Rock Hudson era robusto, apuesto y medía 1,90 m. Era tan hábil en los thrillers de acción como en las comedias ligeras. A Hollywood le gustaba. Era educado, genial y profesional. También era gay, y su muerte en 1985, a los 59 años, a causa de una enfermedad relacionada con el sida, lo convirtió en el primer rostro célebre de la epidemia. Hudson nunca salió del armario en vida, pero muchos lo calificaron posteriormente de "activista involuntario" debido a la causa de su muerte. En una época en la que la administración de Ronald Reagan ignoraba rotundamente la enfermedad que asolaba Estados Unidos, Hudson la puso en primera plana y en el proceso cambió las actitudes sociales.

Casi 40 años después, Hudson vuelve a estar a la luz de los focos. El documental Rock Hudson: All That Heaven Allowed ("Solo el cielo lo sabe "), de Stephen Kijack, y muchas de sus películas más conocidas vuelven a estar disponibles en las plataformas de streaming. Es un momento oportuno para evaluar la carrera de una estrella cuyos créditos abarcaron desde westerns con John Wayne, epopeyas texanas con James Dean y, al final de su vida, incluso episodios de Dinastía, la telenovela más cursi de la televisión.

"Fue la encarnación de la masculinidad romántica en el cine de los años cincuenta y sesenta", explica Mark Griffin, biógrafo de Hudson, cuyo libro inspiró el documental que se verá en HBO Max a partir del 27 de octubre. "Para una determinada generación de cinéfilos, Hudson era la definición de la masculinidad limpia, de sangre roja y totalmente estadounidense".

Hudson nunca estudió arte dramático. Sin embargo, era un actor de cine que rara vez o nunca fingía. Tenía una calidad discreta. Griffin lo describe como "comedido y natural". Para los medios de comunicación estadounidenses de la posguerra, la joven estrella era descripta en las revistas de fans como "el fornido Rock Hudson" o "el gran hombre de Winnetka". No es injusto sugerir que llevaba una doble vida. Todo en él, desde su sexualidad hasta su nombre de fantasía (nació como Roy Scherer), implicaba cierto grado de subterfugio. No se atrevía a decir a las fans que le escribían cartas anhelantes dirigidas a "querido Rock" que no estaba interesado en ellas en lo más mínimo.

Sin embargo, había pocos indicios de que Hudson se sintiera torturado por todo esto de esconderse a la vista de todos. De hecho, era una especie de enigma incluso para quienes parecían conocerle mejor públicamente. "No puedo decirte nada de él, excepto que es un buen hombre", dijo Doris Day, que apareció con él en comedias románticas alegres, de colores brillantes y ligeramente atrevidas como Problemas de alcoba (1959) y No me mandes flores (1964).

Varios cineastas y autores han intentado retratar a Hudson como una figura trágica atormentada por su doble vida, pero en realidad no era así como se veía a sí mismo. Hudson podía tener sus momentos de duda e inseguridad bajo su suave fachada, pero eso no le impedía divertirse. All That Heaven Allowed contiene abundantes imágenes de archivo de Hudson en fiestas en la piscina, de vacaciones esquiando o con sus amigos bronceándose en la playa. "Le gustaba divertirse", dice Griffin. "Tenía una vida gay muy activa a pesar de que nada de eso estaba fuera del armario en aquella época".

Griffin relata que entrevistó a docenas de antiguos amigos y colegas de Hudson durante la investigación para su biografía, y ninguno de ellos tenía nada remotamente negativo que decir sobre él. Eso podría sugerir que era un poco soso, pero el cineasta Douglas Sirk, que le dirigió en melodramas de los años 50 como Obsesión (1954) y Solo el cielo lo sabe (1955), habló del poder "metafísico" de Hudson en la pantalla. Disfrutaba del hecho de poder moldearlo. "En la Universal le consideraban muy mal actor", dijo Sirk en una ocasión. "Sin embargo, tenía muchas ganas de aprender. Su sueño era convertirse en un buen actor, y puedo decir, no sin orgullo, que lo ayudé a serlo."

Obsesión convirtió a Hudson en una estrella. Interpretó a un playboy adinerado que, sin querer, causa la muerte de un médico y luego se enamora de la viuda de éste (Jane Wyman). Este fue un ejemplo de cómo Hudson interpretaba a un personaje malsano de forma sana; un príncipe azul con defectos intrigantes.

