A menos de una semana de las elecciones presidenciales, las décimas de esta era democrática, se celebra hoy un importante acto que conmemora una fecha fundante del peronismo, el 17 de octubre de 1945. El martilleo constante de la candidata Patricia Bullrich prometiendo “exterminar al kirchnerismo, ahora y para siempre” y la promesa del candidato liberal, Javier Milei, de achicar el Estado a su mínima expresión y terminar con las actuales leyes laborales, disimulan mal la persistencia de un viejo sueño de las elites argentinas: destruir la anomalía peronista. Pasaron 78 años desde aquel 17 de octubre originario y, sin embargo, seguimos discutiendo el peronismo, y el modelo de país, casi en los mismos términos que se discutieron en aquel entonces. Las nuevas formas de la derecha la hacen parecer moderna, pero sus contenidos son bastante antiguos.
El año 1945 es de una densidad histórica impresionante, el escenario de un cataclismo que abrió hendiduras que nunca más se cerraron. Juan Domingo Perón era el centro de gravedad del gobierno surgido en 1943 y desde la Secretaría de Trabajo y Previsión impulsó el corpus principal de lo que llegaría a ser un arco iris de leyes laborales y sociales de enorme trascendencia. Con solo nombrar la ley del peón rural, el salario mínimo, las vacaciones pagas, el aguinaldo y la jubilación; podemos tener una perspectiva del momento que estaban viviendo los trabajadores. Pero en forma simétrica, los sectores patronales del campo, la industria, y el comercio, hicieron sonar la voz de alarma. Algo se estaba quebrando en Argentina. Había llevado décadas de derramamiento de sangre domesticar a los sectores populares argentinos, años de construcción de un orden que parecía temblar en sus cimientos.
El 16 de junio la oposición comenzó la ofensiva con el famoso Manifiesto del Comercio y la Industria en el que 321 organizaciones patronales, lideradas por la Bolsa de Comercio y la Cámara Argentina de Comercio, cuestionaban duramente la política laboral. La principal queja del sector empresario era que se estaba creando “un clima de recelos, de provocación y de rebeldía, que estimula el resentimiento, y un permanente espíritu de hostilidad y reivindicación”. El cuestionamiento más directo era que Perón estaba borroneando los límites de las jerarquías sociales que debían respetarse. El clima de posguerra mundial llevó a los intelectuales más destacados, a amplios sectores de las clases medias y a los universitarios a acusar al gobierno de fascista, y a Perón de emular de Mussolini. La libertad con la cual se movilizaban y expresaban sus ideas en la mayoría absoluta de la prensa desmiente esa acusación, pero lo que realmente preocupaba era el avance de la legislación laboral. Es que la Secretaría de Trabajo no solo impulsó las leyes, eso era lo de menos, los imperdonable es que montó toda una estructura desde el estado para que esas leyes se cumplan en todo el país. Se multiplicaron las oficinas, se pusieron inspectores, se creo un fuero laboral. Nada fue improvisado, se trajo desde muchos países lo más avanzado en ese tipo de jurisprudencia y se argumentó con rigor cada medida tomada. El Estado entró en cada unidad laboral para que los trabajadores pudieran dar testimonio de su situación y se les brindó una vía para denunciar los incumplimientos. Sin esa intervención estatal de control las leyes son puro humo.
La Corte Suprema de Justicia declaró la inconstitucionalidad de los fueros laborales, por eso no llamó la atención que las movilizaciones opositoras pidieran como centro de sus demandas “Todo el poder a la Corte Suprema” y, por supuesto, la renuncia de Perón.
El 19 de septiembre de 1945 se organizó una movilización multitudinaria: la Marcha por la Constitución y la Libertad. Auspiciada por el embajador de EEUU, todas las centrales patronales, los centros universitarios, la Marina, y cientos de organizaciones civiles. Se cantó la Marsellesa hasta enronquecer gargantas, era cómo estar en París; el impacto político contra el gobierno fue contundente. El ejército se dividió y Campo de Mayo le exigió a Perón la renuncia. Antes de irse, pidió despedirse por radio en cadena nacional. Fue un discurso incendiario, de fuerte tono clasista y nacional. Hubo muchos que quisieron resistir, pero hasta los trabajadores estaban divididos ¿Cómo seguir?
El diario Crítica tituló en tapa “Perón ya no constituye un peligro para la República”. El 11 de octubre Estados Unidos le pidió a Gran Bretaña que dejara de comprar bienes argentinos durante dos semanas para producir la caída del gobierno. El 12 de octubre Perón fue detenido y llevado a la Isla Martín García. En ese momento los líderes del movimiento opositor tuvieron el país y el gobierno a su disposición. Perón era un cadáver político. El partido ya parecía definido.
Pero las cosas rápidamente quedaron claras. El 12 de octubre se le descontaron los haberes a todos aquellos que habían participado en huelgas o marchas, a pesar de que Perón se había comprometido a no hacerlo. En las fábricas bajó un mensaje inequívoco “Ahora se les terminó la joda”, nada de lo logrado parecía seguro, las voces de revancha de los antiperonistas no se hicieron esperar y hablaban, muy sueltos de lengua, de volver a la normalidad.
La caída de Perón y su encarcelamiento era un contragolpe patronal vestido con ropajes republicanos. La libertad eran cadenas. Cómo declaró años más tarde un trabajador de los frigoríficos en una entrevista con el historiador Daniel James: “Con Perón nos sentíamos machos”.
Una lógica elemental dejó establecido, para una multitud de trabajadores, que si querían defender sus derechos recién adquiridos tenían que defender a Perón. Cualquier otra disquisición o planteo complicaba las cosas y dividía a la fuerza que necesitaba marchar unida.
La CGT convocó a la huelga general para el 18 de octubre y las masas salieron a cubrir con sus cuerpos la Plaza de Mayo y todo el centro porteño. Acostumbrados a no ser tenidos en cuenta, coparon la escena y dejaron de ser invisibles.
Ese 17 de octubre, casi a la medianoche, Perón salió al balcón e improvisó un discurso. Fue la primera vez que alguien en un lugar tan preeminente se refirió a la multitud con el nombre preciso de “trabajadores” y los puso como el principal sector de la Nación. Ese mismo día comenzó la campaña electoral que en febrero de 1946 convirtió a Perón en presidente de la Argentina.
Los diez años que duró su gobierno dejaron huellas que desde 1955 en adelante jamás cesaron de estar en jaque. Bombardeos sobre civiles, golpes de estado, represiones violentas, incesante propaganda política, encarcelamientos, asesinatos, deformaciones de la historia, ataques contra el estado, leyes antilaborales; es infinita la lista de intentos por desarmar aquellas conquistas. Patricia Bullrich quiere exterminar al kirchnerismo, Macri volver a la Argentina preperonista, Javier Milei incluso apuesta a volver al pre yrigoyenismo. Atacan al Estado por lo que se supone que gasta, pero no dicen todo lo que sólo el Estado puede garantizar.
Cómo si viviéramos una eterna compulsa que se manifiesta en distintos escenarios, esta Argentina en crisis puede estar a punto de decidir un rumbo peligroso, desconocido, por las consecuencias que puede tener y las que ya hemos vivido en tiempos recientes.