“Las ciudades son libros que se leen con los pies”, cantaba el uruguayo Quintín Cabrera. Leer, escribir y traducir: el viaje como una lenta traducción y conversación que nunca termina. Al narrador, poeta, ensayista y traductor galés Richard Gwyn le gusta practicar la errancia en territorios extraños y lejanos. Quizá la familiaridad o la cercanía sea una cuestión de sensibilidad y percepciones, un punto de fuga donde convergen las experiencias vitales con el millaje de páginas leídas. Después de recorrer varios países de Latinoamérica, luego de haber recolectado su tesoro –Raúl Zurita (Chile), Irene Gruss (Argentina), Humberto Ak’Abal (Guatemala), Damalis Calderón (Cuba), Coral Bracho (México), Juan Manuel Roca (Colombia), Luis Chaves (Costa Rica) y Roberto Appratto (Uruguay), por mencionar algunos de los más de 150 poemas que reunió– se sumergió en el clima y en la atmósfera de cada verso para traducirlos al inglés. El resultado es la antología The Other Tiger. Recent Poetry from Latin America, que se presentará mañana lunes a las 19 en la Biblioteca del Goethe (Corrientes 319), con entrada libre y gratuita, en el marco del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, creado por Jorge Fondebrider. De los veinte poetas argentinos traducidos por Gwyn, estarán presentes Jorge Aulicino, Daniel Samoilovich, Mirta Rosenberg, Diana Bellessi, Alejandro Crotto, Laura Wittner, Marina Serrano y Fondebrider para leer sus poemas junto con las versiones al inglés de su traductor.

“El primer libro de Borges que leí fue El jardín de senderos que se bifurcan, y el primer cuento, ‘Tlön, Uqbar, Orbis Tertius’. Tenía 18 años. Era en la traducción al inglés de Alastair Reid, aunque en ese tiempo yo no sabía quién era Alastair Reid ni, de hecho, que era una traducción. Muchos años después conocí a Alastair –quien era amigo de Borges– dos o tres meses antes de su fallecimiento, y hablé con él sobre mi proyecto de El otro tigre. Decidí entonces que el poema de Borges tenía que actuar como el título del libro. Claro, Borges me ha influido como escritor y como traductor, pero sobre todo por este poema en que el narrador tiene que buscar el otro tigre, ‘el que no está en el verso’. Esa es una idea alucinante que me ayudó mucho en la preparación de la antología”, cuenta Gwyn a PáginaI12. El autor de El desayuno del vagabundo (Bajo la luna) –donde narra sus experiencias como heroinómano, alcohólico y vagabundo, un itinerario que va de Creta a Sicilia, pasando por Francia y Barcelona– viajó por México, Colombia, Chile y Argentina entre 2011 y 2015 con la idea de descubrir y traducir poetas de la región. “Disfruté de la oportunidad de cazar poemas, y finalmente seleccioné 20 poetas de Argentina, 19 de Chile, 15 de México y 10 de Colombia. Y un número un poco inferior de poemas de los otros 12 países: 156 poemas en total. Cada poema presenta problemas y retos distintos, y hablo un poco sobre esto en la introducción al libro. Cada país, cada región de cada país y cada persona presentan matices distintos: una antología no puede ofrecer más que un vistazo, una ojeada de lo que pasa dentro de la cultura de un país porque solo será leída por una cantidad minúscula, los que siguen y practican este culto extraño de la poesía. Quise introducir al mundo anglosajón poetas de mi generación y de la generación más joven, y por eso elegí poetas nacidos entre 1946 y 1982. Los temas son, en gran parte, universales: del animal humano. ¿Qué más hay?”.

Los poetas argentinos incluidos en la antología son Daniel Samoilovich, Laura Wittner, Jorge Aulicino, Jorge Fondebrider, Andrés Neuman, Irene Gruss, Mirta Rosenberg, Diana Bellessi, Fabián Casas, Beatriz Vignoli, Alejandro Crotto, Sergio Raimondi, Daniel García Helder, Edgardo Dobry, Ariel Williams, Teresa Arijón, Miguel Ángel Petrecca, Marina Serrano, Osvaldo Bossi y Alejandro Schmidt. “Como es bien reconocido, y debido a su geografía, Argentina ha sido muy influida por movimientos literarios europeos, sobre todo de Francia, y a la vez tiene menos presencia el indigenismo, que aparece en la poesía de los países más al norte del continente”, plantea Gwyn, que ha traducido al inglés poetas como Nicanor Parra, Ernesto Cardenal, Claribel Alegría y Alejandra Pizarnik, entre otros. “En Argentina, y es una generalización enorme, hay una actitud bastante conservadora a propósito del estilo y la forma, y una claridad de expresión –probablemente la sombra larga de Borges, no sé–, una predilección hacia la  narrativa en la poesía y sin duda una tendencia hacia el objetivismo”, analiza el traductor galés. “Argentina ha evitado otras influencias, la del neobarroco, que era tan fuerte en Cuba y México, o, en buena medida, la influencia de Parra, tan fuerte en los poetas jóvenes –y no tan jóvenes– de Chile, y no siempre, en mi opinión, aunque es un poeta importantísimo, una influencia muy provechosa”.

–¿Cuáles fueron los principales desafíos que afrontó como traductor del español al inglés? ¿Qué temía que se perdiera en los poemas traducidos? 

–El punto para mí es sentir el clima y entrar en la atmósfera o el estado de ánimo de un poema. Este estado de ánimo de los poemas es lo que te hace temblar de reconocimiento, y después sabes que lo tienes que traducir, tienes que hacer que funcione en tu propia lengua. Es como una adicción. Y no creo en absoluto esa estupidez del tradutore/tradittore. Es un cliché y no ayuda a nadie. Ni tampoco creo en lo que dice Robert Frost que “la poesía es lo que se pierde en la traducción”. Claro que pierdes algo, pero tal vez ganas otra cosa distinta. Espero haber hecho una o dos traducciones que se puedan comparar favorablemente con el original. Uno de los peligros potenciales de una antología grande como The Other Tiger es la intromisión de la voz del traductor. Mientras uno toma medidas para prevenir que este “hábito personal” se entrometa, está destinado a estar ahí, como es bien sabido que comprobó Ezra Pound. 

–¿Qué vínculos hay entre escritura y traducción? ¿Cómo conviven el escritor y el traductor? 

–Escribir es una manera de traducir. Leer un poema es traducir. Escribir un poema es traducir. Explicar algo a tu hijo o tu hija es traducir. Leer es una manera de escribir, y muchas veces leo para robar, para sacar cosas y volver a mi cueva con el botín intelectual de los demás. Traducir es robar, escribir es mentir, viajar es leer, viajar, efectivamente, es traducir. Claro, está todo interrelacionado.  Como dice Lydia Davis, leer es traducir, traducir es escribir, escribir es viajar, leer es viajar, escribir es leer, leer es escribir.