El día comienza a levantarse en Valparaíso cuando un llamado telefónico despierta la casa de los Vera. Todavía entre sueños, la esposa de Luis atiende, se queda en silencio algunos segundos, después extiende el auricular a su marido cineasta. “Marcelo Bielsa quiere hablarte”. Estupefacto, Luis toma el aparato, a la escucha de ese interlocutor inesperado. “Me disculpo por las molestias. Vi su película Fiestapatria, me gustó mucho. ¿Cómo podríamos reunirnos?”. Luis R. Vera, realizador chileno comprometido, que vivió exiliado durante la dictadura del general Pinochet, no pudo creer lo que estaba escuchando. “Me parece que fue en 2008. Marcelo era el seleccionador de Chile”, cuenta, divertido, desde Paraguay, donde prepara un rodaje. “Algunos meses antes, en las tribunas del Estadio de Valparaíso, lo había cruzado y alcancé a deslizarle mi nombre y mi trabajo…”.

Vera se pregunta: ¿Cuál es el motivo por el que este entrenador monomaníaco, que ha consagrado su vida a desmenuzar el fútbol (Bielsa recientemente ha declarado haber visto 50.000 partidos de fútbol en los últimos 30 años), busca conocerme? “Le respondí que cuando quisiera -bromea Vera- y a las seis de la tarde, él, que vivía en Santiago (a 120 kilómetros de Valparaíso), estaba frente a mí”. Hasta la una de la mañana, alrededor de una tabla de restaurant festoneada por los más bellos peces y frutos de mar de la costa chilena, los dos hombres rehacen el mundo.

“Hablamos de amor, de política, casi nada de fútbol y mucho de cine. Él me había dicho, en la víspera, que había visto mi película tres veces, y me interrogó intensamente sobre su concepción. Me confió que, de no haber sido entrenador, hubiese querido ser, sin dudas, director de cine. Pero que no pensaba tener el talento para ello”.

Inflexible protector de su vida privada, el novel entrenador de Lille, que no concede entrevistas y reduce sus apariciones públicas a la mínima expresión, jamás se había detenido en su pasión por el cine. Es posible descubrirla alrededor de un episodio de su vida novelesca. En 2006, Pep Guardiola, que acababa de colgar los botines y se preguntaba sobre su vocación de entrenador, decidió reunirse con Bielsa, “el mejor técnico del mundo”, según él. Once horas de conversación alrededor del fútbol, sus matices tácticos y sus cuestiones profundas.

El catalán estaba acompañado por un amigo, el cineasta español David Trueba, al que Bielsa, habiendo confesado devorar en promedio dos películas diarias, asediaba con preguntas. Al cabo de una hora, Trueba cortó de raíz el interrogatorio: “Bueno, ustedes dos no están acá para hablar de cine, ¿no?”.

Fue así que la cinefilia del argentino lo llevó a forzar su naturaleza discreta. En 2012, todavía entrenador del Athletic Bilbao, asiste a la proyección de Carne de Perro, realizada por el joven chileno Fernando Guzzoni, a propósito del Festival Internacional del cine de San Sebastián. Ambiente belle èpoque y petis fours. A manera de atavío de gala, Bielsa luce su inseparable jogging, gris para la ocasión. “Estábamos tan felices de que hubiera aceptado nuestra invitación”, recuerda Guzzoni. “Nos habló largamente de la película: la proximidad entre la cámara y los héroes, la ausencia de música para acentuar el costado naturalista… Se veía que sabía de lo que estaba hablando. Y se mostró cálido, pleno de gestos de afecto. Nada que ver con la imagen fría y hermética que muchos tienen de él”.

“Bielsa adora las películas con contenido, memoria, en lugar de superproducciones llenas de efectos especiales". Luis R. Vera

 

Lejos de su actividad, donde su perfeccionismo y su rigidez se acuñan incluso en refriegas contra sus pares, el otro Bielsa se revela. Sonrisa larga, mirada franca, curiosidad insaciable. “Un preguntón”, dijo Ernesto Urrea, compañero de su estancia mexicana en el Atlas de Guadalajara (1992-1994). Traducción: un insaciable formulador de preguntas. “¿Por qué estás vestido así? ¿Por qué elegiste ese corte de pelo?”. Eso no se detiene nunca. Es su manera de conectarse con la gente y de aprender cosas nuevas. Como todos los grandes sensibles, tiene un temperamento explosivo. Pero es una de las personas más inteligentes con las que me he cruzado. Y un goloso de cultura”.

Fiestapatria y Carne de Perro tienen en común ser películas afiladas, que auscultan la violencia de la dictadura chilena y las cicatrices que dejó. “Marcelo disfruta de los films que tienen contenido, memoria, en lugar de las superproducciones llenas de efectos especiales”, insiste Vera, convertido en su amigo y guía cinematográfico. “Le hice descubrir joyas asiáticas y europeas: Underground, de Emir Kusturica, por ejemplo, que le gustó mucho”. Invitado el 14 de mayo último al Festival de Literatura de Perousse, en Italia, Bielsa dio a conocer el título de su película favorita –un clásico, El Padrino, de Francis Ford Coppola- y recomendó El ciudadano ilustre, de Gastón Duprat y Mariano Cohn, una sátira argentina que relata el retorno de un escritor exitoso a su pueblo natal. “Tiene gustos amplios, pero es verdad que disfruta de las películas que tiene que ver con lo social”, ratifica el peruano Pancho Lombardi, otro amigo director. “Para alguien como él, de una exigencia loca y de tamaño nivel intelectual, el cine es, ante todo, un resuello en el medio de su obsesión por el fútbol”, completa un íntimo. “Como si mirara películas para olvidarse de quién es”. Un respiro acaso relativo, a la manera de Bielsa: un día envió a Pancho Lombardi una serie de profundos comentarios sobre el conjunto de su filmografía.

