“Proceda”. Un presidente da la orden y el jefe del Ejército la acata. Roberto Bendini –el militar en cuestión– sube dos escalones, descuelga el cuadro de Jorge Rafael Videla y repite el mismo protocolo para sacar el de Reynaldo Benito Bignone de la galería de retratos del Colegio Militar. La imagen del 24 de marzo del 2004 es muy conocida porque quedó inmortalizada en la retina colectiva como uno de los actos con mayor peso simbólico en la historia argentina, el acto que fundaría el kirchnerismo y su lazo inquebrantable con la defensa de los derechos humanos.

Si se busca en YouTube ese momento, aparece un video de 1.57 minutos en el que la cámara acompaña a Néstor Kirchner, por entonces presidente de la Nación, desde su ingreso al predio ubicado en El Palomar. Los militares saludan al Comandante en Jefe y Kirchner camina hasta la galería de retratos. Cuando Bendini retira los cuadros, se los entrega a un ordenanza. El hombre que viste delantal azul sale caminando por una puerta vidriada y desaparece de la escena; la cámara sigue al presidente. Ahí emerge el primer enigma: ¿adónde fue a parar ese cuadro? Después vienen otros misterios: ¿era la imagen original? ¿Por qué no coincide con la que estaba colgada desde 1976? En medio de esas preguntas nació El cuadro (Planeta), una investigación periodística de Joaquín Sánchez Mariño y Julián Zocchi que se lee como una novela de espías.

Según varios de los testimonios recolectados para este trabajo, ese día se inauguró uno de los pilares del kirchnerismo: la lucha por más memoria, verdad y justicia. Otros testimonios, sin embargo, desmienten esa teoría y catalogan el episodio como parte de un relato orquestado para apropiarse de esas luchas. Este es uno de los puntos más interesantes del libro: la diversidad de voces. Los autores lograron obtener testimonios de la gente que vivió aquel acto de cerca o que tuvo roles importantes en los momentos previos y posteriores: Alberto Fernández, por entonces Jefe de Gabinete; Miguel Nuñez, secretario personal de Kirchner; Horacio Verbitsky, uno de los impulsores de la idea de bajar los cuadros; o Luigi Villordo, el histórico fotógrafo del Colegio Militar. Pero también varios miembros del Ejército (unos pocos aceptaron dar sus nombres), incluidos los cadetes que planificaron y ejecutaron el robo del cuadro de Videla.

La hipótesis del robo un día antes del acto oficial circuló subrepticiamente en aquella época pero luego fue enterrada. Tal como sostienen los investigadores, “la versión nunca pudo ser confirmada, se guardó bajo siete llaves y se negó de manera tajante, tanto desde el lado del movimiento kirchnerista naciente como del lado castrense”. Los autores aluden a unas líneas dedicadas al tema en Página/12 el 25 de marzo de 2004. Más adelante habría varias notas profundizando esta cuestión y formulando preguntas alrededor del enigma (algunas escritas por Nora Veiras o Alejandra Dandan). El 7 de marzo de 2004, Verbitsky había anticipado en este diario que Kirchner tenía la intención de bajar los cuadros; el 21 de marzo lo contó oficialmente pero los militares no estaban al tanto porque, claro, no leían Página/12. Los testimonios indican que, el 23 de marzo, algunos cadetes organizaron el robo del cuadro para evitar que el presidente los bajara. En rigor, el operativo salió mal: el robo pudo concretarse pero el acto también, y la escena quedó inmortalizada en las imágenes que ahora figuran en la portada del libro. Pero, si el robo se concretó con éxito, ¿qué imagen bajó Bendini ese día?

Un gran dato recabado en esta investigación: dos figuras femeninas –las esposas de los dictadores– tuvieron un papel central en el relato (una completa anomalía en el mundo castrense). En 1973 se encargó un óleo de Videla y en 1976 otro de Bignone; esos fueron los años en los que abandonaron la dirección del Colegio Militar. “Mirá que vos sos feo, pero no tanto”. La esposa de Bignone lanzó esa frase como un dardo venenoso y la mujer de Videla siguió su razonamiento; juntas recomendaron a sus maridos reemplazar las malas versiones pictóricas por una foto. Ahí fue cuando entró en escena Villordo, fotógrafo oficial, que brindó su testimonio para el libro. A partir de esa sugerencia, nunca más se colocó un óleo en la galería. Esa fue la razón por la que se pudo reemplazar fácilmente el retrato luego del robo, aunque hay detalles que revelan diferencias mínimas. Pero mejor enterarse en la lectura.

Todos esos giros –y muchos más– son narrados con precisión y buen timing por los investigadores. Hay una buena cantidad de testimonios de diversos colores y con distintas perspectivas, un trabajo periodístico fino con el archivo, la inclusión de algunos momentos de la trastienda en la investigación y varios capítulos destinados a trazar el perfil de los personajes claves: las jugadas estratégicas de Kirchner, el rol de Verbitsky a la hora de instalar la necesidad de bajar los cuadros, la carrera militar de Bendini, la historia de Videla, su papel al frente de una de las épocas más oscuras del país y los posicionamientos del cuerpo militar en relación al kirchnerismo.

Pero también hay una narración entretenida que por momentos permite leer El cuadro como si se tratara de una trama de espionaje. Es interesante que haya tantas preguntas sin respuesta sobre uno de los momentos más icónicos de la historia argentina. Sánchez Mariño y Zocchi logran responder varias, y lo hacen tratando de vencer sus propios prejuicios hacia aquellos sectores que hasta hoy insisten en defender a los dictadores, avalan el negacionismo, alimentan la teoría de los dos demonios y justifican las peores atrocidades del terrorismo de Estado.