Cada pintor construye un vínculo particular de cercanía y distancia con la naturaleza: moldea la luz de acuerdo a los parámetros de su geografía, selecciona su paleta de colores a partir de las hojas de los árboles y compone espacios seleccionando aquello que resuena sobre su mirada. La pintura, más que representar, gestiona un tiempo indeterminado que se condensa en la tela y sus alrededores. Con sus pinceladas, los pintores ensayan una cultura visual del mundo, un mapa de coordenadas difusas para imaginar otros modelos de existencia.
Casi, la primera muestra individual de Inés Beninca en la galería Selvanegra, vuelve a agregar capas de sentido al oficio de la pintura. Luego de un largo trabajo en formatos pequeños, la artista despliega una serie de obras enormes donde da cuenta de una necesidad: generar un tiempo lento sobre la tela y desde ahí, concebir una imagen que se pierda entre los miles de géneros y estilos que estabilizan a la disciplina. En este sentido, las piezas exhibidas parecen funcionar como espacios evocativos, lejanos a corrientes artísticas definidas y con la misión de fomentar un conocimiento sobre las posibilidades de la mirada.
Las ausencias
Las pinturas de Inés Beninca no nacen de la exaltación de observar un paisaje y enamorarse de él. Provienen de la construcción de su memoria y la atención al gesto: la cáscara de un pomelo que cae sobre la mesa como si se tratara del tallo de una flor, unos árboles raquíticos que se pierden en el medio de la luz diurna y unas manchas verdes que brotan bajo el peso del alba. En su obra aparece una representación sensible de la espera y de la erosión que padecen las horas. No se trata tanto de captar lo que ve y representarlo, sino más bien de unir los retazos de su mente y dar cuenta de un gesto, esa capacidad que tienen los humanos para dejar marcas y huellas en las cosas.
En Casi aparece un juego sobre las formas más que sobre los temas, repleto con detalles que se borran a medida que uno posa sus ojos. Si se entiende a la obra de arte como la existencia y la vitalidad de una idea, las piezas de Beninca seducen por su naturaleza inclasificable y su vigor en la capacidad de transcribir un momento indeterminado, un pliegue suave de la realidad que tiene un correlato con la observación pero que arma sus peldaños en la ficción que surge de los recuerdos. Las composiciones intentan insinuar algo, un mensaje que no se puede traducir en palabras y que solamente necesita del encuentro entre la pintura y los otros.
Atrapar la luz
“Un cuadro nunca está solo, sabemos que libra su guerra apenas secreta con todo lo que lo rodea”, afirma Rafael Cippolini, curador de la muestra. La frase articula una idea precisa y desafiante: una pintura nunca se encuentra sola y ni los artistas ni los espectadores se enfrentan a ella sin ningún bagaje que opere sobre su percepción. Cada persona tiene su propio prólogo mental que le sirve para acercarse o distanciarse de un fenómeno artístico.
A la hora de enfrentarse a la obra de Beninca, pareciera que la invitación tiene que ver con reducir esas posibilidades de tinte cerebral y hurgar en lo profundo de las emociones. Sí habría que inventarle una voz a las pinturas, estás podrían decir lo que Madonna afirma en la canción “Bedtime Story”: las palabras son inútiles, en especial las oraciones. No significan nada. ¿Cómo podrían explicar lo que siento?
Lo no dicho
Las obras de la muestra eliminan todo rastro narrativo y se manifiestan como apariciones que no invaden la sala. Lejos del shock visual propio del arte contemporáneo, la artista desarrolla una vida material para sus imágenes a partir de colores tenues, el trabajo exhaustivo con la posibilidad de los pigmentos y una tendencia a enrarecer los espacios que compone. Aun así, no está presentando un mundo onírico o una inscripción en las corrientes paisajísticas propias del arte argentino. Libre de los determinismos geográficos que a veces se imponen sobre los artistas, Beninca encuentra libertad en los procesos de creación: no se ata a ninguna regla y busca enaltecer ese poder secreto y un tanto ficticio que posee la pintura, algo imposible de decir o expresar con las palabras o el lenguaje del arte. Se trata de una aventura que nunca alcanza su horizonte.
Casi, de Ines Beninca se puede ver de miércoles a viernes de 15 a 19:30 en Selvanegra galeria, Av. Córdoba 433.