Más de 13 millones de personas están habilitadas para votar este domingo en la provincia de Buenos Aires, el distrito más grande del país al que todos los candidatos miran con las expectativas de convertirlo en la palanca para el resultado nacional, que concentra toda la tensión de la jornada. Más allá de eso, los bonaerenses definirán su propio futuro que, si o si, se definirá con el resultado de este domingo. Axel Kicillof va por su reelección desde la boleta de Unión por la Patria, enfrentando a Néstor Grindetti de Juntos por el Cambio, Carolina Píparo por el partido que comanda Javier Milei, La Libertad Avanza, y Rubén “Pollo” Sobrero, el aspirante del Frente de Izquierda y los Trabajadores – Unidad.
El gobernador buscará repetir la elección del 2019, cuando venció con contundencia a su antecesora, María Eugenia Vidal, una de las referencias a la que Juntos por el Cambio apostaba como segura contenedora de voluntades ante el descontento social que había generado el fracaso de la gestión nacional de Mauricio Macri. Otra vez, repetirá fórmula acompañado por Verónica Magario, la ex intendenta de La Matanza, el distrito más grande de la provincia y uno de los enclaves fundamentales desde donde el oficialismo espera apalancar su triunfo.
“La derecha o los derechos”
A lo largo una campaña en la que Kicillof fue acrecentando su protagonismo buscando un juego en tándem con el candidato nacional del espacio, Sergio Massa, el gobernador fue anclándose en la gestión para discutir con el proyecto libertario que encarnan Javier Milei y Píparo, pero equiparando esas recetas con las de Juntos por el Cambio, a las que identificó como parte de una misma matriz ideológica. En esa lógica, el mandatario provincial parió la polarización que puso en el centro del debate: “la derecha vs los derechos”.
En ese juego, tal vez fue Kicillof el dirigente que mejor pudo exponer las distancias entre el proyecto que busca revalidar y el propuesto por los candidatos de La Libertad Avanza. Aprovechando la centralidad brindada por el distrito más populoso del país y cierta distensión de los caciques provinciales que ya resolvieron sus cuestiones internas con antelación a la pelea nacional, el bonaerense volvió a subirse al Clio que lo llevó a recorrer toda la provincia en la previa al 2019 y se dedicó a poner en valor las políticas que marcaron su gestión a lo largo de los 135 municipios durante los últimos cuatro años. A la par de eso, acompañó las campañas en los municipios, apuntalando algunos enclaves que cosideró estratégicos para el debate general, sobre todo buscando escalar posiciones en aquellos que actualmente gobierna la oposición como La Plata, Mar del Plata o Bahía Blanca.
Ante cada debate planteado por el presidenciable libertario, Kicillof le puso en frente una obra, un programa, o una política concreta. A los vouchers para la salud y la educación, le antepuso nuevas escuelas y hospitales, multiplicó los centros de atención primaria y repartió miles de computadoras. A la promesa de terminar con la obra pública, le presentó nuevas rutas, caminos y obras de infraestructura. Ante las loas a los mercados y las recetas privatizadoras, convirtió a la banca pública provincial en impulsora para las economías regionales y las pequeñas y medianas empresas, fortaleció el perfil turístico de los destinos provinciales, y permitió que cientos de miles de estudiantes tuvieran su viaje de egresados.
Apuntando a los discursos que volvieron a presentar al conurbano como una zona "copada" por el delito, empoderó a las fuerzas de Seguridad, equipó a la policía, creó nuevas dependencias, multiplicó las postas y mejoró los sistemas de vigilancia. Todo eso, sin contar el trabajo durante la pandemia, que ya parece no ocupar un papel preponderante en los discursos que se ponen en juego en este turno electoral, y las ayudas a los productores agrarios afectados por la sequía.
En definitiva, Kicillof le devolvió al Estado el rol que había perdido, o abandonado, entre el 2015 y el 2019, y con eso se embanderó en la batalla contra las tendencias antisistema que quieren terminar con la incidencia estatal en la vida cotidiana de los ciudadanos. Lo hizo, incluso, a pesar de las dificultades que incluyeron reiterados ataques externos y un par de pataleos internos que logró sortear descubriendo un perfil de armador que también otorgó un plus a su gestión al frente de la provincia, sumando apoyos abiertos de referentes opositores, principalmente del radicalismo.
Afianzado luego de ser el candidato más votado en las primarias de agosto, a Kicillof pareció tambalearle la estantería cuando las fotos con su jefe de Gabinete, Martín Insaurralde, a bordo de un yate en el Mediterráneo irrumpieron en la escena política nacional. Rápido de reflejos, el gobernador pidió la renuncia al funcionario y llamó a dar vuelta la página.
A las pocas horas, volvió a la campaña y se mantuvo atado a la estrategia que puso a su gestión al servicio de la campaña nacional. En rigor de verdad, ese codo a codo con Massa responde a una apuesta de conveniencias mutuas: el candidato presidencial necesita los votos bonaerenses, tanto como la gestión provincial necesita a un dirigente de su propia fuerza política sentado en el sillón de Rivadavia.
