Hay que darle la razón a Nele Wohlatz cuando dice que “el límite de tu idioma es el límite de tu mundo”. Hay que dársela porque desde hace años da clases de español para extranjeros en un instituto, pero sobre todo porque ella misma llegó a la Argentina desde su Alemania natal con mínimos conocimientos de la lengua de Cervantes. Aquel enfrentamiento ante un entorno que devolvía palabras ajenas caló hondo en ella y operó como punto de partida para la realización de su primer largometraje en soledad, después de haber codirigido Ricardo Bär (Bafici 2013) junto a Gerardo Naumann. Pero ojo, porque El futuro perfecto no es una historia trágica sobre el desa- rraigo y la distancia. Al contrario, es una lúdica aproximación al cine como construcción colectiva, un documental ensayístico con tintes de ficción –y de ficción dentro de la ficción– que toma como punto de partida la historia de una joven china cuyo pasaporte tiene la tinta del sello argentino todavía fresca. Parte de la Competencia Internacional del último Festival de Mar del Plata, el film se verá desde hoy en la Sala Lugones del Teatro San Martín, y desde la semana próxima también en el Malba.
“Tenía ganas de hacer una película con una extranjera sobre el momento de llegar a otro país y empezar a vivir con un nuevo idioma cotidiano”, dice la directora ante PáginaI12. Para eso buscó colaboradores en varios cursos del instituto, hasta que encontró a quien luego se convertiría en protagonista y socia creativa. Una chica de apenas 17 años llamada Zhang Xiaobin que, como la propia Wohlatz un tiempo atrás, apenas balbuceaba su flamante lengua adoptiva. A la alemana le gustó que “su historia personal fuera interesante y conflictiva para desarrollar en un guión”. Pero hubo otro factor aún más importante, y era la curiosidad con la que esos ojos rasgados absorbían la nueva realidad. “La mayoría de los alumnos chinos son de una nueva clase media que vienen solos a estudiar español durante un año y, eventualmente, después seguir una carrera universitaria. Son de un entorno distinto al de Xiaobin, pero ella se anotó igual, por más que le costara muchísimo dinero. Realmente tenía un impulso muy fuerte de salir del mundo endogámico que armaron acá sus padres, que viven y trabajan en el lavadero donde filmamos. Xiaobin y los chicos que participaron en la película son mucho más curiosos, más allá de que se encuentren con choques y prejuicios.”
–En algunas entrevistas habló de hacer una película “no sobre ella, sino junto a ella”. ¿Cómo fue ese trabajo?
–Mis primeros intentos de hacer cine estuvieron relacionados con el cine documental observacional, pero me sentía incómoda en la posición de “engañar” a las personas que tenía frente a cámara. Me molestaba que siempre se tratara de que yo era la que “sabía más” y el resto, los que sabían “menos”. De ahí salió el deseo de empezar a jugar con las cartas sobre la mesa y hacer un cine más transparente en el que todos sepamos qué estamos haciendo. Xiaobin siempre tuvo voz y voto para decidir qué cosas de su vida mostrar y cuáles no, y a la vez la película estaba abierta a su imaginario. Pasamos mucho tiempo juntas, yendo a lugares y compartiendo cosas que iban más allá de hablar, porque al principio uno se cansa rápido hablando un idioma extranjero. Mientras tanto, yo iba registrando lo que me contaba. Poco a poco fui escribiendo un guión. El proceso fue muy largo, porque después entró un coguionista, Pio Longo, y llegamos al punto de preguntarnos cómo hacer para que ella actuara de sí misma. Empezamos a juntarnos los tres para ensayar y hacer ejercicios con escenas posibles para encontrar el tono de la película y las posibilidades de Xiaobin como actriz. Fue un proceso muy dinámico donde todo influía todo y que terminó condicionando directamente la escritura. Nos acercamos a la película desde todos esos lugares. Por eso digo que fue “con ella”.
–La película mezcla varios registros: el documental, la ficción, el absurdo, la ficción dentro de la ficción. ¿La estructura también la pensó junto a Xiaobin?
–Desde el principio quería jugar con una estructura que fuera entre escenas de su vida y de la clase. Había otra cuestión interesante, y es que el límite de tu idioma es el límite de tu mundo, entonces la apuesta era que su horizonte fuera ampliándose a medida que iba aprendiendo y manejando con más soltura el español. A medida que Xiaobin avanza, la película se vuelve más compleja en sus decisiones formales y entra a jugar una afinación en sus fantasías. Al principio las escenas se resuelven rápido, casi siempre en un solo plano y de manera simple, y con el tiempo y el aprendizaje del idioma se desarrollan más, la cámara se mueve, hay más personajes y recursos de la ficción. Esa idea tiene que ver con lo que pasa en las clases de idioma: al principio aprendés palabras y un par de frases, entonces sos como un chico de 5 años que tiene que representarse a través de esas cosas que uno le dice que diga. Pero que no son tus ideas. Poco a poco vas encontrando una forma de representarte a vos mismo en ese nuevo idioma. Te adaptás a tus posibilidades lingüísticas y cultivás una nueva identidad a medida que crecen. En ese sentido, nosotros querríamos ser consecuentes hasta el final con esa idea de relacionar gramática y película terminando con el modo condicional de conjugación de verbos, que es uno de los más complejos.
