La electricidad llegó recién en 1987. Hasta hace una década solo se animaban los viajeros más intrépidos. Y si bien el secreto se difunde cada vez más rápido, todavía se encuentra en esta isla una porción virgen y agreste del Caribe mexicano.
Holbox está ubicada a dos horas en auto de Cancún –y 20 minutos en ferry– pero a una distancia sideral de sus casinos y hoteles “todo incluido”. Sus 42 kilómetros de largo y dos de ancho están rodeados solamente por playas de arena blanca, que forman parte de la reserva natural Yum Balam, una de las regiones ecológicas más importantes del mundo por su enorme diversidad de especies y ecosistemas. Allí habitan varios animales en peligro de extinción y es una muestra de su biodiversidad la gran variedad de especies: 150 contando solamente las aves, incluyendo pelícanos, flamencos y garzas.
El pueblo de Holbox (se pronuncia “jolbosh”) comprende poco más que unas seis calles de arena. La principal es Avenida Tiburón Ballena, que de avenida no tiene nada. Pero aquí nadie se rige por los nombres de las calles.
No hay autos en ningún lugar de la isla; solo algunos carritos de golf eléctricos y bicicletas. El corazón del pueblo es el mercado, donde cada día los puesteros venden frutas, verduras y delicias recién llegadas del mar, en especial langostas, que por estas aguas abundan. Los restaurantes las compran para hacer la especialidad de la isla: pizza de langosta, perfecta para disfrutar con cerveza o una margarita cuando cae el sol.
En la plaza hay carritos de comida callejera y locales que pasean con sus mercancías, desde gallinas hasta ponchos y otras artesanías. Por estos pagos también resaltan las casas pintadas de colores y techos de paja, pero sobre todo el arte callejero: murales hiperrealistas de niñas, de mujeres, de animales que nos harán mirar dos veces para comprobar que no es una foto. Estas pinturas tienen su razón de ser en el festival anual IPAF-Soñando por Holbox, que convoca a artistas para pintar las construcciones y las paredes venidas a menos, con el objetivo de darles una impronta más colorida.
Pese a su aire descontracturado, a la gente descalza, al mercado local y a ese wi-fi que viene y va, Holbox también exhibe un costado más chic: el de las tiendas de diseño independientes, las galerías de arte que se esconden por ahí, los restaurantes casi de lujo o los hoteles boutique que, si bien se hacen llamar ecológicos y tienen pocas habitaciones, no escatiman en confort. Entre ellos el hotel y restó Nubes, o Casa de las Tortugas, bien valen la pena una visita. También hay que descubrir los bares tipo multiespacio que combinan música en vivo, platos gourmet y de autor, y hasta tiendas de decoración o indumentaria. A agendar en este rubro: Luuma Gathering Bar, en una de las esquinas de la plaza, perfecto para celebrar una noche especial.
MAYAS Y PIRATAS A primera vista, Holbox parecerá una isla nueva, recientemente descubierta: las playas son de estilo paraíso, vírgenes la mayoría, sin tantos habitantes (unos 2200) ni hoteles. Sin embargo esconde un pasado con historia, que empieza en la época prehispánica, cuando la habitaron diversos grupos mayas. Ellos construyeron asentamientos costeros que servían de guía para la navegación y como puntos de intercambio comercial; todavía pueden verse algunas torres en forma de ruinas. En ese entonces la isla pertenecía al cacicazgo de Ecab y tenía bastante importancia política y espiritual para los mayas. Holbox significa “hoyo negro” en esa lengua, por sus varios cenotes y manantiales subterráneos, que para estas poblaciones indígenas eran fuente de juventud.
Un poco más adelante, durante los siglos XVII y XVII, arribaron centenares de grupos de piratas, y en 1873 se instalaron bucaneros europeos. Pero del viejo Holbox casi no queda nada más que algunas ruinas: un huracán arrasó con todo el pueblo en 1886, y la villa fue refundada un par de kilómetros hacia el este, donde se encuentra hoy.
Actualmente las autoridades municipales y portuarias trabajan para preservar la isla como un destino turístico ecológico y virgen, con construcciones de poco impacto ambiental y evitando que llegue el turismo de masas. Sin embargo, la intuición dice que la belleza natural y el encanto auténtico de Holbox no durará mucho más, por lo que vale la pena apurarse a conocerlo.
HACER O NO HACER Si el objetivo es desconectarse de todo, será fácil lograrlo. Playas blancas, mar plano y poco profundo, surcado por hileras de palmeras. Agua que rota del turquesa al azul profundo, o a un verde esmeralda según el impredecible sol caribeño. Con un trago en la mano, la única preocupación será el protector solar y el repelente de mosquitos para cuando cae el sol.
Sin embargo, si hay sed de aventura, la isla no defrauda. Holbox es un santuario de mantarrayas, delfines, langostas, pulpos y tortugas marinas. Y no solo eso. También pasan por aquí los gigantes tiburones ballena, que pueden medir hasta 15 metros de largo. Son los peces más grandes del mundo, y cada año entre mayo y octubre llegan a la punta norte de la península de Yucatán para alimentarse y aparearse.
Desde la isla se organizan excursiones para hacer snorkel y nadar pegados a estos gigantes. Encontrarlos no es difícil, porque se mueven juntos y prefieren el agua superficial cálida. Se alimentan de plancton, son dóciles, lentos y gentiles, y les resultan bastante indiferentes los buzos o nadadores. Sin dudas, una experiencia surrealista inolvidable… para los corajudos.
La excursión del tiburón ballena incluye también la posibilidad de pescar y luego preparar un ceviche con lo que trajo el anzuelo. Acto seguido, llegará el momento de catarlo en la cubierta del barco junto a una cerveza local.
Otra travesía que vale la pena es recorrer en kayak los manglares, donde suelen encontrarse cocodrilos asoleándose, flamencos rosados pescando y otras especies de aves y peces. El recorrido se hace remando, en dos etapas de 45 minutos cada una, y resulta una buena manera de explorar los diversos ecosistemas de la isla.
Bajo este mismo norte, también habrá que descubrir Punta Mosquito, otra playa estilo paraíso donde abundan flamencos y aparecen las olas. Se llega en lancha, y si sobra energía también en bicicleta. Es una playa virgen y ventosa, por lo que resulta un buen lugar para practicar o aprender kitesurf durante el invierno mexicano.
Cuando el sol cae, la mejor propuesta es dirigirse a Punta Coco. Desde el centro se llega tras una caminata de 40 minutos por la playa. El final es otra costa llena de vegetación, aguas pacíficas y un espectáculo de colores en el cielo para contemplar. Una cita obligada en Holbox, la isla maya de la naturaleza pura, de la calma continua y de la vida simple, que todavía existe en esta ribera.