No hay medicina que cure el origen de clase, ni siquiera el dinero que puede llegar luego, o el prestigio social que se adquiera. Es una herida de cuyo dolor te defiendes, e, incluso ante tus propios hijos ya desclasados, sacas las uñas de animal de abajo. ¿Por qué entonces siguen teniendo tanto atractivo las identidades por amputación, en las que para ser algo, algo tan conceptual como ser futbolísta, hay que arrancarse una parte de quien uno es, negar o esconder lo que no se ajusta a la horma forzosa y arbitraria de una identidad colectiva?
Desde siempre la derecha ha tenido a su favor la banca, las empresas, los notarios, los jueces, los militares, los abogados, la policía, las cárceles, y a partir de ahora, los jugadores de fútbol. El futbolísta de media y alta gama se ha convertido en un auténtico motor de conciencia de clase para los más desfavorecidos. Estos invisibles que cargan con cuernos y rabos, que llenan los estadios y los construyen, que compran camisetas a plazos, y que toda la historia de su mundo se reduce a sacar un jornal para seguir tirando con esa sensación de vulnerabilidad en los bolsillos. Un presente que nos ofrece innumerables razones para el desaliento.
Días atrás se coló este “tuit” en un grupo de whatsapp de exjugadores de cierto prestigio: “Vamos, vamos Argentina, vamos vamos a ganar, que esta barra quilombera quiere que pierda el ultraliberal”. El mensaje, escrito entre algodones, desnudaba un guiño jocoso, sin ningún propósito de abrir sensibilidades, ni de entrar en campaña. Pero algunos se lo tomaron muy en serio, y en carne viva estalló una úlcera gastropatriótica de una acidez de proporciones bíblicas. Como champiñones salieron en manada en apoyo al candidato Javier Milei. Al final, todos ejercieron su derecho a expresarse. Faltaría más. Algunos se decantaron por Patricia Bullrich, y el resto optó por el silencio, que encubre muchas veces un designio de unanimidad obligatoria.
¿Uno se pregunta si esta muestra de botón representa el pensar del futbolista argentino de ayer y de hoy? Vaya uno a saber. Con la salud mental de los consultores de encuestas puesta a “baño maría”, uno se inhibe de aventurar cualquier vaticinio. Reflexionar sobre por que la gente de origen humilde vota a la derecha o a la extrema derecha, nos llevaría una vida entera. Algunos dicen que es porque el cerebro lo tienen a medio cocer. Será. Lo cierto es que en el futbolísta profesional se extiende la idea de que la pobreza no está provocada por la injusticia social, sino por el resultado de un fracaso personal.
El fútbol también vota el domingo. El modelo privatizador espera con un colmillo fuera. En Europa las llaman “privatizaciones pragmáticas”, porque más que clubes de fútbol lo que se venden son acciones. Las maquillan de pragmáticas para no decir que son ideológicas. Un modelo muy admirado por los “sospechosos habituales” de nuestro fútbol argentino, que tanto sueñan con su privatización. El único jurado infalible es el tiempo. El domingo no es lo que va a pasar, es lo que usted decida que pase.
(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979