BLANQUITA 6 puntos

Chile/Luxemburgo/Polonia/Francia, 2022

Dirección y guion: Fernando Guzzoni.

Duración: 98 minutos.

Intérpretes: Laura López, Alejandro Goic, Amparo Noguera, Marcelo Alonso, Daniela Ramírez.

Disponible en Netflix.

El Caso Spiniak fue uno de esos escándalos mediáticos que suelen mantenerse durante semanas en las portadas de todos los medios de comunicación, con sus habituales dosis de información, habladurías y morbo. Ocurrió en Chile en 2003, y el principal acusado y condenado –por prostitución infantil y estupro, entre otros cargos– fue el empresario Claudio Spiniak, aunque las derivaciones incluyeron querellas a tres senadores nacionales, finalmente desestimadas cuando una de las testigos principales confesó haber mentido deliberadamente. El cuarto largometraje del chileno Fernando Guzzoni (Carne de perro, Jesús) se basa libremente en ese caso real, trasladando la acción a tiempos más recientes (hay una extensa escena registrada durante el bullicio de una demostración de pañuelos verdes) y centrando el relato en Blanca, una joven madre que ha pasado gran parte de su vida en las calles y otro tanto en un refugio para menores regenteado por un sacerdote rígido pero genuinamente interesado en el bienestar de su rebaño.

Acostumbrado a cuidar de jóvenes abusados y violentados, el Padre Manuel (Alejandro Goic) recibe la noticia de que la denuncia de uno de sus chicos será desestimada y estalla frente a los médicos psiquiatras. Es que Carlo está tan dañado a nivel psicológico que, dicen los especialistas, ningún fiscal tomaría sus declaraciones en serio, aunque los hechos relatados –la participación forzosa en fiestas sexuales con menores de edad, con detalles tan horribles que resultan difíciles de describir– parecen ciertos. Blanca (la debutante Laura López en un rol demandante, intenso), que ahora trabaja asistiendo a Manuel, escucha atentamente a Carlo, lo compadece, empatiza. Y, de pronto, algo hace click dentro suyo, paso previo a una denuncia judicial, apoyada por el cura y empujada políticamente por una colega del denunciado, una senadora interpretada por Amparo Noguera. Durante los primeros treinta minutos de metraje Blanquita despliega todas esas líneas narrativas de manera entrelazada, echando mano a elipsis marcadas y cortantes, a la manera de un pequeño rompecabezas.

Queda claro desde muy temprano que el relato de Blanca viene acompañado de algunos agujeros. Sin embargo, la culpabilidad del encumbrado político es, para los acusadores, indiscutible. Como le dice el Padre Manuel a Blanca: “Una buena mentira está hecha de verdades”. Blanquita, que tuvo su estreno el año pasado en el Festival de Venecia y fue la enviada oficial de su país para participar en los premios Oscar, no deja de ofrecer un vistazo a los resortes del poder real y las relaciones íntimas entre política y religión en el país vecino; esos momentos resultan los más didácticos, en el peor sentido de la palabra, del film. Pero a Guzzoni no le interesa tanto entregar en bandeja una “denuncia” cinematográfica como construir un personaje central complejo, ambiguo, no necesariamente contradictorio pero sí cuestionable. En su rostro enojoso y prepotente están esculpidas miles de violencias, ajenas y propias, y es el espectador quien debe decidir si el camino elegido es el más apropiado para llevar al estrado a los culpables.