La frase viene sonando como una letanía, pero se transforma en nervio y tensión cuando solo faltan horas para que todo quede definido. Dice la frase: “En la provincia de Buenos Aires no hay ballotage, y va a gobernar quien saque como mínimo un voto más que el segundo”. Bien. Llegó el momento.
Si gana Axel Kicillof, seguirá en pie la impronta de un gobernador-intendente. Así gestionó desde el 10 de diciembre de 2019. ¿Es malo? Al contrario. Significa mayor acercamiento a la realidad concreta y a la solución de problemas. O a la búsqueda de una solución, al menos. Sobre todo cuando la persona que tiene a cargo 17 millones de habitantes no controla la macro de la economía, cada escuela o cada kilómetro de camino rural mejorado valen oro. Kicillof había comenzado con esa línea de intendencia durante la pandemia. Paradójicamente la profundizó por necesidad política tras la virtual intervención a la jefatura de Gabinete, resuelta por CFK en 2021, cuando desembarcó allí Martín Insaurralde. En lugar de pelearse con todos los intendentes, el gobernador los desemblocó. Fue trabajando con ellos de a uno o por afinidades selectivas. La realidad demostró que no existía algo así como una liga homogénea de alcaldes, interpretación simplota que nunca estuvo en Buenos Aires/12, y que tampoco la habría. La mayor dinámica concreta de gestión le dio al gobernador un valor en alza hacia afuera del peronismo, al punto que muchos intendentes radicales del interior lo elogian en privado. Y mejoró su capacidad de construcción política dentro del peronismo, un movimiento que excede en mucho al PJ, como decía un famoso general. La candidatura a reelegir empezó a construirse a partir de la CTA y terminó de consolidarse con el apoyo de todos los gremios, como la UOM y el SMATA. De todos los movimientos sociales y todos los partidos de Unión por la Patria. De todos los intendentes menos uno.
En caso de triunfo de Kicillof, es probable que se despliegue con mayor velocidad la recomposición del peronismo bonaerense que ya está en marcha. Lo está, en buena medida, porque luego de más de 30 años se está profundizando la descomposición de la matriz de poder duhaldista, fenómeno que puso en evidencia el Affaire Insaurralde. Mientras tanto, asciende un nuevo polo que por ahora tiene al gobernador y a una compañía de dos caras, las del intendente de Avellaneda Jorge Ferraresi y la del intendente de Ensenada, Mario Secco. No gobiernan distritos monstruosos como La Matanza o Lomas de Zamora. Pero en política no solo cuenta el hardware sino el software. Y ni hablar si la creatividad alcanza para desarrollar nuevas aplicaciones. ¿Querrán? ¿Podrán? ¿Hasta qué punto intervendrá directamente Cristina? ¿Qué juego está dispuesto a poner sobre la mesa Kicillof? Final abierto.
Si gana Kicillof, significará que la unificación de gestión y política no suprime las internas, como es obvio, pero sí logra ponerlas en un segundo plano. Es lo que faltó a nivel nacional. No hubo ni liderazgo unificado ni gestión de consenso. Entonces la crisis interna del Frente de Todos descargó su impacto negativo sobre una realidad de por sí peligrosa por su carácter estructural: la reconexión con el Fondo, principal decisión de política exterior de Mauricio Macri.
Si, además, gana Kicillof y Sergio Massa queda en carrera para el 19 de noviembre, nada definitivo estará dicho a nivel nacional. Pero competir por la Presidencia será menos arduo con un triunfo previo en la provincia de Buenos Aires y un gobernador dedicado por entero a pelear votos contra el candidato que, según confiesa, cree más en la mafia que en el Estado.