Se sabía todos los trucos, y no le temblaba la voluntad al momento de ponerlos en práctica, zafándose de camisas de fuerza mientras colgaba boca abajo de grúas a gran altura, liberándose del interior de cajas fuertes arrojadas al mar, de la infame “cámara de tortura china”, de cuerdas, candados, cadenas... El rey de las esposas, el azote de los espiritistas (a quienes aborrecía tanto que se encargó personalmente de descubrir y denunciar sus estafas) es, por supuesto, Harry Houdini, acaso el más célebre y efectivo escapista de la historia. Escapista que perfeccionó muchos de sus números practicando en su hogar: una casa situada en la calle 113 del barrio de Harlem, donde vivió con su mujer durante más de dos décadas. Casa que, según cuenta el cuento, contaba con una gran tina, un gran espejo, una notable biblioteca (con cuanto libro sobre magia se pueda imaginar) y un sótano repleto de adminículos especialmente diseñados por el –también– ilusionista. Además de un sistema de sonido instalado a lo largo y ancho de las habitaciones, amén de sorprender a los invitados con efectos. Una propiedad a medida, qué va. Pues, recientemente, la mentada propiedad ha sido puesta a la venta, y por 4 millones y medio de dólares cualquier aficionado –ricachón– la puede adquirir. Hay una contra, empero: acorde a Fred Thomas –el actual dueño, que la compró en 1991– cada Halloween (época en la que Houdini falleció) una horda de fans se pasea frente a la casa y la fotografía sin parar. Más allá del detalle, los beneficios a la orden del día: 370 metros cuadrados, acceso directo a jardín privado, ubicación a pocas manzanas de Central Park y, aunque refaccionada, conservados muchos detalles originales, incluida la fachada, la carpintería y una estantería donde supieron reposar libros muchos de Harry.