“No seas hostil con los extraños, quizás sean ángeles disfrazados” dice un poema de W. B. Yeats escrito sobre el marco de una puerta inexistente en la librería Shakespeare and Company. La frase no podría ser más oportuna, ya que este rincón de París es sitio de peregrinación para miles de lectores que husmean entre sus estantes, leen en los sillones y hasta se animan a pasar la noche en las camas escondidas entre las bibliotecas. Porque “la librería más famosa del mundo”, como se llama el libro del periodista canadiense Jeremy Mercer que recopila la historia del lugar, no es simplemente un local de venta de libros, sino un punto de encuentro para intelectuales, escritores, turistas y curiosos de todo el globo. Allí se venden y se prestan libros en inglés, pero también se puede dormir, escuchar lecturas, asistir a talleres, conocer escritores o espiar la bohemia de la colectividad angloparlante de París.
La actual Shakespeare & Co está situada frente a la Catedral de Notre Dame, en la orilla izquierda del Sena. Es fácil reconocerla: la entrada tiene un toldo verde y un llamativo cartel amarillo con letras negras algo despatarradas, pizarrones que despliegan frases escritas en tiza, mesas y estantes cargados de libros sobre la vereda. Muchos reconocerán entre sus espacios el lugar donde se filmó la primera escena de Antes del atardecer, de Richard Linklater, cuando Jesse y Céline se reencuentran después de nueve años, él convertido en un famoso escritor que viene a dar una charla a París. Otros identificarán aquí la atmósfera onírica de la película de Woody Allen Medianoche en París, y buscarán los fantasmas de Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald o Gertrude Stein.
UN CATÁLOGO SIN FIN El interior de Shakespeare and Company es un universo mullido y desaliñado donde se superponen libros, sillones, objetos y hasta un piano para improvisar algún acorde. La planta baja está dedicada a la venta de libros: en sus mesas y estantes conviven Orgullo y prejuicio de Jane Austen con Los juegos del hambre de Suzanne Collins; Hermosos y malditos de F. Scott Fitzgerald con El diario de Bridget Jones de Helen Fielding. El catálogo de la librería es infinito y ecléctico: entre sus estantes se pueden conseguir nuevos, usados, clásicos, best-sellers, traducciones, libros de ocasión y ediciones muy codiciadas.
La recorrida lleva al primer piso, donde hay un salón de lectura con sillones y escritorios antiguos para disfrute de los visitantes. En el fondo hay un ventanal con vista a la Catedral de Notre Dame y una mesita dispuesta con una máquina de escribir para inspirarse frente a las torres, gárgolas y campanarios. Entre las bibliotecas hay cientos de leyendas manuscritas que se disputan un lugar en las paredes, como si se tratara de botellas lanzadas al mar. Allí se esconde una frase de Julio Cortázar escrita en castellano: “París, la ciudad donde el amor se llama con todos los nombres”. Otro mensajito de papel incluye un deseo más terrenal: “Un día voy a aprender cómo usar la máquina de escribir”. En el salón hay varias máquinas de escribir con carro que ya no funcionan, pero que ayudan a recrear la mística del lugar que en la década del 50 frecuentaban los escritores de la generación beat. Ajeno a la bohemia beatnik, un joven millennial se desparrama en un sillón con una computadora sobre la falda, mientras un gato duerme sobre una de las camas escondidas entre las bibliotecas.
La tradición que distingue a esta librería de otras es su hospitalidad: cualquier viajero que necesite un lugar para alojarse puede hacerlo a cambio de pequeños trabajos en la librería. También se sugiere leer un libro al día y escribir una breve autobiografía para guardar en los archivos. Se calcula que más de 40 mil personas se alojaron aquí. Según cuenta Jeremy Mercer en La librería más famosa del mundo, entre los huéspedes que pernoctaron en la librería alguna vez estuvo el joven y tímido Kurt Vonnegut, que por entonces aspiraba a ser cineasta, el escritor William Burroughs, que se documentaba en los anaqueles sobre deformidades patológicas para alimentar su novela Almuerzo desnudo, o un joven Allen Ginsberg, que robaba los mismos cuadernos ilustrados que le había vendido al dueño.
