“¿Te acuerdas Lawrence, cuando volvíamos del tropear salvaje en el alba paulatina? Mi caballo era de oro sanguíneo, el tuyo rojo y negro, parecía tapado por tu poncho de México. Y éramos amigos, y éramos ligeros costeadores de celestes lagunas amarillas, Lawrence, ¡dos bandoleros! Antes de dormir, nadábamos”. El poema “Canciones para D. H. Lawrence”, de Francisco Madariaga, pertenece a la alucinante Llegada de un jaguar a la tranquera y otros poemas (1980) y lleva una dedicatoria: “A Teresa Parodi”.
En 1980 Madariaga y Parodi eran amigos y tal vez, en perspectiva, de alguna manera, ligeros. No había dolores de espalda ni ministerios. Madariaga murió el 24 de septiembre del 2000 y su obra fue reunida el año pasado en una ejemplar publicación de dos volúmenes a cargo de la editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos; Parodi acaba de lanzar el primer disco luego de su paso por la función pública, y lo tituló como si fuera una declaración de bienes, Todo lo que tengo. Está integrado por nueve poemas musicalizados y dos temas propios. Los autores son Madariaga, Julio Cortázar, Armando Tejada Gómez, Jorge Luis Borges, Elvio Romero, María Elena Walsh, Manuel J. Castilla, Pablo Neruda y Juan Gelman.
Es un disco singular y bellísimo, alimentado por invitados como Luciana Jury, Liliana Herrero, Nadia Larcher, Carlos Aguirre, Pedro Aznar, Chango Spasiuk y una sorprendente Miss Bolivia. Destaca justamente la versión con sonoridades hindúes de “Canciones para D. H. Lawrence”, que marca una parábola: Teresa Parodi vuelve a su más tierna juventud, cuando era una perfecta desconocida en el ámbito de la música pero una temeraria e incansable estudiante de literatura que se conectaba con todos. Un diamante no descubierto que alborotaba el gallinero de pago chico y que además de Madariaga musicalizaba a poetas como Olga Orozco, Oscar Portela, Edgar Bayley, David Martínez, Jorge Calvetti, Enrique Molina y Guillermo Parodi. “Guillermo, el padre de mis cinco hijos, no quería saber nada con que yo musicalizara sus textos. ¡Tenía que obligarlo casi! Era un tremendo poeta”.
Su casa sugiere una serena trinchera, ese barco quieto de la Walsh. Hay ruido de electrodomésticos, aroma a café. Es la mañana de un lunes feriado, anuncian lluvia, el Centro está desierto y ahí adentro hay libros y más libros, discos viejos de vinilo y sobre una mesa una guitarra de siete cuerdas que Teresa Parodi trata de domar cada día durante al menos una hora. Ahora toma mate, invita galletitas y parece envuelta en un destello onírico, cotidiano y lejano a la vez como un verso de Madariaga. Cuando hace un mes presentó el disco para la prensa, en el pequeño teatro de Sony de la calle Cabrera, casi no hizo referencia a ese pasaje clave de su vida, la instancia artística anterior a su consagración en el Festival de Cosquín de 1984. Es cierto: la lava de la erupción volcánica de temas como “Pedro canoero” y “Apurate José” sepultó todo. Lo que perdura es una Pompeya: rastros de un pasado algo perdido en los pliegues del tiempo, que ahora queda puesto en foco por la salida de Todo lo que tengo. “Yo no soy poeta, soy letrista. Eso lo tengo claro. Es un tema que discutíamos con Zitarrosa. ‘¡Usted es poeta porque lo ha decido el pueblo!’, decía. Yo retrucaba y le hablaba de lo valioso que era ser buen letrista.”
Resulta significativo que el primer disco después de haber sido Ministra de Cultura sea de poemas musicalizados. ¿Por qué poesía, por qué ahora?
