Perros muertos flotando en el Riachuelo, una embarcación que cruza aguas espesas y oscuras de contaminación multiplicada por televisores dañados y arrojados sin más al leve fluir viscoso. La escena descripta se deduce de la imagen que toma forma en la mente de quien escucha el relato de Alberto García Alix y de Fred, su compañera, durante un viaje urgente en taxi de Retiro a Palermo. Hablar de aguas que sí corren, y en su movimiento se auto-limpian propicia hablar del Delta, donde el fotógrafo español estuvo un día de verano hace mucho, cuando su amigo Daniel Melingo alquiló una casita por una temporada. Alix estuvo muchas veces y en variados rincones de Buenos Aires, por meses incluso. Cuando tenía unos 20 años, en España, cada vez que brindaba con sus amigos se prometían que en algún futuro vendrían para ponerle un pucho a Gardel en su tumba.  Pasados los años, el fotógrafo vino y lo hizo. Sus amigos de aquel entonces no. Ya estaban muertos. Algunos de ellos son los retratados que pueden verse en las paredes de FoLa, una sala de la ciudad donde Alix soñó estar y donde lloró emocionado (“...como una Magdalena”, dice) cuando logró pisar su suelo, habitarla de cuerpo entero. 

De donde no se vuelve, el título de la muestra que lo trajo nuevamente a este puerto es el mismo que el de la película que también puede verse en el espacio que acoge a las fotografías. La curaduría es de Nicolás Combarro, y las copias fueron hechas tanto por el mismo autor como por sus copistas de confianza: su ya experta aprendiz alemana que vive en Hamburgo, o el maestro Juan Manuel Castro Prieto (Premio Nacional de Fotografía de España en 2015, al igual que Alberto en 1999).  

Antes de la entrevista, Alix avisó: “Me pillas harto de mí”. (Se harta de sí mismo, como todos, y lo confiesa, como pocos). Buscando en archivo rastros suyos en otras notas, textos y conversaciones, aparecen historias como una de otro viaje a Buenos Aires, cuando le robaron un reloj, el que su padre le regaló en lecho de muerte. Para sublimar la pérdida que desmaterializaba la única presencia de esa otra pérdida, se tatuó un reloj en la muñeca izquierda. En viejas entrevistas revela también que aquella mítica movida contracultural de la que fue parte eventualmente, no fue ni tan grande ni tan idílica como la pintan. Lo que los años, su coherencia y su compromiso con la fotografía terminaron de aclarar, es que la obra de Alix ya le dio mil vueltas al mote que lo designaba como el fotógrafo de la movida madrileña. Y que ciertos pulsos de esa movida se ampliaron por muchos campos, pasaron salvos la transición franquista, mientras los protagonistas de sus otros pulsos no sobrevivieron, por hastío, cuchilladas o desmadres con las drogas. En la sala que habilita la muestra en la fototeca porteña hay solo un chute. En el video, en esa narración de línea temporal desdibujada, se ve más. Se ve dónde el tiempo fue sombra.  

“De la droga no me arrepentiré nunca. Yo tuve mucha suerte y un carácter que me obligaba a encauzarme, a través de mi trabajo y a través de otras cosas, pero también era adicto. Dejaba, volvía, dejaba, trabajaba. Nadie me alimentaba. Hay gente a la que le da vergüenza, dicen drogas malas, malas. Malas, la polla. Eso no es así. Siempre tendré ganas, que no pueda es otra cosa”. En esta confesión, lejos está el hombre de fomentar un vicio. Y, para el artista, todo (lo amoral, lo amoroso, lo tribal, lo visto) está en esos cuarenta minutos en video, con las fotos, desde las fotos. “Para mí, la película es mi gran obra. Porque hay un texto, una narrativa para contar todo lo que pasó, cómo fue todo, y valorarlo. Empieza con las primeras, de los años 70, entonces las primeras fotos son sobre la droga. Porque es lo que tenía al lado y fotografiaba. Pero claro, cuarenta años después la mirada es otra. Hay que ponerle palabras a todo aquel dolor. Y no solo el dolor, no hay que ser peyorativo (hace una pausa que duda la palabra certera) Yo no me arrepiento de eso”, afirma. Aunque muchos miren sus fotografías y aprecien sus piezas, Alix toca a los que saben que en la vida se puede perder.

¿Qué fue lo que más miedo tuviste de perder?

–Hace un año y medio me encontraron un cáncer. No, pero no... miedo de perder... Los miedos también son muy conformes, conformadores. (Se detiene, piensa) Tengo miedo de perder a mi madre. Pero está muy mayor, y es ley de vida. Eso tendrá que pasar. Lo que más miedo nos da siempre perder es lo que queremos. Imagino que la única respuesta razonable es esa: perder lo que uno quiere... O la vida.

Dos Ladies, 1988.

