"Si perdía todo en el camino, tenía que saber bien hacia dónde estaba yendo. No había margen para ningún error. Estaba concentrado en eso, cuando se cruzó con una mirada desconfiada en la ventana de un chalet de estilo inglés. Buenos Aires se había convertido en un lugar aún más hostil de lo que solía ser. La idea del revólver que viajaba en el bolsillo interno de su morral no lo tranquilizaba en absoluto. Si llegaba el momento de pelar un arma, cualquier escape se hacía imposible. Y él solo quería salir. Estaba llegando a la casa que buscaba, pero al levantar la vista vio la General Paz. O lo que quedaba de ella. Se frenó y recorrió el paisaje con la mirada. Toda la colectora del lado de Capital estaba llena de fierros retorcidos y alambres de púa enroscados. Le tembló la boca. Lo había visto por la tele, pero no estaba listo para esa escena que ahora le atravesaba el cuerpo. Ambas manos de la autopista tenían el asfalto destruido. Huellas de explosiones. Algunos esqueletos de autos quemados y deformados. Para ambos lados solo había cráteres y fierros retorcidos. Del lado de enfrente, se veía lo que parecía una gran trinchera construida con containers y chatarra. Una lágrima bajó sin aviso previo por su mejilla. Todavía no podía creer el delirio colectivo que había llevado a esta situación. Tomó aire por la boca con esfuerzo para contenerse". 

Así comienza la aventura de Pablo, el protagonista de la novela Cualquier lugar es bueno para morir, la novela de Gonzalo Pardo que propone a un porteño que deja atrás la Ciudad de Buenos Aires una vez que se desata una guerra civil entre la capital y el resto del país. Internándose en un conurbano que ahora es campo, luchará para sobrevivir en un mundo nuevo, hostil y desconocido. Publicada por Ediciones El Panda, la novela es una apuesta distinta donde la ciencia ficción puede olvidar su influencia norteamericana y dedicarse a ser cercana y nacional. Un road trip por la llanura bonaerense en un escenario de guerra, plagado de acción, violencia y resabios de una pampa sin ley, pero también una historia de amistad entre varones, de lazos humanos y de escape a un futuro más prometedor.

Pardo, de profesión fotógrafo, nunca se consideró escritor. Escribía en sus ratos libres a modo de hobby, o alguna crónica que acompañara sus fotografías, pero sin prestarle demasiada atención al oficio. Pero en la pandemia, sintiéndose atrapado en su departamento, sin poder hacer ninguna de sus escapadas a pescar, cazar o fotografiar la naturaleza, la escritura volvió a su vida como una posibilidad de romper las cuatro paredes, e imaginar otros mundos posibles. 

"Apareció en la pandemia como buscando cualquier lugar de dónde agarrarse en el encierro. Como yo soy mucho de viajar y andar por lugares naturales, tenía esa frustración de no poder salir. A través de un taller virtual empecé a trabajar textos que tenía de hace muchos años. Fueron muy importantes mis amigas Paula Puebla y Mariana Skiadaressis, que cuando yo caí a clase con algo escrito me dijeron "esto es el primer capítulo de una novela". Ahí fue la primera vez que pensé en la posibilidad de que yo pudiera escribir una novela", afirma en conversación con Buenos Aires 12

--Pablo es un personaje que a pesar de haber vivido toda la vida en la ciudad, tiene muchos conocimientos de supervivencia, genera sorpresa en los demás por sus habilidades. Entiendo que tenés una relación muy cercana con eso vos también, sobre todo por lo que decís de la pandemia. ¿Fue tu manera de imprimirle algo tuyo al personaje? 

