Un joven fue a una peregrinación. Lo entrevistaron y contó una situación personal de su vínculo afectivo que lo angustiaba. El joven le preguntó al periodista: “Esto no va a salir en ningún lado, ¿no?”. La persona que lo entrevistaba les responde que “no”.

El video con la declaración personal del joven se viralizó en las redes digitales. Cómo midió, rápidamente los medios de comunicación que ocupan posiciones dominantes con incidencia nacional y regional replicaron el video.

El joven claramente había manifestado su deseo de que ese testimonio no se difunda. La información compartida era personal. (Cabe aclarar que no comparto el enlace a la nota, ni de la entrevista porque el objetivo es problematizar la comunicación actual, no revictimizarlo).

Hay una pregunta imprescindible: ¿cuál es el límite ético en nuestro ejercicio profesional?

Hace un tiempo otra publicación de un portal de noticias de alcance nacional me llamó la atención: a una persona se le atoró la cabeza entre los asientos de un tren. Una situación probablemente que el protagonista la sintió humillante. Fue una noticia que atravesó las redes digitales y ocupó parte de la agenda informativa.

¿Por qué se difunden? Lamentablemente, pareciera que buena parte de las audiencias encuentran cierto goce en ver que otra persona sufre una situación humillante. Lo que se pierde de vista es la empatía: esa cobertura periodística va a tener un impacto negativo en las personas que protagonizaron el hecho. Paralelamente el medio de comunicación tiene otro nivel de responsabilidad. Según la Ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual los medios tienen entre sus objetivos la construcción de una sociedad de la información y el conocimiento, la promoción de la expresión de la cultura popular y el desarrollo cultural, educativo y social de la población y la actuación en base a principios éticos.

Nada de esto parece importar. En el contexto actual para muchas empresas informativas el único objetivo es que mida, más allá de cualquier filtro ético / político.

La problemática actual es que los espacios periodísticos son monitoreados por sistemas de métricas e indicadores de contenido digital que miden los clickbait de cada noticia y el tiempo de lectura de la audiencia.

A la caza de clickbait una parte importante de la comunicación actual parece navegar en relatos efímeros que sólo son anécdotas superficiales o humillantes, con titulares profundamente engañosos o directamente falsos.

En el trabajo “Métricas y cuantificación del rendimiento individual de los periodistas”, la Doctora en Ciencias Sociales y Humanas Lorena Retegui concluye que “ninguno de los entrevistados consideró que los resultados de las métricas se traduzcan en calidad periodística”.

La noticia no debería ser sólo una mercancía para atraer audiencias. La noticiabilidad de un hecho es un posicionamiento político ideológico del medio y del periodista. Es decir, se visibiliza un evento para problematizarlo, para analizar sus causas y para incidir en la agenda pública con esa preocupación.

Parafraseando a Pierre Bourdieu, se puede y se debe luchar contra el rating y las métricas en nombre de la democracia, porque estas son las sanciones del mercado. Necesitamos una comunicación democrática que nos invite a cuestionar las injusticias, inequidades y violencias de la sociedad actual.

* Licenciado en Comunicación Social UNLZ. Especialista en Comunicación y Culturas UNComa. Profesor UNRN.