Está rota la escena, destripado ese cuerpo que funciona como referencia. Por el contrario, el actor tiene la contundencia de un ser que se muestra completo, íntegro, entregado a la historia. El personaje narra su aventura que sucede en el cuerpo. La primera imagen habla del final y es en el derrumbe de esa escultura donde el conflicto sucede como una pequeña sublevación.

David va al museo de Bellas Artes a contemplar una réplica del David de Miguel Angel y su apreciación de la obra de arte es literal y pornográfica. David ve un cuerpo desnudo, demasiado blanco, con la pija expuesta. Ve la belleza clásica, la perfección y transita por la experiencia del deseo. Refugiado en el baño suelta su pija y entra Juan, un hombre rubio que lo mira con lascividad. Allí mismo reproducen la escena en cualquier tetera. Entonces el joven protagonista de esta historia comienza un discurso descriptivo, una excursión por las maravillas orales de los encuentros sexuales entre desconocidos que suscitaron tanta literatura y tanto mito.

En El David marrón la homosoxualidad parece ir hacia sus propios relatos y crear un tiempo amplio donde, por momentos, las costumbres y usos de los años sesenta o de los ochenta parecen repetirse en este presente sin muchos cambios. Es que la palabra en su forma política, esa que une lo sexual con el color de la piel, no puede separarse del protagonista. David Angel Gudiño, el actor y dramaturgo de esta obra es un militante de la causa marrón. Su arte, tanto en el plano de la actuación, la escritura o la performance se propone como una intervención donde lxs espectadorxs no solo pueden divertirse o disfrutar de su obra sino que son llevadxs a pensar en las características de los personajes y lxs artistas que acostumbran ver. Es allí donde la cualidad de marrón se convierte en un elemento temático ¿Cuántas personas de piel oscura se ven en los escenarios, en las pantallas, en los lugares de toma de la palabra?

Pero volvamos a la historia de El David Marrón. Lo que podría haber sido un instante de sexo rápido devine en flechazo amoroso signado por el color de piel. David es moreno, tiene la piel oscura y como nació a diez cuadras de la frontera con Bolivia resulta alguien que debe corroborar su identidad a cada paso. Su novio rubio y abogado lo salva de la vigilancia y la sospecha, lo alecciona sobre los modos de defenderse y lo reta un poco porque no entiende el mundo ni la realidad en la que habita David, una realidad que comparten pero que es exageradamente lejana porque la apariencia diferente de ambos crea una distancia que siempre tiene que ver con la mirada de lxs otrxs.

Hay en El David marrón un juego con los estereotipos que se sustenta o justifica en el hartazgo que experimenta el protagonista.

La belleza hegemónica, en disputa

En el libro El sentido de lo marrón, publicado hace unos meses por Caja Negra Editora con traducción de Hugo Salas, José Esteban Muñoz señala que el gesto de invadir ciertos territorios sagrados, como podría ser aquí un museo y sus concepciones canónicas de la belleza, las formas corporales y los colores de piel, se convierte en un desafío político que esos cuerpos marrones se animan a realizar para poder apropiarse de los espacios donde se ha instaurado una noción de sujeto universal. 

David quiere disputarle al David de Miguel Angel la belleza, entendida como una categoría tanto corporal como espiritual. Cuando su novio lo lleva a la sala donde se expone el arte argentino y se enfrenta a "La vuelta del malón", un cuadro de 1892, realizado por Ángel Della Valle, la figura de los indios aparece borrosa y la que ocupa el protagonismo es la cautiva blanca. Se sabe que también hubo cautivas indias en manos de los conquistadores pero no se encuentran cuadros que relaten estos hechos. Los indios en las películas siempre aparecen huyendo y en los cuadros son seres bestiales, indiferenciados que realizan algún acto salvaje. Hay toda una codificación, una costumbre al momento de pensar y exponer las imágenes de los cuerpos no blancos que los ubican en una categoría contraria a la admiración. Nadie contempla el cuerpo de un indio en un museo como se contemplan las esculturas renacentistas. Recordemos que alguna vez los indios fueron expuestos en lugares como el Museo de Ciencias Naturales de La Plata bajo criterios que los asimilaban a rarezas, degradados en su humanidad, como fetiches de zoológicos humanos.

La puesta de Laura Fernández hace de las imágenes su estructura narrativa, no solo por lo espectacular e impactante que implica ver esa cabeza, esa pierna donde sobrevive un falo pequeño y esa mano que, separadas de la completud del cuerpo, pasan a tener otro significado (un hallazgo de la escenografía creada por Norberto Laino, que, como es su costumbre, diagrama la puesta). La idea de romper con la forma clásica, con la armonía y la simetría (digamos una vez más que solo aparece una pierna del David de Miguel Angel) implica una especie de reescritura. 

Con el gesto de vandalismo que realiza el David marrón de esta historia, se presenta un nuevo acto artístico, una suerte de performance deconstructiva o destructiva donde ese cuerpo escultórico va a participar de las prácticas sexuales del protagonista. Los dedos de la mano serán un pene que él se lleve a la boca, el actor se animará a penetrar los restos de esa escultura como si fueran el culito de su novio Juan. El cuerpo se muestra y juega con el límite de lo explícito pero la ficción se mantiene. Para el intelectual cubano radicado en Estados Unidos, José Esteban Muñoz, lo marrón expresa una afectividad disidente, una estrategia de las minorías para discutir desde el afecto.