–Es un disco postergado. Está pensado desde hace mucho tiempo. Incluso había intenciones de hacerlo antes de 30 años y 5 días, el CD y DVD que sirvió para cerrar una etapa pero que quedó, pobre, en un limbo. Salió justo en el medio de lo del Ministerio. No lo pude presentar. Fue editado en abril de 2014 y yo asumí en mayo. Cuando me llamaron para armar un ministerio que no existía yo sabía que manejaba un tiempo acotado: era un año y ocho meses. Fui para hacer ese trabajo. Punto. Tenía claro que iba a volver a mi oficio de cantora. Ahora, ¿cómo volver? Con este disco: no quería postergarlo más. Si no lo iba a frustrar. Era el momento.
Hay dos canciones nuevas, que no son poemas.
–Sí, “La Angelita Rosales”, un huayno con música de Juan Falú, y “Todo lo que tengo”. “Todo lo que tengo” es la única canción con música y letra mías, y al final bautizó al disco. Yo no quería, pero me convencí de que estaba bien. Ya estaba compuesta. La escribí en el medio del fragor del ministerio. Pensé: ¿cuáles son mis herramientas? Es la música, es la palabra, la poesía, la canción. Es todo lo que tengo.
¿Cómo hacías para componer en el medio de tantas batallas culturales, políticas, que duraron, justamente, un año y ocho meses?
–Tengo capacidad de abstracción. Siempre fui así. Crié cinco hijos y nunca paré de escribir. Puedo escribir en un taxi, donde sea. Es como una necesidad. Ahí me reconozco, soy yo: autora y compositora.
¿Qué te quedó de tu labor como ministra?
–Una gran alegría, que fue la de haber concretado la creación del Ministerio. Y también la tristeza de que hubiese necesitado más tiempo. Hay tanto para hacer, y pude tan poco. Hemos tratado de visibilizar a un montón de gente que viene trabajando en diferentes disciplinas. Y la que queda... En fin, otra amargura es el ataque artero de los sectores que ya conocemos. ¡Ahora han dicho que vuelvo a cantar porque se me acabó el curro! Fue loco, porque por primera vez en mi vida me tocó ser oficialista. Yo siempre marqué lo que me parecía que estaba mal, me hubiese parecido deshonesto no señalar y apoyar las cosas que creo que están bien. Lo único que me interesa es saber escuchar a la gente. Mi compromiso político no empezó ayer. Empezó con esa maestrita que dejó todo, la familia, la facultad, para irse como militante al monte misionero.
¿Militabas en la JP?
–Sí, en la JP. Y Guillermo en el PCR. Yo militaba desde el secundario, a escondidas. Mis padres eran antiperonistas. Papá era radical y mamá liberal. Yo no podía militar en Corrientes, era complicado, tenía que ir al Chaco. Un día Guillermo cayó preso. Fue muy angustiante. El era un teórico y apoyaba mis luchas. Mi mamá tenía algunos contactos y logró que lo liberaran, pero nos tuvimos que ir. Lo echaron del trabajo y, además, estábamos demasiado expuestos. Fuimos para Misiones. Yo me puse a enseñar. Mirá: ahora que estoy al borde de los 70, cuando recapitulo, pienso en aquellos años. Dos veces me sentí sola en la vida. Una fue en la selva misionera, totalmente incomunicada, bañándome con agua de pozo ciego. Pero era tan hermoso el trabajo con esos chicos, que no me importaba. Yo tomé el compromiso de la canción cuando fui maestra en el monte misionero. Miro al país desde ahí, desde esa profundidad, desde esa marginalidad. Creo que la síntesis de esa mirada la encontré en El otro país. Define el espacio desde donde abordo la canción y también la poesía. La otra vez que me sentí sola fue cuando vine a Buenos Aires. Era 1979, los chicos eran chiquitos. Primero con Guillermo vinimos solos. Dejamos a los chicos allá, con mi mamá. Yo viajaba todos los fines de semana dieciocho horas para verlos un ratito y volvía. Nos tuvimos que arremangar con Guillermo. Fue bien duro.
