Las hermanas Herrero tenían 3, 4 y 5 años cuando un miembro de la patota de la ESMA las sentó en un sillón de “Los Jorges”, las oficinas/habitaciones de la jerarquía de la Armada en ese campo de concentración, ubicadas en el primer piso del Casino de Oficiales, y las fotografió. Era un mediodía de mediados de noviembre, calculan. Allí vieron heridos, fueron fotografiadas por genocidas y obligadas a separarse de su mamá sin saber por qué ni cuándo volverían a verla. Antes de aquel episodio hubo un secuestro en Uruguay, un traslado en avión. Y luego, el exilio en Venezuela. La historia de militancia de su familia se hila con la de persecución y supervivencia del terrorismo de Estado que ellas también protagonizan, algo que, por primera vez desde que les atravesó la vida entera pudieron contarlo la semana pasada frente a un tribunal oral. Desde Caracas, entienden su testimonio como una reparación para su historia y “un aporte al Nunca más”, en el marco de la posibilidad de que Javier Milei, el candidato que califica de “excesos” al accionar genocida de la última dictadura, gane las elecciones presidenciales del próximo domingo.
“Los niños que sufrimos el terrorismo de Estado con nuestros padres siempre fuimos tomados como consecuencias. Ahora, a nosotras, por primera vez nos toca ser tenidas en cuenta como víctimas. Ahora por fin, lo que vivimos en la ESMA tendrá responsables. Y eso es reparador”, explica María Paula Herrero en diálogo virtual con Página/12, un día después de haber declarado ante el Tribunal Oral Federal número 5 en el marco del juicio por el séptimo tramo de la megacausa ESMA. María Virginia Herrero, la menor de las tres hermanas, también participa de la entrevista. “Uno siempre tiene la sensación de que no se hace lo suficiente para que no se repita la historia”, propone, ya sin nervios pre y post testimonio. Su decisión de declarar en el juicio tuvo que ver con ese “hacer algo con la intención de construir el Nunca Más. Todavía no es momento de parar, de guardarnos estas historias de dolor para nosotros mismos”.
Una historia familiar
Las Herrero llegaron a Caracas cuando María Paula apenas pasaba los 6 años y María Virginia, los 4. Enero de 1979. Lo hicieron junto a su hermana “del medio”, María Elvira, de 5; su mamá, Rosario Eugenia Quiroga, y Lisandro Raúl Cubas, quienes se conocieron en el Casino de Oficiales de la ESMA, donde estaban cautivos. Ambos fueron torturados y sometidos a trabajo esclavo.
Las hermanas, Rosario y Lisandro testimoniaron la semana pasada, la décima audiencia del debate oral que se le sigue al exagente del Servicio de Inteligencia de la Marina e integrante del G.T. 3.3. Jorge Luis Guarrochena, y que transmitió el medio comunitario La Retaguardia. Para las hermanas Herrero fue la primera vez. Tienen su historia “charlada, contada y procesada hacia adentro" porque “desde siempre" supieron por lo que habían pasado, asegura María Virginia. Sin embargo, el momento del testimonio “puede sorprenderla a una”, reflexiona María Paula, que se quebró en la mitad de su declaración.
Durante el debate, los testimonios de las tres hermanas fueron cortos, pero contundentes en la tarea de explicar cómo vivieron las niñeces el horror de la dictadura genocida. Un día después, María Paula dirá ante este diario: “El hecho de que haya un juicio en el que quede registrado lo que nos pasó es una manera de construir memoria para todos, no solo para nosotras, una memoria que quedará para cuando ya no estemos acá. Es una manera de resarcir. No me van a devolver mi vida tranquila en Argentina, pero es un acto de justicia”.
Esa mañana en la ESMA
La primera en declarar ante el tribunal, vía teleconferencia, es María Paula. Cuando el fiscal Félix Crous le preguntó por su paso por la ESMA, cerró los ojos y respondió “paredes marrones o beige”, lo único que recuerda, junto a una puerta desde donde ella y sus hermanas vieron a “Tío Oscar”, como lo conocían a Oscar De Gregorio, gravemente herido, con quien habían convivido tiempo antes. Las hermanas Herrero llegaron al campo de concentración de la Armada después de pasar un día en un lugar que desconocen, en Montevideo. Habían sido secuestradas junto a compañeres de militancia de su mamá. En el sótano de aquel lugar, Rosario fue torturada. Ella y sus hijas fueron trasladadas a la ESMA en avión.