Manifiesto + performance

El texto de David Angel Gudiño une el manifiesto con la performance. Que el autor y el protagonista sean la misma persona podría llevar rápidamente a la idea de un biodrama pero la decisión de Gudiño es más interesante porque al elegir un museo como escenario y al proponer como antagonista al David de Miguel Angel, la impronta ficcional le da a su declaración, a sus postulados políticos una enunciación poética. David arma un triángulo amoroso entre Juan y ese David de la escultura. Ya el nombre que recibe (David Angel) nos lleva a imaginar que su madre fue la que plantó la simiente de esta obra. Ese universo doméstico en el que Juan y David se enfrascan, y que los convierte en una pareja, siempre funciona en relación a ese David del encuentro primero del museo. El David Marrón le disputa el protagonismo al David blanco y lo convierte en un voyeur de sus encuentros sexuales. Ese hombre perfecto no puede coger, solo ser contemplado.

A la vez David se identifica con el David escultórico en su proeza de vencer a Goliat, entonces cada obstrucción social que sufre, cada momento en el que deviene en figura sospechosa o vulnerable, se precipita la posibilidad de una pequeña épica. Él también le puede ganar a ese gigante social que clasifica, discrimina, define y quiere disponer de un espacio y un tiempo controlado donde las funciones de los sujetos estén asignadas de antemano. Jacques Ranciére señala que la política sucede cuando los espacios se alteran y las personas desobedecen los protocolos de su rol.

Muñoz, en el libro recientemente publicado por Caja Negra, se refiere a la performance como una instancia de lucha afectiva privilegiada de lo Marrón donde el límite entre la ficción y lo real siempre es impreciso. De hecho esta obra no deja de ser una intervención del protagonista sobre lxs espectadorxs para que se pregunten cuántas historias de hombres o mujeres marrones suelen ver en los escenarios de Buenos Aires.

Revolución emocional

David aparece con la cara transpirada, hay una potencia en su actuación que se relaciona con lo que Muñoz identifica como la discusión sobre las formas sentimentales oficiales. Muñoz lee la realidad desde esa obligación de reproducir comportamientos, de controlar las emociones, de disciplinarse en los dispositivos de un temperamento moderado. El latino está obligado a ser poco efusivo, a sentir menos. Se lo caracteriza como estridente y desaforado. En esta obra Gudiño y Fernandez presentan un personaje que no quiere adaptarse, que elige cuestionar los modos de comportamiento y preguntarse por qué no se puede vivir y amar de otra forma. 

La apuesta de Muñoz en su libro (que es en realidad una recopilación de artículos inacabados ya que el académico cubano falleció en el año 2013) es también la apuesta de la directora, el actor y autor de esta obra sintetizada en la idea de una revolución emocional. Hay que conquistar un territorio donde esos sentimientos inapropiados puedan ser válidos. Desidentificarse es un proceso que sintetiza el principal conflicto: permanecer en la memoria sin quedar ancladx a ella, deshacerse del pasado sin perderse en un presente que elimina la singularidad y, al mismo tiempo, entender que es urgente trascender esa particularidad. La performance funciona como la estructura que habilita la acción, la intervención social bajo un soporte ficcional. Los sentimientos pueden operar como una forma de resistencia.

Muñoz establece un paralelo entre lo marrón y lo queer, algo que ocurre también en esta obra. Lo que Gudiño señala es que no se deja de ser racista por ser homosexual. Él también se siente como una figura exótica en las reuniones sociales de las que participa durante su relación con Juan. El marrón, el indio (al igual que el negro) son sexualizados. Esto significa que el placer sexual que proporcionan se queda en esa intimidad. En esta obra el desafío de formar una pareja siendo tan diferentes permite pensar como Juan y David pueden compartir el mismo deseo homosexual pero que esa elección es mucho más aceptada, en términos sociales en Juan que en David. Cuando Muñoz discute la pertinencia de usar términos como hispano o latino, lo que termina definiendo su elección por lo marrón tiene que ver con esa visibilidad del problema. Mejor es usar la palabra que expone el color de piel como aquello que molesta, del mismo modo que Franz Fanon señalaba que la primera manifestación del racismo era el rechazo al olor del otro.

Copi realizaba un desplazamiento donde hacía de la homosexualidad un universal que permitía leer la totalidad de la escena social y política. Su Eva Perón travesti resultó siempre insoportable por la imposibilidad de interpretarla desde la parodia, donde quedaba revelada la representación. Todos los personajes de Copi devienen en homosexuales, más allá de su género o elección sexual. Lo que hace Gudiño aquí es un procedimiento similar. Lleva la condición de lo marrón como un dispositivo para mirar el arte y, a partir de allí, los modos de legitimación de una fisonomía y de una narrativa visual que otorga categorías muy claras. Al ubicar su propuesta en la actualidad, al realizar un trabajo de montaje entre mingitorios y cuadros, entre teteras y crítica de arte se permite un desplazamiento del deseo a una forma sensible y social que tiene como propósito impregnar del afecto marrón lo real para hacer presente ese sentir que permanece invalidado. 

Sostener la ideología del sentir, de la afectividad, implica una apertura que supone cambios, mutaciones y también una capacidad para integrar y convivir con el conflicto. Porque en esta obra no se plantean soluciones, lo que se ofrece desde los procedimientos teatrales es una potencia capaz de crear otros mundos pero también de activar los existentes, hacerlos jugar en un campo de fuerzas siempre abierto. Un hombre desnudo con un martillo en la mano: una representación insubordinada de la belleza.

El David Marrón se presenta los viernes a las 21 en el Centro Cultural 25 de Mayo (Av. Triunvirato 4444, CABA). Entradas: $1800