La poesía y dos empujones
Otra vez: los tiempos de la poesía. Poco antes del éxodo a Buenos Aires –un exilio interior, un escape del señalamiento de pueblo, ese dedo conservador típico de provincias, el anhelo de diluirse en el anonimato de la gran ciudad–, Teresa Parodi había hecho un trabajo subterráneo siempre en relación con un acotado y federal cenáculo poético. Destacaba por sus conceptos claros y el talento artístico potenciado por un temperamento que podía estallar a borbotones. Como los bandoleros de Madariaga, era una chica de metafóricas armas listas para ser desenfundadas. Al roce con los poetas, sumó en esos años dos relaciones extrañas con dos pesos pesado de la música y del mal carácter: Enrique Villegas y Astor Piazzolla. “La historia con el Mono no la suelo contar, porque me da algo de pudor. El tema es que una vez fue a Corrientes, y se organizó una reunión con él en una casa. El Mono comía y, como es usual, empezaron a desfilar los artistas que hacían sus cosas en honor a tan célebre visita. Bien de pueblo. Yo notaba que el Mono hacía ruido mientras comía, un ruido ostensible, que molestaba a los que iban cantando. En un momento me mira y se da un dialoguito:
–¿Usted no canta?
–Sí –le digo.
–¿Y por qué no hace algo?
–Porque usted come mientras cantan.
El tipo se quedó. Era una situación incómoda. ¡Todavía me pregunto de dónde saqué las agallas! Me dijo: ‘Dejo de comer para escucharla’. Entonces le canté un poema de Guillermo, que estaba ahí conmigo, sobre Macedonio Fernández, que nunca grabé. Me lo acuerdo: Macedonio tiene un dedo en la tristeza / y el otro en el continuo solaz inveterado del abismo/ tiene un ojo delante del camino/ tiene un pie sin remilgos/ tiene aspas de molino/ tiene harina de trigo/ pocos amigos, un hijo... Quedó perplejo. Preguntó si yo conocía a Macedonio Fernández y le respondí: ‘¿Por qué no lo voy a conocer?’ Me pidió que cantara más cosas, e hice un tema mío. Al final, siempre con tono como de reto, me pregunta: ‘¿Y usted quién es?’ Al día siguiente fue a un programa de radio. Justo había muerto Elvis Presley, y el periodista le pregunta sobre el rock and roll y esas cosas. El Mono Villegas en un momento le dice: ‘En vez de estar hablando de Presley, tendríamos que estar hablando de Teresa Parodi. ¿La conoce? ¿Ah, no la conoce? ¡Debería conocerla! Es una muchacha correntina que canta poemas y también sus propias canciones’”.
Se ríe ahora, todavía no puede entender que esa historia haya ocurrido. Otra vez, lo onírico, la distorsión del tiempo transcurrido, las evocaciones, todos los otros países. Muchos años después, el Mono Villegas la fue a ver a un recital en Buenos Aires. La esperó a la salida. Y la siguió retando: “¿Qué es lo que pasa con usted? ¿Por qué tarda tanto? Usted debería ser más conocida, usted debería estar en todos lados”, dice que le dijo.
¿Y ahora por qué creés que estaba tan embelesado con vos Villegas?
–Yo creo que lo sorprendió mi trabajo con la poesía. El esperaría una tipa que cantara chamamé. Lo típico. Yo entendí enseguida que la poesía y la canción popular se mueven en planos diferentes. Por ejemplo: lo que hizo Serrat con la poesía de Antonio Machado fue sensacional pero, ¿quién se acuerda más de una o dos canciones de ese disco? Víctor Heredia realizó un soberbio trabajo sobre Pablo Neruda, y ocurre lo mismo. Es otra manera de la palabra de vincularse.
¿Tu vínculo de dónde viene?