--A mí me gustó siempre el tema de estar afuera de las zonas urbanas, desde muy chico. También siempre me gustó mucho también aprender. Hay como un cliché de la persona de ciudad que sale de la ciudad y es un inútil, y es como un cliché bastante real, porque hay una desconexión muy grande cuando uno vive en la ciudad de las cosas más básicas de no estar en la ciudad. Me encanta también Buenos Aires, pero me gustaba esa dualidad. Cuando estoy afuera de la ciudad y veo porteños me doy cuenta por qué nos ven como nos ven y siempre tuve como objetivo, cuando no estoy acá, ser lo menos porteño posible. para evadir un poco esos prejuicios y poder conectar con gente que tiene otras realidades y sabe otros saberes y otra forma de habitar. Cuando se me cortó eso en la pandemia, me sentí muy encerrado, encerrado en la capital, como Pablo. Esa energía era la energía que yo quería. Mis amigos que vivían en zonas de la provincia de Buenos Aires también estaban encerrados ahí y cuando hablábamos pensaba que ellos podían tocar el pasto, ir a pescar, y yo no podía dar ni dos vueltas a la manzana. La pandemia fue el disparador de imaginar cosas que quizás antes eran inimaginables, el aislamiento, el encierro. Y la realidad es que si vos cerrás la Capital Federal no te queda otro camino que el agua o el conurbano. 

--Me gustó eso que dijiste de que hay dos caminos, el agua o el conurbano, porque la novela expone mucho la rivalidad entre el resto del país y los porteños. ¿Te interesaba apropiarte de esa tradición, esa rivalidad?

--Es algo que siempre estuvo presente, desde la conformación de nuestro país, desde unitarios y federales, y dentro del imaginario porteño. "Dios está en todos lados pero atiende Buenos Aires", ¿no? Después obviamente está toda la otra percepción, la de la gente que vive en el resto del país. Es una disputa en tiempo presente la lucha por el federalismo, esta cosa de que los porteños no producen nada, que sin el resto del país no pueden. A mí también siempre me gustó apropiarme de esa bardeada de la porteñidad, autobardearme, poder tender puentes y no cerrarme a eso. Pero en la novela, en algún momento tomé la decisión de que todo ese mundo y ese trasfondo político y ese nuevo escenario esté sugerido pero no profundizado, porque me interesaba mucho más el vínculo humano y la historia de esas personas que ponerme a explicar toda la rosca que había detrás de ese escenario, que al fin y al cabo terminaba siendo como una especie de escenografía. Una escenografía para contar una historia, una aventura, no un tratado sociopolítico. 

--Una escenografía bonaerense de una aventura cinematográfica. Mientras leía la novela pensaba mucho en El año del desierto, la novela de Pedro Mairal. ¿Fue esa tu influencia? ¿Hubo otras?

--Mi novela de cabecera. Sí, total. Justamente pensaba cuando escribía la novela en las cosas que me entretienen a mí, en las influencias. No tener pretensiones más que eso, una aventura que me entretenga, como me entretienen las series de Fox, o un libro de alguien estadounidense o europeo. Pero pienso que cuando yo era pibe, me recontra marcó leer El Eternauta, que pasaba a 10 cuadras de mi casa. De repente pasaban por Plaza Italia y, yo lo conozco, era acá. Y de repente, la mayoría de las cosas que consumimos del género de aventuras o de ciencia ficción pasan en la Estatua de la Libertad, que queda a 10.000 kilómetros. Entonces también pensé mucho eso, que sea una conjunción de lo que a mí me gustaría consumir, puesto en un lugar más propio. En ese sentido también es importante que encontré a los chicos de Editorial El Panda, que tienen una mirada distinta a la que uno ve en las editoriales en general. Ellos tienen ese planteo de querer hacer las cosas de otra manera, de que haya experiencias que tengan otros objetivos y otras formas de hacer las cosas me parece como también algo muy valioso de resaltar, más allá de la propia novela. 

--Quizás en la fotografía, la relación sacar fotos y que alguien las vea no es tan lineal. Pero los libros necesitan lectores. ¿Cómo transitaste ese cambio? 