Sus jugadores y sus colaboradores, a menudo zarandeados, siempre exhaustos, lo saben muy bien: el argentino hace poco uso de su derecho a la pereza. Los intercambios con sus amigos cineastas también tienen un interés profesional. ¿Cómo se puede lograr que un grupo de actores o futbolistas den lo mejor de sí? ¿Y cómo se puede transformar una energía colectiva en un movimiento armonioso? El entrenador escucha y se alimenta de las experiencias de rodaje. Para él, el cine es también un camino hacia la idiosincrasia, una palabra extravagante que está cerca de su corazón. La idea de que un equipo deportivo forma parte de un entorno cultural, social y político. Antes de aceptar un nuevo trabajo, Bielsa lée, ve películas, pregunta a la manera de un documentalista. “Cuando llegó, conocía mejor que yo la historia de México’, dice Urrea. “Su nivel cultural es muy alto”.

“Eso no me sorprende: tuve la ocasión de cruzarme con su familia. ¡Si usted viera el nivel de sus conversaciones!”. El técnico de 62 años creció en medio de intelectuales de Rosario, una ciudad argentina plena de cultura, con su treintena de salas de teatro (su hija Mercedes es directora de escena). El abuelo paterno fue un eminente jurista, fundador del derecho administrativo en el país; el hermano mayor, Ministro de Relaciones Exteriores (2003-2005), poeta y novelista, torturado por la Junta Militar a fines de los años 1970; su madre, profesora de historia y de literatura cuyo rigor calvinista influenció sobre sus hijos. Rápidamente convertido en un enamorado perdido del fútbol, Marcelo se aparta de la norma familiar, él, la criatura rebelde que se aburría en la escuela y esquivaba las lecciones de piano impuestas por su madre. Más tarde, las leyendas del tango (Roberto Goyeneche, Julio Sosa) llegaron para encantarlo. Y el cine, adonde el joven invitaba a sus conquistas. “Tenía mucho éxito entre las mujeres”, recuerda un amigo de la infancia que insiste sobre otro punto. “Su familia era pudiente, pero su madre provenía de un medio modesto. Marcelo, rápidamente, se identificó  con los más pobres, con los que jugaba al fútbol. Siempre fue muy sensible respecto de los que sufren”.

Esta sensibilidad social modeló a la vez su cinefilia y su visión del fútbol. “Los más pobres sólo tiene el fútbol para divertirse”, dijo el 20 de mayo último durante una conferencia en Bélgica. “Me cuesta pensar que sólo tenemos resultados para ofrecerles”.

“Bielsa armoniza filosofía de juego y de vida. El resultado es que él expresa un modo de ver el mundo. A la manera de un director de cine”. 
Luis Vera.

El entrenador propone un fútbol ofensivo, tomando riesgos, sin respiros. Espectáculo permanente ofrecido a manera de regalo a los simpatizantes, con los que él mantiene lazos privilegiados donde sea que trabaje. Cuando pasó por Marsella, el entrenador tenía el hábito de responder, a veces por teléfono, los correos enviados por los fanáticos. Y antes de acordar con el Lille, el argentino tuvo el detalle de llamar a un hincha histórico del Olympique para saber lo que el pueblo marsellés pensaría de su firma en el club. En Rosario, en Bilbao, los fanáticos cantan sus loas.

En Chile, donde transformó profundamente el fútbol, todo esto fue todavía más fuerte: existe el divertimento de decir que el seleccionador Bielsa (2007-2011) hubiera podido ser elegido presidente de la República. Su elección por vivir de manera rudimentaria en el centro de entrenamiento y su partida interpretada como un hecho político ayudaron considerablemente. Su interés por las películas chilenas, dulce reminiscencia de sus cuatro años transcurridos allí, nada tiene de sorpresivo. “Dentro de un mundo de fútbol manipulado por los intereses comerciales, Marcelo encarna una ética, algo de romanticismo”, dice admirativamente Vera. “Es más que un entrenador, porque su filosofía de juego está de acuerdo con su filosofía de vida. El resultado es que él expresa una manera de ver el mundo. Al modo de un director de cine”. El círculo está completo.

“En cualquier caso, pocos entrenadores tienen semejante conciencia del rol social y político que juega el fútbol”, resume el documentalista Gilles Pérez. En 2013, el festival Thinking Football, organizado por la fundación del Athletic Bilbao, difundió un film dirigido por Pérez y por Gilles Rof. Los rebeldes del fútbol retrata el combate político de cinco futbolistas: entre ellos, el chileno Carlos Caszely, valiente opositor al régimen de Pinochet. Ese día, Marcelo Bielsa estuvo en la sala, de la que se fue con sigilo al final de la proyección. “Algunos meses más tarde, el presidente de la Fundación nos llama para contarnos que Bielsa había difundido nuestro documental a los jugadores del Bilbao durante el período estival de preparación”, sonríe Gilles Pérez. “Diciéndoles: ellos han arriesgado sus vidas. Ustedes no ponen nada en riesgo. Entonces, ¡redoblen el esfuerzo!”. Y eso no fue todo: conmocionado por su historia, al entrenador argentino se le metió en la cabeza encontrar el número de teléfono de Carlos Caszely. Es posible que en algún momento, el chileno haya recibido, una mañana muy temprano, un sorprendente golpe de teléfono. 

*Nota publicada en julio de 2017 en la revista francesa L´ Equipe.
Traducción: Rafael Bielsa