–Toda la película podría pensarse como un gran condicional, una suerte de vida posible que piensa “Xiaobin persona” para “Xiaobin personaje”.
–El condicional es hermoso y necesario para referir al futuro. La imaginación se convierte en un elemento que condiciona la película poniéndose a la misma altura de los acontecimientos “reales” que van sucediendo. Pero no pienso tanto en términos de documental o ficción, ni tampoco como una mezcla. En un punto, creo que el cine es una gran fantasía con un lenguaje propio que se construye con ciertos mecanismos. Y esto sucede tanto en la ficción como en el documental, porque en los dos casos hay un impacto muy grande de la realidad.
–¿En qué sentido?
–Cuando empecé con el desarrollo de El futuro perfecto fui a varias clases de español para chinos. En una me invitaron a una obra de teatro que hacían los estudiantes que recién empezaban. Era un texto chino de principios del siglo XX con algunos fragmentos traducidos al español. La obra funcionaba así: uno iba para el frente del escenario, decía sus líneas y se retiraba; después iba otro y hacía lo mismo, y así. Todos estaban muy concentrados en pronunciar bien el español, entonces no gesticulaban ni se movían. La ficción no se transmitía para nada bien, pero así y todo había una presencia física muy grande y real de esos chicos, porque el problema del idioma era un filtro que se ponía por sobre la ficción. Entonces, ¿era ficción o documental? Porque la obra era una ficción, pero el impacto era real, documental. Eso fue muy importante; ahí vi todo lo que quería para la película. Después, era necesaria una estructura para que el público pudiera seguirla, pero lo que me interesaba era la presencia de esa chica y el proceso que se genera cuando empieza a desenvolverse en un nuevo idioma. Suena muy teórico, pero en el idioma está todo nuestro ser.
–Ella al comienzo se hace llamar Beatriz y después Sabrina. ¿Qué papel juega la búsqueda de una identidad en ese cambio?
–Todos los inmigrantes chinos acá usan un nombre en castellano. A mí, que soy occidental, me impacta mucho que dejen su nombre y adopten otro por practicidad. Cuando la conocí, se presentó como Beatriz, y después se puso Sabrina porque alguien le dijo que sonaba más parecido a Xiaobin que Beatriz. Eso me pareció aún más extraño. Hasta que me di cuenta que ella veía esos cambios de forma muy pragmática, aunque a la vez tenía el deseo de que la gente supiera su nombre.
–Es que el nombre es el primer elemento que define la identidad...
–Sí, es muy raro lo que pasa en China con los nombres. Cuando fuimos con Xiaobin al Festival de Macao, cenamos un par de veces en casa de chinos y nadie preguntó mi nombre ni mi apellido. Me llamó mucho la atención, pero después me dijeron que era normal. Incluso, decir el apellido es medio de maleducado porque es algo personal que no se puede compartir con cualquiera. Tienen una relación muy diferente con el nombre que los occidentales, aunque a la vez es evidente que no hay una receta para integrarse a una nueva comunidad. En la Argentina creo que tiene un peso muy grande la idea de “adaptación”: si uno quiere integrarse, tiene que “adaptarse”. Eso incluye dejar atrás tu viejo mundo y tu cultura para “adaptarte” a lo nuevo. Eso solo puede fracasar, porque nadie quiere tener 17 años, como Xiaobin cuando llegó, y anular su pasado para empezar aprender desde cero.
–Más allá de la experiencia en común como extranjeras, ella proviene de una sociedad con costumbres muy distintas a la suya. ¿Qué aportaba que ella fuera china y no, por ejemplo, alemana como usted?
–Me interesa mucho la idea de que en realidad comprendemos muy poco a los demás. Cuando empezás a vivir en otro idioma, a tener amistades y vínculos cotidianos, te das cuenta que es un poco más fácil aceptar que sólo entendemos una parte muy pequeña del otro. Me parece fascinante, y también importante, entender eso para no caer en la trampa de respuestas fáciles, y simplificar lo complejo que es el mundo y la tarea de entenderse. A mí, como directora, me fascinaba el desafío de trabajar con alguien que viene de una cultura y una lengua totalmente distintas a las mías, y que el punto de partida de la película sea justamente ese: dos personas, en un tercer país, que nunca hubieran entrado en contacto si no fuera por el cine.