El fútbol y su entorno multitudinario contrastan con esa estepa patagónica desangelada en la que desapareció Santiago Maldonado. Cuando el caso se muda de escenario, de aquella tierra a cualquier cancha de cemento porteña o del conurbano, se amplifica de inmediato la dimensión de lo que pasa. Entonces ya no están solos los mapuches a los que apoyó Santiago. Están entre nosotros reclamando su aparición con vida junto a centenares de miles de argentinos de buena voluntad. Todos ocupan un puesto de lucha en ese territorio donde el presidente Mauricio Macri edificó su trayectoria pública. Cree que puede intervenir en él a piacere. Porque el fútbol es como su patio trasero. Piensa igual que Donald Trump sobre todo lo que existe al sur de Estados Unidos. Los dos expresan la prepotencia del poder. También la teatralizan. Y en uno de los teatros por excelencia de nuestras más grandes tradiciones, el gobierno teme que le recuerden cada día la pregunta que no quiere escuchar: ¿Dónde está Santiago Maldonado?
Sucede en estos días cuando comenzaron todos los campeonatos. Cuando uno de los antídotos preferidos contra la depresión cotidiana se lanzó a carretear. La Superliga, los distintos torneos del Ascenso, la Copa Argentina, la Libertadores que siguen jugando.
River, San Lorenzo y Lanús. El fútbol a pleno volvió para señalar que, en cualquier momento, la misma pregunta nos interpelará desde una cancha: ¿Dónde está Santiago Maldonado? Con lo que vendrá añadido. Que decenas de cámaras reproduzcan voces, carteles y pancartas con esas cuatro palabras. Podría -y debería ser así- por el resto de los días hasta que se sepa lo que pasó en la comunidad Pu Lof de Cushamen.
Ya ocurrió en el Nuevo Gasómetro, en Temperley, Banfield y continuará repitiéndose. “En cada partido que juegue River como local podría pasar”, nos dice Rodrigo Daskal, el presidente del museo que conserva la historia del club en el Monumental. Es sociólogo. Su presunción tiene el valor agregado que le da su condición de especialista. Pero también cuenta con información. “Hay gente que quiere visibilizar el caso Maldonado en el club”. Los antecedentes lo avalan. Un acto con Guido Carlotto en 2014, el nieto recuperado de Estela, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo; la visita a la Casa de la Identidad del presidente Rodolfo D’Onofrio en abril del 2016; el mensaje desde la pantalla gigante del estadio contra el 2x1 de la Corte Suprema en mayo pasado.
River no es el único club que toma el reclamo en su sentido más amplio por Memoria, verdad y justicia. Lo adoptaron otros. Recobra vigor ahora porque desapareció Santiago Maldonado, igual que cuando desapareció Jorge Julio López. El fútbol aumenta con la gran lupa que lleva en el ojal, la imagen que una sociedad no está dispuesta a naturalizar. Este año repitieron ese acto reflejo Racing, San Lorenzo, Estudiantes, Gimnasia, Central, Newell’s y otros clubes que van alternándose en cada 24 de marzo para la evocación global de su propio Nunca más.
No pasa inadvertido que un grande como el Boca que preside Daniel Angelici esté en otra cosa. Le importa más la diplomacia de la pelota. Las visitas guiadas de algunos mandatarios europeos a la Bombonera en 2016 marcaron que eligió otro camino. El francés Francois Hollande acompañado por Macri, el presidente de Bulgaria Rosen Plevneliev y el primer ministro italiano Matteo Renzi estuvieron ahí. ¿Quiénes osarían preguntar en ése escenario cuestiones que molesten al poder? Seguro que cientos de miles de hinchas boquenses. Una y otra vez: ¿Dónde está Santiago Maldonado?
En una de esas sociedades anónimas deportivas con las que sueña el presidente de la Nación no debería temer que se lo repitan. Un club en manos empresarias o de CEOS y no de los socios sería como un blindaje a tanta insolencia hecha pregunta. ¿Dónde está Santiago Maldonado? También le evitaría fastidiarse con situaciones semejantes que el terrorismo de Estado devuelve desde un espejo en el pasado. Por ejemplo, los once desaparecidos hinchas de Racing que están en un libro reciente de otro sociólogo, Julián Scher. Porque los desaparecidos están en todas partes. Son víctimas de un delito que no prescribe.
En la cancha de San Lorenzo todavía retumban los insultos contra la ministra de Seguridad Patricia Bullrich. Se escucharon antes del clásico con la Academia cuando empezó a rodar la Superliga. El de aquel cartel que molestó a la Casa Rosada porque a la comisión de Derechos Humanos del club se le ocurrió exigir “Aparición con vida YA de Santiago Maldonado”. Con el ya en mayúsculas, como para que no queden dudas de la urgencia. El presidente Matías Lammens recibió el comentario negativo de un allegado al gobierno por semejante desmesura. Como si el club hubiera cruzado un límite.
No es extraño lo que pasa. Macri suele estar en todos los detalles. Nada se le escapa de lo que ocurre en su patio trasero. Si hasta llamó a un integrante afín del Tribunal de Disciplina de la AFA, para preguntarle por el fallo del partido definitorio entre Riestra y Comunicaciones para subir a la B Nacional. Quería saber si sería castigado el club del abogado mediático Víctor Stinfale. La anécdota se la contó el presidente de la AFA, Claudio Tapia, a sus laderos.
Parece que por momentos el jefe de Estado extraña la presidencia de Boca que ejerció durante 12 años. Donde logró dos reelecciones sucesivas que ni el mismísimo Carlos Menem consiguió, tan obsesionado como estaba con seguir en la Casa Rosada. El control siempre lo ejerció en forma férrea. Pero la pregunta no puede evitarla en estos días para los que tenía pensados otros anuncios de campaña electoral: ¿Dónde está Santiago Maldonado?
La correlación de fuerzas que brinda el fútbol en su proyección hacia la política mayor es bien conocida. El presidente de la Nación lo sabe mejor que nadie. Es un producto de ella. Acaso el más acabado producto de marketing que contribuyó a lanzar en Boca el dirigente radical Enrique ‘Coti’ Nosiglia, allá por 1995 y cuando el objetivo compartido era desbancar a otro radical, mucho más campechano, el empresario Antonio Alegre. La historia es circular. Macri ya no gobierna un club, gobierna un país y suma 22 años entre el manejo de una asociación civil y la función pública. Ocho los pasó al frente de la ciudad de Buenos Aires y lleva casi dos en la Rosada.
El pedido de aparición con vida del joven Santiago se seguirá replicando en esos clubes y esas canchas que Macri supo pisar tantas veces. Conoce las vigorosas reacciones que pueden bajar desde sus tribunas. Pero hoy es incapaz de escucharlas, como tampoco repara en el eco de las plazas que reclaman. No en vano dijo en abril de este año que “el fútbol es más difícil que la política”. Ese que al presidente le permitió dar el salto hacia el sillón de Rivadavia donde ahora está sentado. En los días por venir la pregunta se repetirá indefectible y cada vez tendrá menos margen para evitar responderla: ¿Dónde está Santiago Maldonado?