La conversación atraviesa latitudes. Una pista, algunas certezas y muchos interrogantes marcan la huella de la vinculación poco explorada entre don Atahualpa Yupanqui y la provincia de Salta. Desde la mítica casa-museo del cantautor de todos los tiempos ubicada en Cerro Colorado, en el norte de la provincia de Córdoba, su hijo, Roberto “El Coya” Chavero, abre gentilmente su bitácora de recuerdos.

Tenía algunos amigos muy queridos en Salta”, hilvana recuerdos y puntualiza: “Alguien que nombra mucho, una persona muy respetada por él y que solía visitar en su casa de campo, es Julio Díaz Villalba, un escritor, poeta y periodista”.

Cuenta Chavero hijo que eran frecuentes las visitas de Atahualpa a la casa de campo de Díaz Villalba en Salta, llamada Arcadia. “Mi padre lo recuerda en unos versos a éste y a otros amigos, son varios los versos que ha escrito para esa gente de Salta, aunque claro que también hablaba siempre de Juan Carlos Dávalos, un hombre muy importante para nuestra cultura criolla. Yo lo escuchaba hablar con mucho énfasis sobre Dávalos”.

"El Coya" Chavero en el Instituto Cervantes de Madrid (Imagen: gentileza Roberto Chavero). 

Roberto Chavero hace una pausa, se disculpa por las interrupciones, y pide permiso para tomarse un tiempo más; busca entre notas sueltas y dice: “Estos versos no son conocidos porque no fueron publicados, yo los encontré entre sus papeles”. Lo comenta como al pasar, hablando de un tesoro que comienza a ser cedido generosamente con la intención de que vean la luz.

“El Coya” Chavero comienza a tararear y rasguear la guitarra. Como intérprete y cantautor que es musicalizó algunos de esos versos traspapelados y nunca publicados que encontró de su padre, en honor, homenaje y agradecimiento a la provincia de Salta.

Atahualpa en Rosario de la Frontera (Imagen: gentileza Blog Carlos Maita).

De allí surgen “Por el San Bernardo” y “Zamba de Cafayate”, dos perlas, dos gemas encontradas por su hijo, obra del inmortal cantor de la tierra profunda.

Por el San Bernardo

El nombre de la poesía escrita por don Atahualpa Yupanqui no deja dudas de la pertenencia de sus versos: el cerro icónico que observa y acompaña en su cotidianeidad a la Ciudad de Salta, es un homenaje explícito y amorosamente dirigido hacia ella.

En estos primeros versos se suman plegarias por el encuentro con algunos de los amigos entrañables nombrados por su hijo Roberto, invadiendo una nostalgia propia de la zamba, el norte y el encuentro deseado:

Lo busco a Machungo Sierra,
A Díaz Villalba lo busco también.
No quedan picanterías
Se me hace que un día los encontraré.

¿Qué color tiene la luna?
Amalhaya yo no lo puedo acertar.
Me va pintando el camino
Igual que el destino de andar y cantar

El destino de no encontrar a sus entrañables amigos, da paso al andar entre trepadas por las serranías, bagualas que dan cuenta de la raíz bien norteña, y el silencio de la noche como una compañía que alivia y acompaña, una constante en la poética yupanquiana:

El lujo del caminante
Baguala nomás será.
Las caronas me hacen bulla
Por el San Bernardo mi zamba se va.

Repechando las trepadas
Nacen de mi pecho palomas de sal.
Coplas tajeando el silencio
En la noche alivian nuestra soledad

En la noche la luna siempre compañera del camino, alumbra con su brillo la partida del poeta, que entre nuevas coplas y huellas al caminar, alumbra la partida y el San Bernardo se vuelve testigo de toda una gran pintura de su Salta querida:

Noche de luna en los cerros
Te dejo mi canto, alumbra mi adiós.
Hemos de volver en sombras
Buscando la copla que se nos quedó.

El lujo del caminante
Baguala nomás será.
Las caronas me hacen bulla
Por el San Bernardo mi zamba se va.

Atahualpa Yupanqui en el Hotel Termas (Imagen: gentileza Blog Carlos Maita).

Zamba de Cafayate

Cafayate, tierra de zambas y cantores, epicentro de los Valles Calchaquíes, no podía dejar de colarse en el poemario de Atahualpa al pensar y escribir sobre Salta.

En estas estrofas que se conocen ahora, también musicalizadas por su hijo Roberto, se despliega la dulzura y la pintura de los valles con sus amores, ponchos y grandes fiestas cafayateñas:

En la zamba de los valles 
se alborozan las espuelas
arando fuego de amores
sobre la tierra salteña

Cuando hay fiesta en Cafayate
cualquier senda es buena senda
ponchos, relinchos y cantos
son pura bulla en la huella

Claro que en los valles vive la magia de tantísimos otros pueblos, que en esta segunda parte son nombrados con algunas de sus características distintivas y sustanciales. “La vuelta a los valles” está presente en estos versos que describen costumbres e idiosincrasias lugareñas:

criollita de Tolombón
gauchos de la estancia vieja
mozos de Cachi llegando
con sus cajas bagualeras

El músico toca zamba
con su violín de tres cuerdas
y apurando los repiques
el bombo marca las vueltas

Cuando llega el carnaval
Cafayate es buena tierra
hasta los vientos se alegran
bailando con las arenas.

Casa-museo Atahualpa Yupanqui en Cerro Colorado (Imagen: gentileza Ser-Argentino).

Estos versos inéditos de Atahualpa Yupanqui son tan solo algunas de las tantas joyas que aún siguen saliendo a la luz del increíble cantautor de la América profunda; y apenas son los primeros dos publicados de una serie de poesías dedicadas a la tierra salteña.

Aquel nacido en la pampa bonaerense el 31 de enero de 1908, resultado de la conjunción de un padre con sangre Quechua y una madre con ascendencia Vasca, comenzará a caminar las sendas latinoamericanas, guitarra en mano, poniendo versos y música a una realidad que supo pintar como pocos.

Su llegada al norte del país, viviendo y recorriendo estas tierras, inclusive llegando hasta la hermana Bolivia, cambiará para siempre su mirada e influenciará su prosa. Y en esto Salta fue parte fundamental, aportando paisajes y realidades, así como también amistades de toda índole que supo recoger a lo largo del tiempo: poetas, cantores, periodistas, religiosos y sobre todo, gente de a pie.

Fueron 84 sus años de vida, aunque parecieron muchos más. Es que las marcas indelebles de su canto se transformaron en un libro abierto que describe con detalles y sensibilidades únicas las penas y las alegrías, pero sobre todo, la idiosincrasia de un pueblo mestizo del cual fue parte integrante, sin observar desde fuera, sino que viviéndolo desde sus mismas entrañas.