Había una ironía evidente en el hecho de que uno de los mayores pin ups masculinos de Hollywood fuera gay. "Estaba muy dispuesto a colaborar con el departamento de publicidad para participar en estas entrevistas con fans que creaban esta realidad alternativa sobre su vida", dice Griffin. Por un lado, se trataba simplemente de autoprotección. Si Hudson hubiera salido del armario, su carrera se habría destruido al instante. Solo el cielo lo sabe permitía contiene revelaciones estremecedoras sobre hasta dónde llegó el sórdido y manipulador representante de Hudson, Henry Wilson, para preservar el estatus de su estrella. Cuando la revista de escándalos Confidential amenazó con publicar historias incriminatorias sobre Hudson, Wilson hizo un trato con los editores, dándoles los nombres de otros dos actores gays, Tab Hunter y Rory Calhoun, a cambio de su silencio sobre Hudson. Hunter y Calhoun no eran tan conocidos, por lo que fueron arrojados a los lobos.

A mediados de los sesenta, Hudson trató por fin de romper su imagen de hombre rudo y bien estadounidense. Muchos consideran su interpretación en Plan diabólico (1966), de John Frankenheimer, como la mejor y más valiente de su carrera. Se trataba de un drama al estilo Cronenberg sobre un banquero conformista de mediana edad que se somete a una cirugía radical y se reinventa como artista hedonista. La película fue abucheada en las primeras proyecciones y tuvo una acogida hostil en su estreno, pero ahora se considera un clásico de culto. "Es como una autobiografía de Rock Hudson en clave", sugiere Griffin. "Creo que es su mejor interpretación junto a Gigante".

En Gigante (1956), por la que fue nominado al Oscar al Mejor Actor, Hudson formó pareja con James Dean por segunda vez, tras haber aparecido juntos brevemente en ¿Alguien vio a mi chica? (1952). Pero los dos iconos de la pantalla no se llevaban nada bien en la vida real. Gigante los presentaba como rivales por la atención amorosa de Elizabeth Taylor: Hudson era un ranchero fornido y adinerado, y Dean el hosco peón de un rancho petrolífero. La enemistad entre ambos se extendió fuera de la pantalla. Como actores, procedían de lugares muy diferentes. Hudson era el símbolo sexual de Hollywood. Dean era el solitario melancólico y malhumorado del Actors Studio de Nueva York.

Rock Hudson y James Dean en Gigante. (Imagen: Warner Bros.)

Griffin especula con la posibilidad de que su aversión mutua se debiera a que Hudson hizo una proposición a Dean que fue rechazada. "Lo intrigante de todo esto es que proceden del mismo lugar", afirma. "Ambos fueron mantenidos por hombres homosexuales mayores cuando empezaron en el negocio". El benefactor de Dean fue el ejecutivo publicitario Rogers Brackett, mientras que Hudson había recibido ayuda al principio de su carrera del maquiavélico Henry Wilson.

A pesar de no haber rehuido nunca en su vida las relaciones amorosas homosexuales, Hudson se resistió ferozmente a salir del armario. En el nuevo documental, su amigo, el escritor de Tales of the City Armistead Maupin, recuerda que lo instó a hablar abiertamente de su sexualidad. Hudson siguió resistiéndose hasta que, finalmente, poco antes de su muerte, se vio obligado a reconocer su enfermedad.

Quizá la discreción fue acertada. El documental habla de la virulenta homofobia que persistía a principios de los 80, así como de la histeria que rodeaba los primeros días del sida. Hudson compartió un beso con la actriz Linda Evans en escenas de Dinastía, en una época en la que ya estaba demacrado y enfermo. No sólo fue rechazado por sus compañeros de reparto, sino que nadie quería acercarse a Evans, creyendo erróneamente que podría haber contraído el sida por haberlo besado. En cuanto a Hudson, sus viejos amigos se alejaron de él. Con el tiempo, sin embargo, la actitud del público empezó a cambiar.

"De repente, Hudson se convierte en el rostro del sida y casi en la imagen de toda la pandemia, que llevaba tiempo haciendo estragos", afirma Griffin. "Antes de que él revelara su diagnóstico, creo que la percepción pública del sida era que se trataba de un fenómeno de las minorías. Era una enfermedad que se concentraba entre los haitianos o los consumidores de drogas intravenosas o grupos de gays desafortunados de San Francisco... pero de repente surgió la idea de que si Rock Hudson, el chico de al lado, puede tener sida, cualquiera puede tenerlo".

Podría decirse que la muerte de Hudson eclipsó su vida. Se hizo más famoso por su diagnóstico de sida que por los 30 años que pasó como una de las estrellas más fiables y versátiles de Hollywood. Griffin cree que está maduro para ser redescubierto. "Esperamos resucitar a Rock Hudson, por así decirlo, y que sea recordado y reconocido por una generación más joven", afirma. Agrega que la mayoría de los menores de 30 años no saben nada de él, pero cree que su historia es fascinante e inspiradora. "Piensa en todo lo que Rock Hudson encarna como individuo: el sueño americano, el viaje a Hollywood, la vida gay antes y después de Stonewall. Y luego se convierte en el rostro del sida. Que una persona encarne todo eso es algo extraordinario. Y es alguien a quien hay que recordar".

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.