Allí, en el sótano del Casino de Oficiales de la ESMA, María Paula recordó a De Gregorio “tratando de pararse para vernos, tenía un vendaje en el brazo, estaba muy, muy mal". "Pregunté qué le había pasado y uno de los militares me dijo que se había cortado con un vidrio y que por eso estaba así. Imaginé que el vidrio lo había pasado de lado a lado porque si no, no estaría tan mal”, testimonió.
Después de ver a “Tío Oscar”, la patota llevó a las niñas a "Los Jorges". Allí las fotografiaron antes de llevarlas a un colegio de monjas en donde trabajaba una prima de Rosario, la mamá de las niñas. “La orden de sacarles una foto creo que la dio Selva”, apuntó Rosario durante su testimonio. “Selva” era uno de los apodos del genocida Héctor Febrés. Luego vino un abrazo madre e hijas y el adiós.
A las niñas se las llevó de la ESMA otro genocida, Alfredo Astiz. Terminaron en San Juan, cerca de su abuela materna. A Rosario la dejaron encerrada. La liberaron en enero de 1979, vía Venezuela, junto a Cubas y a sus hijas. Durante el cautiverio atesoró aquellas dos fotos de las nenas que hace días donaron al Museo Sitio de Memoria ESMA y preserva, desde entonces, el Archivo Nacional de la Memoria.
María Virginia recuerda “poco y nada” de aquel tiempo y eso le pesa. Tenía “3 años recién cumpliditos”, dijo ante los jueces. Fue la última de la familia en sentarse frente a la computadora, en el living de la casa de su hermana mayor, María Paula, en Caracas. “Eso siempre fue una marca. Con mis hijos pensaba ‘si yo despareciera a esta edad de ellos no se van a acordar de mí’. Como mi padre, que yo no tengo recuerdos de él”, puntualizó en su declaración. De lo que sí tiene recuerdos es de la vida compartida con compañeres de militancia de su mamá y de su papá, en el exilio, de encuentros con anécdotas que aportaron risa y felicidad a relatos de muerte y terror.
La casa de Lagomar
Rosario, sus hijas y De Gregorio, viajaron a Uruguay en octubre de 1977. Habían estado antes en Brasil. Un mes después, De Gregorio fue descubierto volviendo de Buenos Aires. En el operativo, que compartieron represores uruguayos y la patota de la ESMA, lo hirieron de bala, perforándole los intestinos. Falleció semanas después, en el centro clandestino.
Rosario vio cómo lo capturaron y decidió abandonar el lugar donde vivían, con las tres nenas “a cuestas, porque no tenía dónde dejarlas”. Quedó “desenganchada” de Montoneros, la organización en la que militaban, contó en su declaración. A falta de un lugar más seguro, terminó yendo a un departamento de tres ambientes en Lagomar, un barrio costero en las afueras de Montevideo, de donde se las terminaron llevando.
Durante su testimono, María Paula ofreció una imagen de aquella huida en Uruguay: “Recuerdo el tener que irnos a las carreras, el tener que dejar los juguetes otra vez”. Era lo que más la atormentaba. Más tarde, apuntará que “desde muy chica” tuvo “la necesidad de estar callada”. “Sé que puedes morir por tus creencias en general”, aportó.
Rosario logró contactarse con otros militantes. Miguel Angel Estrella, Jaime Dri, Alejandro Barry y su esposa, Susana Mata; Rolando Pisarello y María del Huerto Milesi. A Alejandro lo asesinaron intentando capturarlo. A Rosario y a Rolando los atraparon la tarde del 15 de noviembre, en la calle. También cayeron Miguel Angel y Jaime. La madrugada del día siguiente, la patota fue a la casa de Lagomar, en donde se encontraban María del Huerto y su beba de tres meses, las tres niñas Herrero, Susana Mata y su hija, Alejandrina Barry. Durante el operativo Susana se tomó la pastilla de cianuro y murió. María del Huerto y su hija; la beba Barry y las hijas de Rosario fueron llevadas al centro clandestino en donde estaban les demás.
