Los asesinos de la luna                              8 puntos

Killers of the Flower Moon; EE.UU., 2023.

Dirección: Martin Scorsese.

Guion: Eric Roth y Martin Scorsese, a partir de un libro de investigación de David Grann.

Fotografía: Rodrigo Prieto.

Música: Robbie Robertson.

Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Robert De Niro, Jesse Plemons, Tantoo Cardinal, John Lithgow, Brendan Fraser.

Duración: 206 minutos.

Estreno: en salas únicamente.

Fue hace apenas un siglo. A comienzos de los años ’20, en Oklahoma, en las reservas aborígenes en las que hombres, mujeres y niños de la nación Osage habían sido confinados, de pronto el petróleo comenzó a manar espontáneamente de la tierra hasta teñirla de negro. Ese pueblo arrinconado y humillado se convirtió –de la noche a la mañana- en el más pudiente de la tierra, a tal punto de que los hombres blancos pasaron a ser sus choferes y sirvientes. No todos, sin embargo. La codicia, el racismo y la avidez de poder son una constante en la historia de los Estados Unidos y Los asesinos de la luna, la nueva película de Martin Scorsese, protagonizada por Leonardo DiCaprio y Robert De Niro, viene a contar una ficción basada en hechos y personajes reales que desnuda hasta qué punto ese episodio hasta ahora casi desconocido es representativo del exterminio sobre el que se consolidó el capital económico de un país.

A Scorsese no le lleva más de la media hora inicial plantear los temas –como en la obertura de una sinfonía- que luego irá desarrollando y profundizando a lo largo de las tres horas restantes de relato y que convierten a The Killers of the Flower Moon en uno de los films más abiertamente políticos de su obra, junto a El irlandés (2019), su película inmediatamente anterior, también basada en hechos reales.

Ernest Burkhart (DiCaprio) llega a la remota estación de ferrocarril de Fairfax sin nada que no sea el raído uniforme con el que vuelve de la Primera Guerra Mundial, donde no fue ni siquiera un héroe, apenas un cocinero en la retaguardia. Pero sucede que allí lo está esperando su tío, el patriarca William Hale (De Niro), que necesita alguien de confianza, de su misma sangre, para que lo ayude en su plan de despojo de las riquezas de la nación Osage. Según Hale –que se hace llamar King- los aborígenes sufren de una enfermedad “consuntiva” que los debilita y él está decidido a apurar sus muertes de la manera que sea: con el viejo truco del alcohol y, si es necesario, con el más viejo aún, y más rápido, de las balas. Pero para quedarse no solo con su dinero sino también con los derechos de sus tierras (los llamados “headrights”) hacen falta herederos. Y allí Ernest se convertirá -casi sin darse cuenta- en una pieza esencial de la jugada del Rey.

El propio Scorsese ha contado como él y su guionista Eric Roth, a instancias de DiCaprio, dieron vuelta como una media el libro de investigación de David Grann, que ponía el acento en la intervención del FBI cuando las matanzas fueron de tal magnitud que finalmente no pudieron ser desatendidas por el presidente Calvin Coolidge en Washington. Los asesinos de la luna, en cambio, invierte la estructura, deja esa investigación a cargo de un agente del Bureau (Jesse Plemmons) para la última hora de película y elige concentrarse en cambio en las acciones y motivaciones de los perpetradores.

En las de King Hale, por supuesto, pero fundamentalmente en el caso de Ernest, quizás el personaje más complejo que haya interpretado DiCaprio, un hombre tan brutal como débil de carácter, que se convierte en arcilla en las manos de su tío, un manipulador consumado al que De Niro provee de una máscara siniestra. Inducido a seducir y a casarse con Mollie (Lily Gladstone), una de las mujeres más adineradas de la nación Osage, Ernest sin embargo no puede dejar de enamorarse de ella. Y ella de él, a pesar de que ambos saben tácitamente qué intereses hay detrás de esa atracción enfermiza, reminiscente de la que latía en el corazón de Duelo al sol (1946), uno de los westerns preferidos de Scorsese.

Temas recurrentes en la obra del director –la malsana noción de lealtad familiar, la conciencia torturada de la figura de Judas, encarnada aquí por Ernest, que traiciona tanto a su tío como a Mollie- reaparecen de forma muy notoria en Los asesinos de la luna, una película muy clásica en su estructura narrativa y en su planteo visual. Pero en esta nueva etapa de la obra de Scorsese que se abrió con El irlandés, las resonancias políticas se vuelven prioridad. Tanto que su nueva película no solo se refiere a la matanza de los Osage sino también a la de la población afroamericana de Tulsa, ocurrida por motivos similares para la misma época, también en Oklahoma.

Que el propio director se reserve el personaje de un narrador radial en el epílogo del film habla no sólo de un recurso brechtiano hasta ahora inédito en su cine sino también de su compromiso explícito con la historia que narra. Literalmente, Scorsese le pone al cuerpo a lo que tiene para contar acerca de los cimientos de sangre sobre los que se construyó la riqueza de su país. 

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