Náufrago Morris no decepciona. Viene con un respaldo fuerte, el de haber ganado el Primer Premio Latinoamericano de Historieta, convocado por editoriales de distintos países, incluyendo las argentinas LocoRabia e Historieteca, que publicaron en estas tierras la novela gráfica de Pablo Franco y Lautaro Fiszman. Y no decepciona porque está a la altura de lo que se espera de una obra ganadora de un premio de ese tipo.

Lo primero que conviene saber de la novela gráfica de Franco y Fiszman es que es, técnicamente, historieta histórica. Aunque no parezca, aunque por la deriva del relato la asemeje más a una historia de folletines o, mejor, a una de esas “memorias” tan características de los colonizadores europeos en cuanto continente mancillaron. Pero efectivamente, Morris y otro montón de ingleses naufragaron malamente y fueron muriendo de a poco mientras sus pasos los llevaban por distintos caminos del mar abierto, de la Patagonia, las pampas y del Virreinato del Río de la Plata: motines, islas perdidas, tormentas, tribus nativas, funcionarios españoles más peligrosos que las lanzas de los otros, venta como esclavos y otras desventuras más propias de la colección amarilla de los libros Robin Hood que de los registros oficiales que, sin embargo, dan cuenta de los padeceres de Isaac Morris, tripulante de la fragata inglesa Wager, que efectivamente la dupla narra.

Náufrago Morris tiene varios méritos a considerar. En primer lugar, es una historia narrada desde perspectiva inglesa, pero evidentemente escrita por argentinos, lo que convierte a todo el relato en una crítica sobre el colonialismo tanto como un retrato reivindicativo de los pueblos originarios de la Argentina (y en cierto modo, de todo el continente). En segundo lugar, el guión de Franco es muy inteligente y sin forzar la mirada de sus lectores, sabe orientarla y además construye una doble deriva: la del personaje y la del relato. El protagonista está tan a merced de su destino y del capricho de quienes se encuentra como el relato mismo, que aprovecha ese devenir caprichoso del azar para ofrecer al lector una aguafuerte de la época. Franco organiza el relato con disimulo, con gran manejo del ritmo, para evocar la sensación de indefensión del protagonista y sus menguantes compañeros.

Ahí entra en juego el trabajo de Fiszman, quien no necesitaba consagración para quienes ya seguían su obra, pero a quien el premio viene a ratificar como un artista con peso propio. La portada del libro es transparente: el estilo que aparece allí es el que puebla sus páginas. No hay aquí rastro de la “estética cómic” de línea gruesa (o eso que los curadores de los museos mal llaman “estética cómic”). Su trabajo está más cerca del romanticismo de J. M. W. Turner (que también supo representar barcos perdidos en la bruma) que del plumín de Chester Gould en Dick Tracy. Con un trabajo excepcional, Fiszman convierte cada viñeta en un cuadro y la experiencia estética de cada página en un auténtico viaje. Uno al que vale la pena subirse a bordo.

Lanzamientos

Tierra de nadie (Roberto Barreiro y Edu Molina / Comic.Ar Ediciones)

Barreiro y Molina (ambos argentinos emigrados) ofrecen aquí tres relatos bélicos (ambientados en las dos guerras mundiales y la de los Balcanes de los ’90). Al menos, eso parece en primera instancia, porque la propuesta cede rápidamente el tempo al ritmo del horror sobrenatural. La dupla logra sostener el horror de la guerra con los mecanismos del terror fantástico y al mismo tiempo usa este para profundizar el primero. Además, un gran trabajo gráfico de Molina.

The League of Extraordinary Gentlemen (Alan Moore y Kevin O’Neill / Planeta Cómic)

Clásico incombustible de Moore, esta historia reune muchos de sus rasgos característicos: un guión puntilloso y complejo (que O’Neill resuelve con maestría y con un vuelo gráfico maravilloso) y la necesidad de ofrecer una mirada política sobre el imperialismo (el inglés, en primer lugar, pero también el norteamericano de fines del siglo XX). Todo eso sumado a la reinvención de figuras de la literatura folletinesca inglesa del siglo XIX y atravesado por una trama de espionaje. Imperdible.

Parto de Nalgas (Gustavo Sala e Ignacio Alcuri / Historieteca)

Suele verse la historieta experimental como incomprensible. Lejos de eso está Parto de Nalgas, donde el humorista gráfico marplatense y su colega uruguayo jugaron (y experimentaron) con el modo de producción. Suerte de delirio devenido novela gráfica, este libro se construye sobre la base de una variedad de cadáver exquisito en que el intercambio de diálogos improvisados encontró luego los dibujos de Sala para construir un libro que funciona tan bien o mejor que muchos meticulosamente planeados.

Knightmare (Emilio Balcarce y Jok / Rabdomantes Ediciones)

Knightmare parece el sueño húmedo de cualquier preadolescente que se copa con la fantasía y la ciencia ficción: en una Inglaterra post-apocalíptica vuelven las justas de caballeros que se mezclan con los horrores bíblicos, caballeros cyborgs, reality shows y resistencias a la Robin Hood con señoritas ligeras de ropa. Y si parece mucho es porque efectivamente, por momentos resulta sobrecargada la propuesta, aunque Jok consiga dar cierto sentido de unidad a toda la ambientación.

Viñetas

Fábulas, a dominio público

No es la primera (ni será la última) que un historietista de renombre se pelea con alguna de las grandes editoriales. Esta vez el protagonista de la batalla es el guionista Bill Willingham y su oponente no es otro que DC Comics. Tras años de discusiones, desaires y frustraciones, el multipremiado creador de Fables (“Fábulas”) anunció que ese trabajo, centro de su disputa como DC, pasará a ser de dominio público. Willingham señala en su anuncio que está harto de negociar con los responsables de DC Comics, se queja de control editorial y de pago de derechos de autor. Fables apareció por primera vez en 2002 como parte del sello Vertigo, que integraba DC. Duró 150 números y fue uno de los títulos más exitosos de la historia del sello. Vendió toneladas, ganó numerosos premios (incluyendo muchos Eisner) y la única sorpresa es que jamás devino en serie televisiva ni en película, aunque otras propuestas notoriamente similares, como Once upon a time sí aparecieron en pantalla. El concepto central de la historia era que los personajes de cuentos de hadas convivían en cierto punto con el de los humanos, aunque mantenían cierto aislamiento (una alegoría, señaló alguna vez Willingham, del Estado de Israel). El año pasado la serie reapareció bajo la forma de un spin-off de Batman en Batman vs. Bigby! A Wolf in Gotham, aunque los números aparecieron con lentitud, lo que estimuló la ira del guionista. Ahora, Willingham asignó los derechos de autor de Fables al dominio público, como protesta por el trato que –declara- DC le dedicó a él y su obra. “No puedo romper mis contratos con DC ni terminarlos unilateralmente, no puedo publicar cómics de Fables con nadie más que con ellos, no puedo autorizar a nadie a hacer una película excepto a ellos ni licenciar juguetes, y ellos aún tienen que pagarme regalías adeudadas (...). sin embargo, el nuevo propietario de Fables nunca firmó esos acuerdos. Para bien o para mal, DC y yo estamos trabados en este desafortunado matrimonio, quizás para siempre. Pero ustedes no. Si entiendo bien la ley, ustedes tienen ahora los derechos a hacer uss propias películas, dibujos animados y libros de Fables, a hacer sus juguetes y lo que quieran con eso”.