La coordinación de las fuerzas represivas entre países, Plan Cóndor en acción, depositó a Rosario y sus tres hijas en la ESMA un día después. Allí, Rosario vio a María del Huerto y a su beba, que también sobrevivieron. Las hermanas Herrero llaman a Del Huerto “tía Chiche”, y a María Laura, su hija, “Pupi”. Compartieron el exilio en Venezuela. “Vivimos una vida rara de niñas. No éramos ni argentinas ni venezolanas. Fue muy inestable”, declaró María Paula.
Recuerdos del pasado
María Elvira no participa del diálogo con este diario, pero sí aportó su testimonio ante la Justicia. Es la única que se llevó la casa de Lagomar fijada en su memoria y en su alma. Convivió y convive con el recuerdo fresco de aquel operativo en la costa uruguaya, y no de manera armónica. En el marco del debate, contó que tenía 10 años cuando “una casa cerca de la playa en Venezuela” en la que estaba vacacionando con la familia ensamblada la “llevó al secuestro en Uruguay”. “Una casa cerca del mar, la disposición de las camas. Fueron tres años de terrores nocturnos, me bajaron las calificaciones escolares”, aportó. Desde entonces y hasta hoy, décadas después, María Elvira toma antidepresivos.
Fue ella, también, la primera en viajar a la Argentina con el objetivo de “reconstruir” la historia familiar. Estuvo un año y regresó a Venezuela. Mediados de los ‘90, surgimiento de la Agrupación H.I.J.O.S. de por medio, la imitaron María Paula y María Virginia. Estuvieron un tiempo en San Juan reconstruyendo la historia de José Luis, el padre biológico, militante de Montoneros, estudiante de Ciencias Económicas en la Universidad Católica de Cuyo, secuestrado en enero de 1976 en la pensión donde se refugiaba, clandestino. Luego fueron a Uruguay en busca de la casa de Lagomar. La encontraron, se sacaron una foto con la fachada detrás y regresaron a Buenos Aires. Años después, volvieron a Uruguay para radicar una denuncia por los crímenes que habían sufrido allí.
Advertencias del presente
En comparación con lo ocurrido durante las dictaduras de Uruguay o Chile, María Paula asegura en diálogo con este diario que “en Argentina se haya hecho un esfuerzo más grande para reconstruir y enjuiciar”, aunque recuerda que “nada” saben de lo que ocurrió con su papá biológico. “Los militares llevaban listas, toda esa información, ¿donde está? Nos gustaría saber y por lo menos tener una idea de qué pasó con la gente”. Señala como “involución” el hecho de que los represores reciban el beneficio de prisión domiciliaria: “Cuando torturaron y mataron estaban bien conscientes”. Y por último, apunta a “la situación de este Milei, un candidato al presidente negando lo que ocurrió, algo que habilita a otras personas que antes no comentaban pero ahorita sí se sienten con la posibilidad de decir que lo que vivimos no pasó, que éramos terroristas. Es doloroso que todavía suceda eso”.
Varias décadas después, cuando en Venezuela Hugo Chávez sufrió un golpe de Estado, sus miedos revivieron. “Miedo de volver a pasar por lo mismo, de tener que irse de país, de perder los amigos”. Y también la certeza de que “el terrorismo de Estado tiene una pata represiva y otra mediática que utiliza la misma fórmula en todas partes del mundo a lo largo de los años”, añade en la entrevista con Página/12.
En tiempos de dictadura cívico militar local, revistas de la Editorial Atlántida montaron una operación mediática para encubrir al régimen genocida argentino sobre el secuestro de las hermanas Herrero, con el foco puesto en Alejandrina. “A nosotras, a nuestras familias, los medios las trataron de terroristas. Sin medios que las protejan, las dictaduras no funcionan”, insiste.
Y compara aquellos tiempos con el presente en el que “en Argentina vuelve el negacionismo, vuelven las acusaciones de terroristas a los militantes, ¿cómo puede ser si no es con la venia mediática? Ahora como entonces, siempre tenemos que estar justificándonos. Siempre nos atacan, que por algo fue, que lo único que queremos es cobrar una indemnización y tener plata. Pues nuestra historia es así como la contamos: fuimos tres niñas que vivieron persecución, la ESMA, la tortura y la desaparición de nuestros padres, el exilio. Y seguimos afectadas por eso”.