En aquella excelente película de Alfred Hitchcock del período inglés, La dama desaparece, mientras una red de pérfidos espías secuestran a una ancianita que guarda celosamente un secreto en clave musical, una serie de curiosos pasajeros del tren en el que ella viaja quieren mantenerse al margen del misterio. Los más excéntricos y divertidos son Charters (Basil Radford) y Caldicott (Naunton Wayne), dos fanáticos del críquet que quieren llegar a Londres lo antes posible para no perderse un partido importante. No les importa nada el secuestro de la pobre mujer, ni la monja con zapatos de taco aguja que se pasea por los camarotes, ni la pobre Margaret Lockwood drogada por un sádico doctor nazi. Sus comentarios sarcásticos, sus indirectas maliciosas y su despiadada indiferencia para con el drama que se desarrolla ante sus ojos, son el contrapunto divertido con el que se deleita Hitchcock mientras siembra las desapariciones y secretos de estado que mueven la intriga. Algo de aquel espíritu de mordaces intercambios verbales es la clave de la sitcom Vicious, estrenada en 2013 en Inglaterra y que a partir del pasado viernes 1° de septiembre puede verse por Film &Arts. Protagonizada por dos estrellas de la escena británica, Ian McKellen y Derek Jacobi, como una pareja gay que convive hace 49 años en el mismo departamento londinense, Vicious recupera esa vieja tradición del humor inglés de réplicas punzantes y comentarios maliciosos para retratar con ironía la vida aburguesada de dos que aman odiarse. 

Cada episodio comienza con un llamado de la madre de Stuart (Jacobi, atildado con sus trajes de colores y moñitos haciendo juego), quien no solo se resiste a morir sino que siempre llama a su hijo para anunciar horrorosas muertes, desgracias, y algún que otro terrible accidente. En el primer episodio es la muerte de Clyde, un antiguo enamorado de Freddie (McKellen con su garbo intacto, orgulloso de peinar cada tanto su frondosa y entrecana cabellera), cuya repentina tragedia (con pérdida de pie incluido, disparador de socarrones comentarios morbosos) dispara el interrogante sobre el posible destino de una vida diferente, lejos del aburrido de Stuart. Es que una de las claves de Vicious es la desmedida vanidad de Freddie, un actor sin demasiado talento y confinado a papeles ínfimos en series y películas del montón, que vive de una gloria inventada como la de ser el 10° mejor villano de la historia inglesa por un minúsculo papelito en Dr. Who. McKellen juega con esa vanidad de cartón y ese ridículo ego, haciendo entradas grandiosas por la escalera que preside la decoración barroca del lúgubre y señorial departamento de la pareja. Es que Freddy no deja de ser una gran diva al estilo Bette Davis, casi en clave paródica, que juega una perpetua disputa con Stuart, plagada de chistes sobre la vejez, la muerte y el fracaso. 

Como toda sitcom, la acción de Vicious se concentra en un espacio cerrado, con pocos personajes fijos y risas de fondo. Todo transcurre en el departamento donde hacen sus apariciones escalonadas primero Ash, un vecino joven y musculoso que alquila el piso de arriba (Iwan Rheon, el sádico Ramsay Bolton de Juego de Tronos), luego Violet, una amiga veterana y compinche de mendacidades, y luego la impagable Penélope, que se duerme en las conversaciones, olvida nombres y lugares, y viste como la reina Victoria. Sumados a la dinámica de hostilidad viciosa que reina entre Stuart y Freddie, cada personaje abre una puerta de gags y réplicas ingeniosas, como el relato de Violet de su historia sadomasoquista con un noble húngaro de nombre Kristoff que la espera enmascarado en ¿Transilvania?, o las recurrentes preguntas de Penélope sobre conversaciones interrumpidas o vestuario de mujeres que difieren de su peculiar atuendo. Cada entrada y salida de esos geniales actores secundarios, se dispone como una suerte de guiño a la dinámica teatral, ineludible en la trayectoria profesional de McKellen y Jacobi, y en el mismo espíritu del espectáculo inglés. Vicious no deja de ser un gesto cómplice de quienes la protagonizan para con su propia historia: la juguetona salida del clóset, los comentarios sobre la dinámica bélica del escenario conyugal, y los devaneos de dos locas que borran en cada juego de palabras los límites entre la realidad y la ficción. 

En su estreno en 2013, Vicious cosechó severas críticas de la prensa británica sobre la construcción de estereotipos gay y cierto aire a televisión vieja y demodé, sumado a una especie de shock que parecían expresar algunos críticos respecto a la incursión de dos leyendas de la escena inglesa en chistes sobre viejos chochos y peleas de alcoba. Parecía imposible de creer que los herederos de Laurence Olivier, los célebres protagonistas de Coronation Street y Cadfael, ganadores de premios internacionales y fuerzas vivas de la tradición shakespereana, encarnasen a dos viejos amanerados, llenos de reproches y con un humor negrísmo que rozaba la autoparodia. Es que es justamente esa polvareda de honores y acartonados títulos de Sir, lo que viene a sacudir el guión de Gary Janetti (Will & Grace, Family Guy), apropiándose de convenciones televisivas y pasados aristocráticos para divertirse con sus actores y divertirnos también a nosotros. La clave está en que ni Jacobi ni McKellen se toman demasiado en serio la mirada que se posa sobre ellos, y pueden pasearse vestidos como Joan Crawford y la Davis sin golpes ni zancadas letales, pero sí con la lengua más afilada de su carrera. 

Casi como un eco del viejo estilo camp que había canonizado Susan Sontag, en Vicious las líneas más gruesas nacidas de la pluma del estadounidense Janetti adquieren el estilo ligero del humor inglés, ese understatement intraducible del que hablaba Hitchcock para referir a una comedia negra como Pero... ¿quién mató a Harry? (1955) o a las macabras intervenciones del dúo del críquet en La dama desaparece. Ese aire de comedia vieja, pasada de moda, con escenarios de cartón y entradas y salidas teatrales, da la vuelta y se convierte en un juego permanente de complicidad entre sus dos estrellas, que compiten en el tono de las réplicas y el desdén de los movimientos de cabeza. Todo parece puesto allí para recordarnos quiénes son y lo que se atreven a hacer. Para reírse de ellos mismos, de su propia historia y de todo lo vital que tiene sacarle el polvo a las viejas estrellas.

Vicious se puede ver los viernes a las 21, por Film & Arts