–Yo me acerqué a la poesía porque estudiaba literatura. Pero antes mi padre nos acercó a mis hermanas y a mí a la palabra y a la música. Nos sentaba los sábados a la mañana a escuchar vinilos de música clásica, y nos explicaba, nos hablaba de los compositores. Era melómano. Por imposición familiar estudió abogacía, pero nunca le interesó el Derecho. Y mi madre también: era maestra, y tenía pasión por la literatura. Nos recitaba los poemas que después les recitaba a mis hijos. Además le gustaba mucho escribir. Pero bueno, más allá de este disco, creo que mi aporte verdadero tiene que ver con hacer canciones más que con la poesía. Ese es mi real compromiso con la música de mi tierra. De todos modos, los dos planos conviven.
Con Astor Piazzolla fue diferente, aunque tiene algunos puntos en común con el encuentro con Villegas. En el cenit de su influencia en la música global, estaba buscando una voz para una serie de conciertos locales pautados con el Quinteto antes de partir hacia Europa. “Mire que yo le escuché cantar más de dos canciones solo a Frank Sinatra”, le avisó, para empezar, Astor. La oyó cantar y le gustó. Parodi conocía perfectamente el repertorio cancionístico del marplatense, su obra con Horacio Ferrer. Vuelve a reír Parodi: “Después de escucharme me dijo: ‘La felicito, va a cantar con Piazzolla. Tómese un whisky en mi nombre’. Yo no lo podía creer. Después me fui empapando de su sentido del humor”. Hizo una mini gira por Mendoza, Corrientes, Buenos Aires y al final le tiró unos piropos que se escuchan arrogantes y generosos. Le dijo: ‘Usted tiene una fuerza que me hace acordar a Milva. Yo no puedo hacer nada por usted, porque está en otro rubro. Le puedo dar currículum. Diga nomás que cantó con Piazzolla. Ojalá le sirva de empujón’”.
La intimidad de la canción
En la Buenos Aires del choque entre la euforia del Mundial Juvenil de Japón y la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Teresa Parodi criaba hijos y dejaba que le organizaran pequeños recitales en casas de amigos. Era la escala justa: nadie la conocía. Esas ceremonias indoors le dejaban algunos pesos y garantizaban cierta seguridad. La Buenos Aires nocturna podía ser siniestra para la canción popular. Aunque el abanico del material lírico que maniobraba Teresa funcionaba como un paraguas: el arco iba de Borges a Marechal, de Castilla a Molina. Cuando pudo agrupó el material de poemas musicalizados y con el apoyo de la Dirección de Cultura de su provincia sacó el casete Desde Corrientes. Poco tiempo después publicó gracias al editor de libros Rafael Cedeño Canto a los hombres de pan duro. “Utilizamos... ¡una hora para grabarlo!”, dice. Era el pre Cosquín y la Parodi secreta, la musa de los vates, la de la luz de departamentos, la que colaba una voz nueva en la delgada grieta inadvertida por la censura, la que hacía rodar versos de Madariaga que, para ella, “refundaron Corrientes”.
En 1982 una nota periodística la sacó del alero del ostracismo. Se titulaba “Teresa Parodi: un alarde de estilo”, la escribió Guillermo Pintos para el viejo diario Tiempo Argentino. Pintos la había visto en La Manzana de las Luces y escuchado los casetes. El artículo llegó –por insistencia de militantes de lo que ya algunos denominaban “la causa Parodi”, entre ellos, la crítica teatral Olga Cosentino– hasta Kive Staiff, que la programó en una vidriera clave en los años de fin de dictadura como fue el Hall del San Martín. Un espacio libre, con el escenario al ras del suelo, que todas las tardes abducía transeúntes de la calle Corrientes. “Fue increíble. Paraba un montón de gente. Yo cantaba pero no decía quiénes eran los autores. Entonces empezó a venir Calvetti, muy amigo mío. El desgraciado se ponía por ahí, con las manos en los bolsillos y cogoteando gritaba: ‘¿De quién es esa canción?’. Vino una vez, vino otro día... ¡tuve que empezar a decir los nombres de los poetas porque si no parecía preparado!”.