La apuesta por la boleta completa
Corriendo desde atrás por el simple hecho de estar parado desde las veredas opositoras al gobierno nacional y el provincial, sin "los fierros" de la gestión, Néstor Grindetti y Carolina Píparo concentran toda su expectativa en la buena performance que los candidatos nacionales de Juntos por el Cambio y La Libertad Avanza puedan obtener en territorio bonaerense. A diferencia del gobernador, el rumbo de sus campañas fue delimitado por los discursos de Patricia Bullrich y Milei, algo que por momentos hasta pareció jugarles en contra.
Grindetti, que asegura especializarse en la gestión de organizaciones en crisis, se esforzó para demostrar un perfil dialoguista que lo sentó con dirigentes y referentes productivos de toda la provincia. Poco pudo hacer ante el endurecimiento impuesto por la estrategia nacional con la que Bullrich busca hacerse fuerte sobre todo en los enclaves bonaerenses más reacios a acompañar al peronismo.
El licenciado intendente de Lanús había empezado a construir su candidatura sobre la base de recorridos provinciales que le permitieron fortalecer lazos con algunos actores claves del cambiemismo en el interior. E incluso intentó afianzar ese perfil con un compañero de fórmula, el intendente radical de Trenque Lauquen, Miguel Fernández, que proponía un armado basado en la misma receta. Sin embargo, los temas nacionales parecieron llevárselo puesto y lo arrinconaron hasta encerrarlo en dos dos cuestiones: la seguridad y la corrupción. También hubo un especial apartado contra los sindicatos provinciales, a los que se englobó bajo el rótulo de “kirchneristas”.
No desentonó, pero esa centralidad le impidió desarrollar una agenda basada en la gestión, para la cual está mucho más preparado. Hace apenas dos semanas, recién pudo presentar su plan de reforma política para la provincia, que a contramano de lo propuesto por el oficialismo, también se concentra en el achicamiento general del “gasto”. Diez acciones concretas entre las que propone reducir la cantidad de ministerios, descentralizar la gestión de la salud, la seguridad y la educación en los municipios, separar el calendario electoral, y concentrar toda la actividad de la Legislatura provincial en una sola Cámara.
Con menos pergaminos previos en la gestión pública, aunque con una dilatada trayectoria política que incluye afiliaciones a casi todas las fuerzas políticas que participan de la discusión provincial, Píparo tampoco pudo imponer su propia impronta en la campaña. Se pegó a la figura de Milei y se dedicó a recorrer la provincia acompañada de dólares gigantes y candidatos con motosierras.
A pesar de eso, no se quedó quieta y mantuvo una intensa actividad a lo largo de toda la campaña. Tuvo sus recorridos propios, aunque el impacto en el territorio resultó mucho menor. Apenas si logró colar algunas reacciones provocativas a través de las redes sociales y la participación en algunos programas de televisión de alcance nacional, donde por su propia historia personal, ya era una invitada recurrente. El discurso, a pedir de Kicillof, fue calcado al de Juntos por el Cambio: antikirchnerismo, corrupción, seguridad y un apartado especial para La Cámpora, el fetiche predilecto de los opositores más duros.
Esa dependencia de la campaña nacional parece atar la suerte de los principales candidatos opositores al desempeño de la boleta nacional. Tanto es así que ambos tuvieron que salir a desmentir en las últimas semanas diversas versiones que advertían sobre el reparto de boletas cortadas en los municipios en las que los candidatos locales buscaban, en cierto modo, desprenderse de la suerte de los tramos superiores para asegurar una mejor performance en cada uno de los distritos. Si Kicillof confía en empujar a Massa, Grindetti y Píparo necesitan exactamente lo contrario.
En el caso de Sobrero, el movimiento es mucho más uniforme. Relegado según el resultado de las primarias, donde el Frente de Izquierda apenas si superó el 3,5 por ciento de los votos, la apuesta parece estar centrada en lograr una mayor representación legislativa. Actualmente, el único diputado provincial de la izquierda es Guillermo Kane, que ingresó en el 2021 y tiene mandato hasta 2025.
La elección más grande del país
El padrón bonaerense representa el 37% de la masa total de votantes del país. De acuerdo a datos provistos por la Justicia Electoral, un total de 13.110.768 están empadronados para votar en 38.074 mesas ubicadas en 6.144 escuelas. Además de gobernador y vice, en los comicios de este domingo se elegirán 35 diputados nacionales y 3 senadores, un parlamentario del Mercosur, 135 intendentes, 46 diputados provinciales, 23 senadores bonaerenses, 1.097 concejales titulares, y 401 consejeros escolares titulares.
De los 13 millones de votantes, alrededor de 950 mil extranjeros están habilitados para votar cargos provinciales, según el registro especial de electores extranjeros aprobado por la justicia electoral.