A diferencia de otras artes, el cine propone como uno de sus principios fundamentales que existan dos miradas. Una, detrás de la cámara. Otra, hacia la pantalla. La mirada de quien está sentado en la sala de cine, la del espectador, es casi tan importante como la de quien establece la dirección, casualidad o no, de la película. Una película sin por lo menos un espectador es, casi, una película que no existe. 

Las películas de Mabel Itzcovich (1927-2004) están recuperando sus merecidos espectadores, después de años de carecer injustamente de los mismos. Más conocida como haber sido una de las primeras mujeres argentinas en ejercer la crítica de cine, su trabajo como realizadora quedó solapado hasta en su época entre otros nombres propios con el peso que otorga un nombre de varón, a pesar de haber acompañado de cerca el nacimiento del Nuevo Cine Argentino de la década del 60. 

Pero en estas semanas Mabel tuvo, quizás, el más grande hito póstumo de su carrera: formó parte de la sección Homenajes del Festival Internacional de Cine de Valdivia (Chile), donde se mostraron tres de sus películas: De los abandonados (1962), Los cara sucias (1969) y Soy de aquí (1963)Dueña de una peculiarísima mirada, las películas de Itzcovich inauguran una forma única de pensar la realidad argentina y bonaerense desde una mirada situada y personal. 

El rescate

Si se googlea el nombre de Itzcovich se encontrará poco y nada. Los datos que se conocen son que nació en 1927 en Rosario y a principios de la década del 50 partió a estudiar cine a París. Allí conoció a Simón Feldman, cineasta y crítico de nombre, que se convirtió en su esposo. Junto a él cofundó el Seminario de Cine de Buenos Aires, que se inspiró en el programa de estudios francés. Escribió para Cuadernos de Cine, Cinecrítica y Tiempo de Cine. Fue asistente y/o coguionista de casi todo lo que Feldman dirigió desde 1955 hasta su separación en 1961. En 1964 coguionó la película El ojo que espía, dirigida por Leopoldo Torre Nilsson, que ganó el Premio a mejor guión en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Fue militante del Partido Comunista. En 1976, Laura Isabel Feldman, una de las dos hijas que Itzcovich tuvo con Simón, fue secuestrada y permaneció desaparecida hasta 2009, cuando sus restos fueron identificados por el Equipo de Antropología Forense. Durante el período dictatorial, Mabel se exilió a Italia, y a su regreso ejerció la crítica teatral en medios periodísticos como Sur, Clarín y Página 12.

Pero ninguno de estos datos biográficos puede hablar de la profunda mirada que aportan sus películas a la historia del cine nacional, y del documental. Con cuatro repeticiones a lo largo del FIC Valdivia (más que cualquier otra película del festival) el cine de Itzcovich obtuvo por primera vez su merecido reconocimiento como pionera del cine documental latinoamericano. 

Como no es ninguna novedad para los cinéfilos argentinos, la única manera de ver las películas de Itzcovich es a través de Youtube, en una calidad terrible que es, al mismo tiempo, la mejor posible. De las cintas originales solo se conserva De los abandonados (1962), que el coleccionista Fernando Martín Peña prestó para su proyección en 35mm en Chile. Los otros dos cortometrajes pertenecen al Archivo Di Film, "el archivo visual más importante de Latinoamérica", que jamás permite que se olvide su potestad sobre las películas. Por eso, las publica en Youtube dejando el rastro de su nombre propio con marca de agua en tres lugares diferentes de la pantalla.

Ver las películas sin la marca de agua es un acontecimiento, pero verlas en una sala de cine lo es más. Lo es porque permite ver en comunidad, en la comunidad que se forma entre desconocidos, un pequeño mosaico de nuestro cine, pero también un retrato no convencional de la historia de nuestro territorio, visto con los ojos de quien se interesa por lo íntimo y lo precario. 

La íntima realidad

Esto se nota ya desde la premisa de De los abandonados (1962), donde la cámara se interna en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez para observar la manera en que el “síndrome del hospitalismo” afecta a los niños pequeños que son hospitalizados sin la compañía de su madre. Itzcovich decide abordar el problema en primera persona, como mujer y madre, eligiendo como narradora a una joven Norma Aleandro, para contar el desolador panorama de esas madres y sus hijos, azotados por la medicina deshumanizante y la desigualdad económica. Según declaró al sitio El cohete a la luna, el jefe de producción de la película, Juan Carlos Fisner, las imágenes fueron tomadas sin autorización, como contrabandista y espía, y por eso no aparece el hospital en los créditos de la película. 

Soy de aquí (1963) comienza con un plano de un terraplén y una voz en off que se pregunta "¿Quién piensa en Sarandí? ¿Quién piensa en estos barrios?". Rápidamente, se contesta, apropiándose: "Pero mi barrio tiene una historia". Ese es el puntapié para indagar sobre la realidad de un grupo de jóvenes trabajadores y estudiantes del barrio de Sarandí, mientras reflexionan sobre la política, la economía y la vida en los suburbios. "Ellos sabían que yo quería hablar de ellos así tal cual eran, y ellos fueron así frente a la cámara. Repitieron algunas de sus actitudes cotidianas; y nos dieron con naturalidad su disponibilidad, su aburrimiento, su búsqueda de los sábados a la noche y nuevamente su aburrimiento y su disponibilidad", afirma Mabel en 1964, en un texto recuperado por Hacerse la crítica. 

Los cara sucias (1969), su única incursión con actores, es un tratado de la argentinidad. La película se adentra en la cultura futbolera desde adentro de un grupo de amigos y compañeros que aspiran a jugar en primera. Así, mediados por la competencia e inclinados a la rivalidad, encuentran en cambio un punto de encuentro y amistad entre varones. 

El principio 

Los espectadores reaccionaron a las películas con conmoción y afecto. Algunas lágrimas cayeron frente a los niños hospitalizados y los cara sucias sacaron varias risas del público chileno. Esperemos que esas reacciones no hayan sido en vano, y que el gesto que tuvo el FIC Valdivia haga eco y se replique, por lo menos, en el país de Mabel Itzcovich.