Las luces se encienden y sobre el escenario se puede observar el frente de una típica casa costera del sur de la provincia de Buenos Aires. Cinco personajes entran a escena y observan un mar lejano tapado por las dunas. Uno de ellos toma la palabra y comienza a narrar la historia de la princesa rusa, un personaje mágico que visitó aquella casa en el pasado y que atravesó a todos los que la conocieron.

Así comienza “La Princesa Rusa”, la obra escrita por Juan Ignacio Fernádez que presenta el encuentro mínimo de un grupo de personajes atravesados por el peso del pasado, el deseo y las reflexiones sobre el lugar que ocupa la literatura en la narración de las propias vivencias. Dirigida por Julieta Abriola y protagonizada por Tamara Belenky, Juan Castiglione, Jesús Catalino, Matias Marshall, Tina Sconochini y Carolina Tejeda, la obra se inserta dentro de un profundo universo ficcional que el prolífico y premiado dramaturgo construyó a lo largo de los años. Un universo donde los vínculos familiares, y su diálogo con una naturaleza salvaje nacida en la provincia de Buenos Aires, ocupan un lugar protagónico.

--Al igual que muchas de tus obras, La Princesa Rusa comienza con el regreso de uno de los personajes a la casa materna ¿Qué encontrás en esta temática?

--No es algo muy consciente, sino que lo fui descubriendo a medida que escribía las obras. Muchas veces te das cuenta muy tarde, a pesar de que está muy a la vista. Trabajando con Cristian Drut en dos obras donde aparecía la situación del regreso y él me propuso hacer la trilogía del regreso, algo que yo no había observado hasta el momento. Son cosas que muchas veces las ve otro y no uno. Yo creo que hay algo con la familia que me atrae mucho, en esas relaciones en cierta medida extrañas o muy naturalizadas que rodean a lo familiar. El regreso me parece que permite que aflore todo eso: situaciones del pasado, del presente y del futuro. Me imagino que por ahí viene. Es como si fuese pintar el mismo cuadro siempre pero con diferencias, encontrando nuevas formas cada vez. Juega un poquito eso, pero desde un lugar muy inconsciente.

--Has dicho que Antón Chéjov era uno de tus referentes. Él hace de los desplazamientos campo-ciudad un catalizador de ciertos deseos frustrados que también están presentes en tu obra ¿Sentís que este tema te es propio?

--En La Princesa Rusa hubo una intención clara de hablar del deseo en un sentido amplio. Por eso, también siento que es una obra que tiene mucho aire, mucho espacio, que no da todas las respuestas porque creo que eso es lo que nos pasa con el deseo. Por otro lado, yo justo en ese momento estaba atravesando el trabajo de adaptación de La Gaviota de Chéjov. Entonces, me imagino que apareció todo eso, también. A mí me ayuda mucho, como seguramente le pasó a él, ese desplazamiento de salir de la ciudad. Para mí en esos lugares de naturaleza, donde el orden de lo salvaje se empieza a meter en lugares no tan salvajes como lo es una familia, ayudan un montón para desplegar esos vínculos de deseo.

--Hablando de la adaptación que realizaste de La Gaviota, en ella le diste la voz narradora a Masha, el único personaje que carece de esta movilidad campo-ciudad, lo mismo que sucede en La Princesa Rusa. ¿A qué se debe?

--Ahí creo que está el lugar de la observación. En mis obras, los narradores son los personajes que están más de costado, observando lo que sucede, tratando de entender. Me parece que al momento de narrar los vuelve muchísimo más atractivos. Para mí, los personajes protagónicos son los más difíciles de entender. Siempre encuentro más atractivo al que anda en los márgenes porque me permite incorporar miradas mucho más interesantes. Creo que ese interés se debe un poco a que se acomoda más a mi situación en la niñez. Creo que de ahí, de mi niñez, saco todo lo que hoy escribo. Son todas imágenes que surgen desde la observación.

--¿Cómo es eso de la niñez?

--A mí todo lo que implicó mi niñez y mi adolescencia en San Pedro me generó un universo de imágenes muy importante. Mucho de lo que escribo nace de ahí. Yo vivía en un departamento en Valentín Alsina, pero tenía a mi familia en San Pedro y viajábamos todos los fines de semana. Creo que el universo fantástico de estos lugares llenos de vegetación y de animales, de los que yo era extranjero, me armaron un imaginario muy potente Entonces, la mayoría de mis obras nacen de esa inspiración, del Paraná, de la isla, de esa vegetación. Hay algo ahí que en algún momento me atrapó. Desde ese lugar, se empiezan a generar estas otras cuestiones más de vínculo que creo que vienen de otro lugar. Cuestiones como pueden ser tratar de entender qué es la familia, que es el amor, por qué nos enamoramos o por qué dejamos de amar. Pero creo que ese cruce de los salvajes y lo ultra normativo, como puede ser la familia, forma parte de mi obra.

--Si bien en La Princesa Rusa no está el Paraná, la naturaleza está muy presente y el mar cumple un rol simbólico fundamental ¿Cómo trabajás los espacios en tu dramaturgia?

--Yo creo que hay una búsqueda ahí de pensar el espacio desde la corporalidad. Si yo estoy hablando de una casa, me parece importante que se entienda qué se ve desde las ventanas de esa casa y cómo los personajes interactúan con ella. Lo pienso mucho desde la actuación porque, al final del día, al escribir estás actuando a todos los personajes. Entonces, entender cómo te atraviesa mirar un río desde una barranca, o cómo la vegetación se te está metiendo en tu casa, o cómo se ve la noche cuando estás afuera, me parece importante. Entiendo que un personaje es de un modo por cómo mira el espacio. No tenerlo en cuenta a la hora de escribir, o al momento de realizar la puesta, me parece una pena porque es lo que permite salir de una situación muy cerebral de la escritura.

--¿Cómo te vinculas con entregar tu texto para que lo dirija otro?

--Cada proceso es diferente. En La Princesa Rusa la particularidad es que yo la escribí sabiendo que quería que el texto lo dirigiese Julieta Abriola. No siempre sucede eso. Muchas veces me piden textos. En este caso, a pesar de que yo la escribí solo, mi intención era que Julieta la dirigiese y, por lo tanto, también al momento de escribir, así como muchas veces ayuda a pensar en algún actor o en alguna actriz para la escritura, yo acá escribí sabiendo que Julieta la iba a dirigir. En este proceso de entregar el texto, me parece importante abrir grietas en la historia, no dar todo por sentado, dejar personajes sin definir por completo. Esa incertidumbre me parece que es muy rica porque en la dirección empieza otra instancia. El director o la directora crea otro objeto de arte y está buenísimo que tengan libertad. En este caso, Julieta captó enseguida lo que necesitaban esos personajes y empezó a buscar actores y actrices que pudieran andar con eso.

La Princesa Rusa puede verse todos los viernes a las 20 horas en el Teatro del Pueblo, Lavalle 3636. Además, Juan Ignacio Fernadez tiene en cartel “Gaviota” en Apacheta Sala Estudio y “Precoz” en Dumont 4040.