Para salir de una epistemología hecha a la bartola, uno puede preguntarse por la historia, la historia del psicoanálisis, e incluso, el camino que trazaron algunos términos en ella. Hoy me toca la interpretación y su destino.

Freud recuperó la interpretación para los sueños, chistes y lapsus. Fue su primer lugar, el origen. Fue cuando el genio de Freud reparó en los desechos del lenguaje para inventar al analista intérprete. La asociación libre estuvo para dar cuenta de que el sujeto no era libre y la interpretación aportó un nuevo sentido a la novela que se decía familiar. La interpretación era dada por el analista, recuperando los significantes de una operación fallida.

Aun así, Freud nunca nos ocultó sus límites: el ombligo del sueño, la expresión en el rostro del hombre de las ratas cuando cuenta su fantasma y la reacción terapéutica negativa, le señalaron a Freud algo mudo y gozoso que resistía.

Desestimando esta línea y apremiados por resultados terapéuticos que la gran guerra les exigía, los discípulos de Freud se precipitaron a elevar a la interpretación como agente de curación y al analista que la da, su modelo. Modelos de interpretación y modelos de analista proliferaron en los manuales de técnica en los 50 y 60. La interpretación devino instrumento.

Lacan señaló el desvío y aportó un orden de lectura con sus tres RSI. Decía en el 53: “La función del lenguaje no es informar, sino evocar. Lo que busco en la palabra es la respuesta del otro. Lo que me constituye como sujeto es mi pregunta”. Para 1958, la interpretación ya era alusiva. Pero fiel a los impases de Freud, Lacan no cede a las transformaciones. El viraje de los años 63-64 testimonian de eso. La interpretación cede protagonismo ante el límite real que impone la angustia a la dialéctica simbólica. 

Como bien subraya Miller, el goce no es una función dialéctica, por lo tanto, la interpretación que ya perdió su consistencia de sentido y que apunta al goce, ahora se localiza en los bordes. Ahora es corte.

En la última ABC n° 7 La partida del padre, Miquel Bassols, casi siguiendo a la letra el apólogo de la mantis religiosa dice: “…cuando el sujeto, por algún incidente fomentado por el Otro aparece para el sujeto como privado de su mirada (no se reconoce) toda la trama de la cadena por la que el sujeto está cautivo en la pulsión escópica se deshace…” El retorno es angustia. Bassols subraya otra transformación, un nuevo tipo de padre más allá del padre de la horda y la metáfora paterna. Cito: “…es el padre que se sostiene en lo no simbolizable por la metáfora paterna. Es un padre que no está como garantía contra la angustia sino que le permite al sujeto atravesar la angustia inherente a la separación del objeto”. ”Uno que sabe que el objeto a es irreductible al símbolo”. “Referir el deseo al objeto a como causa… dibuja un padre que no sería otro que el analista” concluye Miller.

A una tal transformación del objeto le corresponde una forma de abordarlo que contemple su particularidad. Es el momento del acto analítico.

En el período 67-68, alejándose de la acción, y definitivamente de la acción mutativa que tanto preocupó a Strachey en los 30, Lacan propone al acto analítico como aquello que toma el lugar de un decir transformador, instantáneo, transgresor y sin garantías; hay acto cuando hay superación de un umbral significante; “lo que actúa como causa no es tanto el significante como el objeto de la pulsión” (Cosenza D.). El analista, ahora lacaniano, funciona como soporte del objeto de la pulsión más que como un Otro que reconoce su deseo.

Trans-formaciones: Nuestra práctica y formación permanente, como exigencia de no quietud, establecen cortes a la inercia y ritualización. No podemos evitar poner de lo nuestro si se trata de mantener la vitalidad de una práctica y una transmisión. Pero aún… hay mucho más porvenir. ¡Sorpresa! ¡Despierten! Ese también fue el destino de la interpretación.

 

*Miembro de Colegio Estudios Analíticos.