En pleno debate presidencial, un candidato se planta frente a la cámara y con absoluta desvergüenza e impunidad clama: “para nosotros durante los 70's hubo una guerra y en esa guerra las fuerzas del estado cometieron excesos”. Nada dice acerca del silencio de los genocidas sobre el destino de los 30.000 desaparecidos. Antes bien, lo niega. Y como si el terrorismo de estado se redujera a una cuestión numérica, agrega: “fueron 8743”. Tampoco menciona los cientos de criaturas robadas a sus familias que ignoran su verdadera identidad. Ni las torturas, ni las violaciones, ni los secuestros, ni los vuelos de la muerte. Ni toda la maquinaria genocida --campos de concentración incluidos-- al servicio de implementar un plan económico que, como bien señaló CFK en su último discurso público, cambió el patrón de acumulación de riqueza a favor del poder financiero. El mismo modelo que el candidato libertario intenta profundizar para transformar esta nación en poco menos que una colonia al servicio del capital concentrado. Es decir, la reivindicación del exterminio al servicio de un plan económico. Para más datos, tomar nota del terrorismo económico que hoy este energúmeno está practicando escasos días antes de las elecciones generales.
Lo cierto es que las palabras del candidato mentado son las mismas que las empleadas por los genocidas y sus defensores durante el juicio que en el año 1985 demostró el plan de exterminio implementado por las Juntas militares que asolaron al país desde 1976 a 1983. Ese mismo juicio en el que el alegato del fiscal terminó con dos palabras cuyo solo valor simbólico sustenta y sella el pacto por el cual en esta nación el estado de derecho está vigente desde hace cuarenta años: Nunca Más. Hoy el candidato que repite las palabras de los genocidas cuenta con serias chances de acceder a la presidencia. ¿Qué pasó con el Nunca Más? ¿Qué significados adquirió Nunca Más como para que en una comunidad hablante se privilegie la infame verborrea de un negacionista que reivindica a la dictadura más sangrienta de su historia? ¿Cómo se entiende?
Al respecto, se esgrimen diferentes razones para explicar el apoyo a semejante personaje. La bronca; el resentimiento; los enormes condicionamientos generadas por el ominoso préstamo otorgado por el FMI; la pandemia; la guerra; la sequía; la inflación; la pobreza; los trabajadores formales bajo la línea de pobreza; los precarizados y otras desgracias similares suelen mencionarse a la hora de explicar el triunfo del candidato negacionista en las Paso. Entre los datos que arrojó este impactante resultado figura que la mayoría de sus votantes son jóvenes, en especial varones. Es decir, pibes que, además de los factores ya mencionados, no ven horizonte alguno para su crecimiento. Dicho sea de paso, estamos hablando de jóvenes que luego de estar dos años encerrados a causa de la pandemia votan a un tipo que vocifera: Libertad, o sea. Bien, ¿son las razones mencionadas suficientes para entender que millones de jóvenes y no tan jóvenes voten a un sujeto con características de franco desvarío cuyo discurso exacerba el odio?
Sin objetar la concurrencia de tan significativos factores, me atrevo a responder que No. Es más: considero que si nos limitáramos a los motivos enumerados, estaríamos incurriendo en una lamentable indulgencia con nosotros mismos. Una irresponsabilidad que omitiría los oscuros impulsos por los cuales, a la hora de enfrentar sustantivas dificultades, una comunidad hablante elige defenestrarse hacia un insondable sacrificio. Es que, como se trata de una cuestión de discurso, no interesa solo el votante de Milei, para nombrarlo de una vez. Más allá de autoflagelos o reproches, se trata de revisar qué hicimos los que no lo votamos, en qué oscura y tramposa fantasía caímos para que hoy nos sorprenda el estar transitando por el borde de un abismo. Si es cierto que el ser hablante padece una tendencia al olvido del trauma, pregunto entonces: ¿hasta dónde el Nunca Más --en lugar de remitirnos al agujero permanente del conflicto social-- fue escuchado como la afirmación de algo ya superado? Esto es: en lugar de considerárselo como la marca de la necropolítica propia y permanente de las sociedades cooptadas por el neoliberalismo, se lo tomó en cambio como la puntual ocurrencia de un mal paso tras el cual nos esperaba el progreso y el bienestar. En definitiva, una concepción de la historia lineal, cómoda y optimista.