SHAKESPEARE AYER La primera Shakespeare and Company fue fundada en 1919 por la estadonidense Sylvia Beach en un local ubicado en la Rue Dupuytren, que luego se trasladó a la Rue de l’Odéon. El lugar fue un refugio para los escritores angloparlantes de la generación perdida como Ernest Hemingway, Ezra Pound, Gertrude Stein, James Joyce y F. Scott Fitzgerald. La dueña montó una pequeña editorial, que en 1922 publicó el Ulises de James Joyce, obra que había sido prohibida en Estados Unidos e Inglaterra. Quien hurgue hoy entre sus anaqueles encontrará a la venta una de las codiciadas primeras ediciones de 1924, pero tendrá que desembolsar 2500 euros para llevarla a casa.
La librería funcionó hasta 1941, y según cuenta la tradición debió cerrar porque Sylvia Beach se negó a vender el libro Finnegans Wake de James Joyce a un oficial nazi, bajo el pretexto de que era su último ejemplar. Poco después el alemán confiscó el local, que nunca volvió a abrir a las órdenes de su mítica dueña.
El 1951, el estadounidense George Whitman abrió otra librería anglosajona en París en la Rue de la Bûcherie, donde se encuentra actualmente. Por entonces se llamaba Le Mistral, pero en 1964 cambió su nombre por el de Shakespeare and Company en honor a su predecesora. En esta segunda etapa bajo el comando de Whitman, que no tiene parentesco con el poeta, el lugar también se convirtió en un faro cultural, en este caso de la llamada “generación beat”: Jack Kerouac, William Burroughs, Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, Gregory Corso. También pasaron figuras como Samuel Beckett y Henry Miller.
La escritora Anaïs Nin describió así en sus diarios el ambiente del lugar: “Y allí junto al Sena estaba la librería… una casa de Utrillo, no demasiado firme en sus cimientos, pequeñas ventanas, persianas arrugadas. Allí estaba George Whitman mal alimentado, con barba, un santo entre sus libros, prestándolos, alojando a amigos sin dinero, poco interesado por vender, en el fondo del local, en una pequeña y abarrotada habitación, con un escritorio y una pequeña estufa. Todos se quedan a conversar mientras George trata de escribir cartas, abrir su correo, ordenar los libros. Una pequeña e increíble escalera circular conduce a su habitación o al dormitorio comunitario donde se espera a Henry Miller y a otros visitantes que se hospedan.”
Whitman manejó la librería durante más de cincuenta años con coherencia y generosidad. Solía cocinar para sus huéspedes, alojar a los viajeros, cobijar a nuevos talentos, prestar el lugar para eventos culturales. Había pasado su juventud viajando por el mundo, cultivaba un ideario socialista y apreciaba la hospitalidad con los extraños. Vivía en el piso superior de la librería donde murió en 2011, a los 98 años. Lo sucede su hija Sylvia Whitman (bautizada así en honor a Sylvia Beach, primera fundadora de la librería) que mantiene intacto el espíritu del lugar.
Una pizarra reproduce palabras del fundador de la librería: “Algunos me llaman el Quijote del Barrio Latino porque mi cabeza está tan en las nubes que me imagino que todos somos ángeles en el paraíso. En lugar de ser un vendedor de libros, soy como un novelista frustrado. Esta historia tiene habitaciones como capítulos de una novela, y el hecho es que Tolstoi y Dostoievski son más reales para mí que los vecinos de la cuadra”.
Hace dos años la librería cumplió un sueño que Whitman había acariciado durante años: abrió un café en otro local contiguo donde se sirve comida orgánica y vegetariana.
Cualquiera que se sienta desalentado frente a la belleza indiferente de la ciudad, o que como el protagonista de Medianoche en París busque la bohemia y el espíritu de otras épocas, puede probar con internarse en el cálido universo de Shakespeare & Co, donde los personajes saltan de las bibliotecas y nos recuerdan que, como en tiempos de Hemingway, París sigue siendo una fiesta.