill, de algo que emociona y estremece. Y es, por encima de todo, una/otra de Holly, de Holly Gibney. Porque ya se sabe: la disfuncional muy funcional Holly Gibney --desde su debut en Mr. Mercedes hasta completar la Trilogía Bill Hodges, pasando por El visitante y luego en la nouvelle "La sangre manda"-- no le son ajenos el asesino sobrenatural o el criminal monstruoso. Y los dos que --obsesionados por neutralizar a los "síntomas" de la vejez-- secuestran y matan y... uh... procesan a sus para ellos revitalizantes víctimas en Holly pertenecen al grupo de los últimos. Y son casi la sangrienta excusa y coartada para que el lector termine de conocer aquí y a fondo al personaje protagónico. Alguien quien se inscribe exitosamente en el club de los detectives raros/freaks y, por lo tanto, se encuentra especialmente dotada para detectar y perseguir y ajusticiar a bestiales aberraciones de la naturaleza. Pero, más allá del "caso" al que se enfrenta la heroína, de lo que aquí se trata es de esclarecer el misterio de sí/ella misma: de la formidable y obsesiva y autista y obsesiva-compulsiva y sensorialmente difusa y adicta al latín y muy privada investigadora savant y sui-generis Holly Gibney. Y queda claro: King está enamorado de este personaje y vuelve a poner aquí en evidencia (lo mismo ocurre con sus niños y adolescentes) que es uno de los más talentosos creadores de mujeres: un auténtico y comprometido feminista, dentro de la literatura norteamericana.
Así, se termina de leer Holly sabiendo todo sobre ella en su tránsito de sombra patológica a resplandor empoderado sobreponiéndose a una madre posesiva que da más miedo que demonio a exorcizar (con guiños cómplices a quienes vienen acompañándolo desde 2014; los adorables hermanos Jerome y Barbara Robinson reaparecen aquí; y a la hora de verla en serie, mucho más fiel a la original es lo que hace la fantástica Justine Lupe en las tres temporadas de la muy buena y hasta mejoradora del original Mister Mercedes, y mejor ignorar su inexplicable reescritura como afroamericana sin nada del humor del personaje en la adaptación para la HBO de Richard Price de El visitante, donde también se sacrificó novedoso costado folk-fronterizo). Pero, además, se disfruta de riguroso procedural a la caza de atípica pareja de asesinos en serie. Los bestiales y famélicos y carceleros psicópatas Rodney y Emily Harris: una particularmente amorosa pareja de ancianos colegas de Hannibal Lecter (des)compuesta por profesora de literatura y biólogo nutricionista (atención: después de Holly costará volver a comer hígado) salidos y muy sacados no de cuento de hadas sino de brujas. O de payaso sanguinario. O de fanatizada enfermera loca. Una persecución que en su muy detallado y parsimonioso paso-a-paso a marchas y contramarchas y con la obligación de resultar verosímil (obligación que no se tiene con lo paranormal; King ya hizo algo parecido hace poco en ese otro estudio de personaje fundido con thriller noir que fue la reciente Billy Summers) tal vez ponga un tanto nerviosos e impacientes a seguidores del Rey King. Pero es que, claro, en Holly el lector sabe quienes son los culpables desde el principio; de lo que aquí se trata --como en un episodio de Columbo-- es de cómo Holly llega a averiguar quienes son ellos. Lo que no impide que --marca de la casa-- hacia la última parte los acontecimientos, sí, encajen y se precipiten y arrastren como, luego de ese lento ascenso a lo más alto, en la más vertiginosa y rusa de las montañas. Y entonces se comprende lo que ya se sabía: no hace falta ser fantasma o vampiro para ser malo malísimo. Alcanza y sobra con ser humano.
CUATRO Holly es también la novela más "política" de King. Transcurriendo, entre mascarillas y paranoias conspiratorias, abundan en su trama --y en voz y en pensamientos de Holly que, por momentos, alcanzan la intensidad de una diatriba marcada tanto por la furia como por el desconsuelo-- condenas a Trump (a quien alguien considera un "patán" pero, a la vez, una especie de hechicero conocedor de las artes más oscuras), burlas a conspiranoides anti-vacunas y asaltantes al Capitolio, y asco ante el rampante racismo y homofobia del norteamericano medio y mediocre. Y, de paso, burla/sátira a esa restrictiva Academia (pero celebración de la poesía que va por libre) que no sabe muy bien qué hacer con este autor tan popular y cada vez mejor considerado por la crítica.
Uno de los asesinos de Holly comenta, casi al pasar, que en veinte años la ficción no será otra cosa que algo que alguna vez estuvo y ya no está. De ser esto cierto, disfrutar entonces todo lo que se pueda como ese alguien a quien conoce Rodríguez. Aquel que --concluida su lectura de Holly, pensándose sano y salvo de nuevo-- abrió otro libro de otro autor. Y no pudo sino cerrarlo luego de un par de capítulos pensando en si la culpa sería en verdad del covid y en que de tener el teléfono de Holly Gibney --a quien alguien llama en la última línea de Holly-- no dudaría en pedirle ayuda mientras, afuera, todo parece volar por los aires en caída libre y en una oscuridad que no brilla y que mucho menos ilumina.