Lo cierto es que limitarnos al confort que nos brinda el Ideal del Bien y el de la Razón por las vías de una dialéctica teleológica no nos lleva a buen puerto. En un texto dedicado nada menos que al público alemán, decía Lacan: “la metafísica no fue nunca nada y no podría prolongarse más que ocupándose de taponar el agujero de la política. Es su fuerza”, para luego añadir esta estremecedora precisión: “Sin que sea vano recordar aquí adónde lo condujo eso hacia 1933”: triunfo electoral de Hitler, o sea. Propongo hacer entonces algo mejor que metafísica, esa variante de la pasión por la ignorancia por la cual, quizás, la consigna Nunca Más se escuchó como la afirmación de algo para siempre superado y que hoy, sin embargo, nos arroja al borde de la barbarie. De hecho, aquí hubo periodistas y escritores “bien pensantes” que, además de objetar la cifra de 30.000 desaparecidos, sin el menor empacho dijeron en su momento que de la dictadura ya no había que hablar más. Para no mencionar la ominosa y constante verborrea de los medios hegemónicos de comunicación y sus epígonos en las redes.
Sí, sí, por supuesto: la lucha por Memoria, Verdad y Justicia; la anulación del indulto y el punto final; los juicios; los testimonios; los organismos de derechos humanos; las condenas; la marcha contra el 2x1 y todos y cada uno de los 24 de marzo que hemos transitado. Y mucho, mucho más. Y sin embargo ¿qué rastrera y oscura significación se infiltró en los corazones como para que en el debate presidencial haya habido que escuchar con toda impunidad semejantes infamias de un candidato con probabilidades de ganar? De hecho, se suele decir: ya fue, nunca más, para dar por terminado alguna mala experiencia. Pero el Nunca Más de nuestra historia reviste un carácter diametralmente opuesto. Constituye la inscripción de un trauma fundacional sin el cual el discurso se vacía a manos del empuje desvariado que hoy la máquina neoliberal imprime bajo las coartadas que le aporta la moralina de la libertad.
Tras manifestar que “del problema del campo de concentración y de su función en esta época de nuestra historia hasta ahora no se ha entendido nada de nada, al quedar completamente enmascarada por la era de moralización cretinizante inmediatamente posterior a la guerra , y por la idea absurda de que se podría acabar enseguida con aquello”, Lacan se despacha contra aquellos “que hicieron de tapar el asunto su especialidad, en primera línea de los cuales se encuentra uno que recibió el Premio Nobel”. Aquí Lacan se está refiriendo a Albert Camus, cuya filosofía expuesta en “El hombre rebelde” no lleva a otro lugar que el del propio sacrificio, tal como Jacques Alain Miller describe en su texto “¿Cómo rebelarse?”. La misma rebeldía sacrificial que con probabilidad habita en estos jóvenes y no tan jóvenes que hoy votan a Milei.
Poco tiempo después agrega: “Se trata de algo profundamente enmascarado en la crítica de la historia que hemos vivido. (...) Pero para quienquiera que sea capaz de mirar de frente y con coraje este fenómeno --y repito, hay pocos que no sucumban a la fascinación del sacrificio en sí-- el sacrificio significa que, en el objeto de nuestros deseos, intentamos encontrar el testimonio de la presencia del deseo de ese Otro que llamo aquí el Dios oscuro”.
Nosotros ya tuvimos nuestro horror. Reducirlo al pasado es el pasaporte para volver a vivirlo. Se abre entonces aquí una vía para interrogar las diferentes maneras en que escuchamos el Nunca Más. La amenaza del exterminio forma parte constitutiva de toda comunidad hablante. Nunca Más debe señalar entonces el nudo con el cual tejer la trama de la convivencia democrática para no sucumbir. Ante la fascinación del sacrificio.
Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.