Después su ruta: democracia, el histórico Cosquín 84, “Pedro canoero” y la comunicación por teléfono de Leopoldo Bentivoglio del sello PolyGram:
–Esperaba su llamado, dijo él.
–Y yo el suyo, respondió Teresa Parodi.
Con un repertorio propio de una contundencia lírica, musical e interpretativa insospechadas para una debutante, Parodi fue un suceso en un instante irrepetible de la música popular. El regreso de la democracia representó la conquista de los espacios públicos, la vuelta de los artistas prohibidos: un deja vu de los 70, la consolidación masiva del rock argentino y la renovación del folklore por parte de compositores como Peteco Carabajal, Raúl Carnota, Antonio Tarragó Ros, la misma Parodi y otros, que encontraron la gran voz propaladora de sus temas en Mercedes Sosa.
Pese a lo que podría suponerse, Teresa siempre grabó a través de compañías multinacionales. Son más de 30 años de hacer discos para grandes sellos. Dice que jamás le preguntaron qué iba a grabar. “Nunca. Libertad total. Y ni hablar ahora, la gente de Sony. Conmigo son unos caballeros”. La singularidad del dato se potencia en estos últimos años en que Parodi eligió bajarse del fervor festivalero para concentrarse en propuestas más austeras. “Es conmovedor cuando escuchás al pueblo cantando algo tuyo. Pero sinceramente prefiero la intimidad de la canción, los lugares pequeños. En esos sitios rigen otros códigos, cobra dimensión la canción. La sensación es que le cantás a cada uno, que se despliega una especie de conversación enriquecedora. Quiero lo despojado. La médula en lo posible: guitarra y voz. Que lo que importe sea la palabra. Todo lo que tengo es bastante minimalista. En el sonido del disco fue clave Ernesto Snajer. Se comprometió desde el minuto cero. Cuando lo llamé le dije: ‘Quiero que seas... Snajer’.
El guitarrista se hizo cargo de la producción artística y de la mayoría de los arreglos del disco. Tocan percusiones Facundo Guevara y Mariano “Tiki” Cantero, y Nico Cota programó el rap. El resultado es un material con aire, espacios y silencios, tratado casi todo acústicamente y con hallazgos puntuales. El arreglo con sitar de “Canciones para D. H. Lawrence” es uno de ellos; otro es el rapeo de Miss Bolivia que dibuja un tajo en “Porque ha salido el sol”, aquel lejano hit de Víctor Heredia sobre el poema de Pablo Neruda. Miss Bolivia pone en otra dimensión todo lo que simboliza Neruda –casi una divisa poética setentista– y sirve para ubicar en otro contexto también a Teresa Parodi, una artista mucho más moderna de lo que se cree. Hay más ruptura en la correntina que en muchos artistas que se ponen ropas vanguardistas que quedan apretadas. Parodi sabe tensar y sabe rodearse. Ahí está, estudiando guitarra de siete cuerdas con Pedro Rossi, hablando de sonidos y búsquedas y de los clips dirigidos por Ariel Hassan, el creador de la estética de Encuentro en el Estudio. “La música de raíz folklórica tiene una estructura que hay que respetar porque generalmente responde a una coreografía, una danza. Y está bien. Hay determinada cantidad de estrofas, de vueltas. Pero yo nunca me voy a olvidar a mi maestro de música, Benjamín de la Vega. Era amigo de mi padre, y me decía: ‘La música es toda suya. Toda’. Y así llego a la poesía, que también es música. Es juego, experimentación y aprendizaje. Me invita a manejar el lenguaje. Me interesan las cosas que me provocan, la ebullición. Me gusta trabajar con jóvenes. La tradición está, siempre va a estar. La cultura atraviesa a un país, es su proyección, es el trasfondo y el fondo. Es todo. Nuestro país tiene su tradición, su memoria y una cultura que se trasmite, se fomente o no. Es inevitable.”