--Es un poco inevitable, te golpea. Fue muy loco ir a la FED con otros ojos. Ya había ido en otras oportunidades solo como lector, y ver la cantidad de cosas que se están produciendo y la cantidad de oferta que hay, me dió un golpe de humildad. Para mí el libro en este momento es lo más importante del mundo y llegás y hay 300 millones de libros. Al verlo publicado me encontré preguntandome y ahora, quién lo va a querer leer. Más allá de mi vieja y mis amigos. Pero empieza a pasar, y de repente te llega un mensaje en redes de alguien que lo disfrutó y te lo quiere decir, que es una cosa increíble. Además también, en algún punto, hay algo de la época de desconexión con la lectura, con la concentración. Leer es mucho más complicado, por el celular, por el trabajo. Y que varias personas me hayan dicho que no lo pudieron soltar, que lo leyeron de un tirón, es muy lindo. Es como una reivindicación personal muy grande, por fuera del libro en sí, del entretenimiento. Yo pienso que a veces está como mal visto el entretenimiento, como si fuera menos valorable que algo serio, que un tratado filosófico. Como que está mal tener tiempo libre y dedicarlo a lo que uno quiere, o incluso a mirar el vacío. Y poder encontrar cosas que uno disfruta y entretenerse y que estén pensadas como entretenimiento, me parece algo que hay que reivindicar. Además ahí algo que me pasa mucho con la fotografía, un lugar que ya habito hace como 20 años o más, y que en el último tiempo lo veo como un espacio sin capacidad de generar cosas fuertes. Un poco es por las redes, por el mundo tan visual en el que vivimos, más lábil, más fugaz. Tengo la esperanza de que encuentre un camino hacia espacios más conmovedores o más profundos, pero de repente aparece la instancia de la escritura, y generar impacto, aunque sea solo en una persona, es movilizante. También será que me estoy poniendo viejo y que hay algo de la velocidad en la que sucede todo que se pierde la posibilidad de dejarse atravesar o de pensar. 

--Es curioso lo que decís porque en la novela hay una especie de detención del tiempo, de lentitud, que solo puede existir en el campo. 

--Si, totalmente. Hay algo de volver a la lentitud por el alejarse de la ciudad, que es un espacio de aceleración total. Ir al campo es un lugar donde el tiempo transcurre de otra manera. Creo que quizás sí se metió esta discusión en la ficción, de alguna manera como inconsciente. Hay algo del tiempo que sucede en otros términos porque la vida urbana está en una constante persecución de la optimización. Todo tiene que ser optimista, todo tiene que ser más rápido, más rápido, más rápido. Y en ese sentido me interesa también defender el tiempo libre, que es algo muy necesario. Y que alguien se tome el tiempo de leer el libro, en este momento, sin tanto tiempo libre, también me parece un privilegio. 

--Con esto de que sos tan consciente del entretenimiento, ¿pensaste también que ese lenguaje llano y despojado de firuletes de la novela, sirva a esos propósitos? ¿Que sea para cualquiera? 

--No, a priori no es premeditado ni de casualidad. Imaginate que todo sucedió rapidísimo. Sinceramente, y no por pecar de falsa humildad, jamás me diría escritor, me da bastante pudor. Ahora estoy atravesando un momento de preguntarme qué significa escribir una novela, qué implica. Tengo amigos escritores y para un montón de gente es como un objetivo re concreto, algo a lo que uno le dedica un montón de energía vital, un montón de tiempo, pero para mí fue bastante inesperado. Todavía estoy tratando de hacer pie, pero al mismo tiempo disfrutándolo. Todavía no puedo creer mucho que exista el libro, que sea hermosa la edición, y que la gente se tome el tiempo de leerlo. Sí creo que lo del entretenimiento viene desde una experiencia que es muy cercana, no solo como consumidor. Laburé en televisión, laburé en películas, laburé en documentales, laburé en series. Tengo bastante conocimiento de las entrañas de la industria, y también de sus miserias. Eso no quiere decir que no haya un montón de cosas que yo tomo y valoro y aprendo, y esos lenguajes están ahí. Pero también pienso que hay como una desvalorización de lo popular, en el sentido de lo masivo, de lo que mucha gente consume. Por algo lo consume todo el mundo. Hay dinámicas en la industria que a veces están forzadas, forzadas por la propia industria y que van a tener mucho consumo inevitablemente. Pero también hay cosas que le gustan a un montón de gente, o que mucha gente ve valor en eso, en distraerse un rato, y nada más. Quizás todo eso esté de alguna manera que yo no planifique ahí, y en realidad la novela es como una traducción de un mundo que yo vi, y lo cuento para que otro lo pueda ver, imaginando ese mundo como quieran. La novela no es un espacio cerrado, sino que es una indicación a que cada uno rellene los lugares vacíos con lo que le parezca.