La luna parecía una O brillante a pleno a través de la ventana del cuarto que se impregnaba de reflejos cambiantes al traspasar o estallar contra la infinitud interpolada entre los espejos y cristales. El efecto era intenso y bello pero el éxtasis que le prodigaba no lo dejaban conciliar el sueño, así que decidió esperar a que su madre se durmiese para levantarse y salir a recorrer quizá con un resto de la imprudencia habitual de sus días, la noche plagada de silencio y por qué no, de imprevisibles fantasmas. Una o dos horas después, salió a la calle desierta y sigilosamente se asomó por el paredón de la bajada para verificar si Don Juan, el misterioso inquilino del depósito de los Evdemón, propietarios de la estación de servicio de la esquina, leía a la sola luz de la Luna.
Después, como si hubiese comprobado con satisfacción que no sólo él entraba en posesión de la madrugada y de los signos inscriptos en el libro de la noche, prosiguió su fuga…
Siguiendo por el angosto pasillo de la vereda que desembocaba en el comienzo del parque y el blanco planetario tuvo la sensación atemorizante en principio, de que alguien nerviosamente lo seguía. No se atrevía a mirar por encima de su hombro hacia atrás y al cruzar la calle que atravesaba el parque hasta la barranca, se dio cuenta que era su sombra… La inminencia del temor se transformó en sonrisa pero tuvo que sentarse en el primer banco que halló, para adormecer la ansiedad y restablecer su relación con la armonía.
Menos mal que te has detenido, dijo la sombra, ya estaba preocupada con esa manía de confrontar la verdad con la forma conocida del tiempo.
Tal vez se debe a que llego a un libro donde todas las hojas están escritas, incluso las que están en blanco -dijo
¿Recuerdas al viejo Aristóteles? preguntó la sombra, Ananké sténai… Es necesario detenerse.
Pero cómo, respondió él, somos prisioneros de las causas y de las causas de las causas y así hasta lo infinito… Por eso no hay verdad, ni siquiera de lo verdadero.
¿Entonces, preguntó la sombra, por qué verificaste si Don Juan leía con la ayuda de la Luna? Ese es su punto de fuga ahora, su instante discontinuo del tiempo fugitivo y absurdo de su vida.
Sí, confirmó él, como Ramón y Omar y Don Juan, y tantos otros de los que nada sabemos, sólo que a diferencia nuestra sobreviven mendigando en el camino. Ahora que lo pienso, hay uno que hace años que viene a pedirme comida, y es casi como un ritual, pero es extraño, nunca le pregunté su nombre.
Bueno, no te pide que lo conozcas, agregó la sombra, te pide la limosna de una comida y acaso, como muchos, te dice Dios te bendiga.
Probablemente, creen que este es el mejor de los mundos posibles, dijo él, y agregó: Jamás lo escuche quejarse, duerme en el parque con su mujer, en uno de los recovecos del lago. Me resulta imposible imaginar cómo pueden. A veces desaparece por unas semanas o meses y luego aparece pero siempre de paso.
Sí, sí, ya sé, dijo la sombra, los que siempre estamos de paso, pero, ¿quién te dice? Tal vez la infinitud nos pertenece.
¡La infinitud!, exclamó él, más bien parece la posesión de la incertidumbre en el desamparo… No sabemos por qué ni para qué estamos…y sin embargo, continuamos… Tal vez por el mismo impulso que guía a la mariposa en el temblor del aire o que arrastra al gusano sobre la tierra y al ave que danza cíclicamente con su vuelo…
Sé bien que no te agrado y lo comprendo, respondió la sombra. Estoy pegada a tus talones desde hace mucho tiempo, siempre sin objeto y sin morada estable, de modo que me faltaría muy poco para ser el eterno linyera que tanto te agrada, si no fuera que no soy linyera ni eterno y cuento con tu presencia para subsistir. Para colmo, con tu manía de volver siempre a un cíclico recomienzo, ya sea la reunión de los ágapes o las reuniones de literatura o filosofía. En ese sentido, la tierra se ha vuelto demasiado esférica para mí y aunque parece que me da lo mismo cualquier lugar sobre el que pueda reposar, me agota encontrar siempre los mismos reflejos que me hagan creer que no soy más que una sombra, porque es a ti a quien a quien sigo y aunque me oculto de ti, no por ello he dejado de serte fiel. Dondequiera que te posas tú me poso yo; desde chico te he seguido a los mundos más disparatados, cuando reinventabas el relato de las películas que veías a tus amigos que por pobreza no podían ir a un cine o cuando falsificabas los relatos de los libros que no sabían leer.
Nadie esperaba en esas épocas que de la sexta surgiera algo importante, era un barrio bastante precario, la mayoría de los chicos sólo podían jugar con una pelota de trapo y al final, yo los entretenía.
Sí -dijo la sombra-, pero después te mortificaba haber falsificado un relato o cambiado la película temiendo que alguno viese o leyese el original. Yo lo sé porque despertaba sobresaltado a la madrugada, cuando tu madre prendía el velador por oírte gritar en un sueño, al aspirar lo prohibido y lo más arriesgado que sólo eran unas historias y algunos libros. Te sentías un ladrón de los libros y un falsificador de historias.
No eran los libros, aclaró, eran las iniquidades de lo real, el espectro de mi amigo que había arrollado el tranvía, la presencia funesta de mi madre y la severidad de sus castigos, la caótica divergencia de los días que alteraban mis sueños, aunque reconozco que los libros eran una suerte de refugio contra la aspereza del mundo. Los libros siempre fueron y son para mí un pretexto para amar la vida, para aferrarme a ella y no desdeñar el placer de sumirme en la infinita variedad de lo real.
Por más real que parezca es imposible confundir lo real con la literatura, esta nunca es real, como lo que acontece, agregó la sombra, agachando la cabeza. Son algo como yo…un perfil, un contorno. La narración parece un organismo completo pero padece de intersticios e injerencia de palabras que no tienen representación.
Él no pudo dejar de meditar en las líneas que estaba escribiendo y que le hacían preguntarse: ¿La sombra de un pájaro que vuela, vuela? De inmediato se dio a escribir en su borrador: Por tramar el tiempo consumado, en las notas de tu torpe borrador, derivó tu grafía en el rigor de un párrafo ordenado de antemano. Es la herencia armoniosa de tu lengua, arcana lengua madre, lengua muerta, que confirma fatal en la desierta escritura que deriva de tu mano. Pero hay otra que subyace oculta, en el sueño de otra noche clandestina y traduce en una sombra que ilumina, esa sombra mortal que se adelanta. Algo has escrito allí que desmerece la precaria compulsión de tu garganta, quizá porque el silencio te acompaña y todo lo de hoy se desvanece. Aunque otro día vuelve en ti como si nada, confrontase la opacidad de tu existencia, que dispersa tu errática vivencia cual un viento que dispersa una hojarasca… Será que las palabras se suceden a expensas del silencio venidero, con su rito mortal y verdadero sublevado en el sudario de tus sueños. Por eso, no te inmuta si proclaman levedad a tu actitud anticipada… si no sales de ti en el desconcierto de despertar el mismo en la mañana. Es solo vanidad la ostentación de la mano que aventura la jornada, al retomar una escritura consentida, en el mortal borrador de tu proyecto. Mientras tanto, persistes todavía, obstinado en tu tarea cada noche y el trazo de tu letra es el reproche que desdice a la muerte en tu grafía. Pero, en un último día, no estarás y habrá blanco en tus ocultos borradores que has escrito dejando los jirones en hojarasca que dispersa el viento.