El que pide

Las mismas imágenes pueden verse en los distintos libros que publicó como fotógrafo. La reiteración de algunas fotografías en las distintas ediciones, de variados tiempos, mostrando otras cosas, es casi un sello de su ejercicio. De hecho, en la puesta actual de esta exhibición que no es retrospectiva, se cruzan también décadas y momentos de su mirar. Todo es él, o lo que sea, quien sea, dentro de su existencia. Sus fotos de hoy son distintas a las de ayer, según reconoce. Y ya no está en las de ayer. Dice que no, y no se desdice afirmando: “Estoy, porque eso queda siempre como una manera de mirar.” Y luego se explica: “El fotógrafo lo que hace es educar el ojo, educa la manera de mirar. Al principio, cuando empecé a hacer fotos, aprendí a mirar de una manera muy naturalista. Yo soy autodidacta, no tenía estudios, no tenía ninguna formación. La mirada iba de aquí hacia ti, como objeto a fotografiar. Pero con los años cambió. Lo que fue un camino de ida viró en un camino de vuelta. Ya no miraba solo hacia afuera, miraba de afuera hacia mí. Eso fue un gran cambio. Aprendí a pulsar la metafísica de mi manera de mirar.” El Alix de ahora concluye a veces lo que dice con un silencio impredecible, corta de cuajo lo que está diciendo o le agrega otra capa cuando menos se la espera. Cierra entonces su idea, al rato: “Me reconozco en mi propia metafísica de dialogar con lo que vivo, la cámara sólo es un camino para dialogar con lo que vivo.” 

Terminado el café, se lleva a sí mismo a una descripción de sus modos. “Cuando miro por cámara, y eso le pasa a todo el mundo, a todo el que mira por una cámara, lo primero que pensamos o que vemos a través de ella es si lo que vemos nos gusta o no nos gusta. Siempre. A mí me pasa que estoy con amigos y les pregunto: ¿te gusta? Y me dicen, no, estoy un poco lejos. ¡Acércate! Las respuestas las tenemos nosotros. Una vez que decides qué te gusta, el empleo de la cámara al hacer una fotografía nos interroga constantemente. A ver, ¿por qué hago así? ¿Por qué me gusta más así? ¿Por qué es aquí? Siempre nos está interrogando. Y hay que encontrar esa búsqueda como un camino que nos lleve a una revelación; y la revelación es ese momento donde apretamos el disparador: aquí me gusta. Ese aquí me gusta ya es una revelación de ‘esto es lo que quiero’.” 

En unos días partirá a Chile, a terminar con una seguidilla de fotos que comenzó en 2015 en Valparaíso, y a la que todavía siente que le falta algo. “Para mí la fotografía es una especie de ejercicio constante. Cada posición de cámara implica una intencionalidad. Para mí la fotografía es intención. La intencionalidad de los tonos. Luego hay otros elementos variables, que entran. La asignatura eternamente pendiente es pedir, aprender a pedir qué quiero. Pero es difícil aprender a pedir.”

Una historia del artista con fotografías del 76 hasta la actualidad: la extraña posición de La gata, Francis y su gato, Lisa sobre unos techos, Camarón muy de cerca, Alberto, Alberto mismo, Alberto a ojos cerrados, y otros miembros del paraíso de los creyentes en la blancura del espacio expositivo. Hasta “Las dos ladies”, que en decires de Alix, esperan quemarlo todo. Todos ellos escucharon sus pedidos. “Si tengo un sujeto a fotografiar pido siempre. Dónde colocar los hombros, dónde colocar la mirada, donde se coloca el cuerpo humano, que es una arquitectura en el espacio. Cuando vas a fotografiar a una persona el cuerpo se coloca de una manera. Hay que pedir. Yo siempre pido.” 

La gata, 2001.

Camino cegado contra un sol poniente 

Alix siempre estuvo subido a una moto y le gusta contarlo apasionadamente. “Siempre he ido en moto, toda mi vida, desde los 12 años. Yo sólo quería ser mayor para tener motos. Antes de las mujeres me gustaron las motos. La moto ha sido siempre parte de mi vida. Viajo en moto, me muevo en moto.  Sin que me pese nada, eh. Es un placer para mí coger la moto y echarme a la carretera.” 

Muchas motocicletas y personas de ese universo que habita están también en su mundo fotográfico desde sus primeros retratos. Hizo a cientos de sus amigos con las motos. Hace unos pocos años empezó un nuevo trabajo (MOTO, justamente, que fue exhibido en España, existe en formato libro y se podrá ver en 2018 en Montevideo, Uruguay) para intentar ver la moto de otra manera.  Quería que haya moto visible, que haya moto en la atmósfera de la imagen, que siempre haya moto. Una moto más basada en el expresionismo. “En el expresionismo de la sombra, del sueño que conlleva la palabra moto. Cuando decimos la palabra moto siempre queda, reverbera la búsqueda del ser, de ese sueño sobre ruedas. La moto tiene permiso para todo.”

Tan tempranamente como las motos le ocurrió la fotografía. La curiosidad y los grises lo enamoraron para siempre del laboratorio. “Si no hubiera habido laboratorio no hubiera entrado en la fotografía”, confiesa, convencido. En todas sus casas, siempre hubo lugar para el laboratorio. El cuarto más grande. No se aguanta mucho sin revelar un carrete, y resignado al temido fin del formato analógico, insiste en pasar varias horas de sus semanas en su laboratorio actual. Como un rito. “Me gusta el tango como fondo sonoro. Tengo 61 años, llevo 40 años oyendo tangos. Y cuando trabajo, cuando estoy en el laboratorio, estoy oyendo tangos. Esa cadencia me ayuda a concentrarme, es una cadencia que conozco.” 

La conversación fluye. Le nombran la violencia, le repele. No la niega. Dice que es una aberración de la razón. La palabra aberración tiene sentido trágico, como podría tenerlo España, como lo tienen el tango o las fotos de Alix.

De donde no se vuelve se puede visitar en FoLa, Godoy Cruz 2626. De lunes a domingo, de 12 a 20 (miércoles cerrado). Hasta el 29 de octubre.

Francis, 2007.