¿Cómo elegiste el repertorio y los invitados?
–Cada tema, cada invitado tiene su historia. Miss Bolivia fue idea de Snajer. Me fascina cómo trabaja Snajer. Le hablaba de sonidos y me devolvía maquetitas. Pensamos juntos, discutíamos o acordábamos. La versión de Liliana Herrero de “Aguafuerte”, de Elvio Romero, es descomunal. Somos compañeras generacionales, amigas. Cuando me fui del Ministerio me mandó un mensaje muy lindo: ‘Ahora que volviste, quiero cantar con vos’. Me conmovió, era un momento político especial, fuerte. Armamos unos conciertitos en el Xirgu y ahí la estrenamos. Ella no conocía a Elvio Romero, Horacio González le contó algunas cosas. Yo tuve una relación muy linda con Elvio y además amo Paraguay. “Aguafuerte” era como un nudo en mi corazón, una síntesis total de la Guerra de la Triple Alianza. Lo que canta Liliana en “Aguafuerte”... por Dios.
También se lucen Luciana Jury y Nadia Larcher. Lo que ha hecho Jury en estos años es extraordinario.
–Extraordinario. La Jury es una intérprete tremenda. Tremenda. Se le nota todo: lo árabe, lo andaluz. Y Nadia tiene una belleza totalmente natural. Es una voz genuina, que refleja la región de donde viene. Las cantantes tuvieron que enfrentar un desafío complejo: hacerse un espacio siendo contemporáneas de la más grande. Porque Mercedes sigue siendo contemporánea.
Con Juan Quintero canta el poema “Luna para tu frente” (Manuel J. Castilla), con Carlos Aguirre el maravilloso texto de María Elena Walsh “El viaje” y con Pedro Aznar hace uno de los poemas de Jorge Luis Borges que el ex Seru Giran musicalizó hace años con ritmo de milonga, “El gaucho”. “Todavía se escucha esa tontería de que si sos nacional y popular no te puede gustar Borges. Yo soy nacional y popular, sí, pero no tan estúpida como para no darme cuenta de que Borges es un escritor impresionante que está constantemente hablando de la argentinidad”.
Se para, va y viene, recomienda libros, toma la guitarra de siete cuerdas, enseña unos acordes, se entusiasma con las posibilidades sonoras que le abre “esa cuerda de más”, habla de su amiga Cecilia Todd y dice que no volvería a ocupar un cargo público. “Ya había sido directora de Música de la Ciudad con Jorge Telerman. Me fui cuando él tomó decisiones que me alejaban totalmente del proyecto original. Después fue la creación del Ministerio, que era el gran sueño del sector. Ya está. La experiencia fue interesante, pero creo que mi lugar es el de cantora. Desde ese sitio pretendo sostener con otros colegas una memoria cultural, y debatir qué país somos, que país queremos. También volví a SADAIC y AADI, que son cargos electivos. Había pedido licencia, obviamente, y extrañaba: me apasiono con la defensa de los derechos autorales y de intérpretes. Regreso: a lo mío, a todo lo mío. Tengo un montón de canciones nuevas”. Repite: “Hay tanto por hacer”.
“Oh nuevo resplandor del horizonte/ La imagen ya de mí no necesita/ Pero yo necesito de la imagen/ Del fuego destructor de la ignorancia”. Como los “Ríos rosados” de su venerado Francisco Madariaga, como la maestra del monte, Teresa Parodi no puede dejar de ver en el horizonte nuevos resplandores. Los caminos son infinitos. Por el momento, empieza a volver. Se la ve contenta, joven, guarecida en el más noble e indestructible de los refugios: el de la palabra.
Teresa Parodi presenta Todo lo que tengo el sábado 16 de septiembre en el ND/Teatro, Paraguay 918. A las 21.