El escrutinio definitivo en la provincia de Buenos Aires corroboró lo que se sabía desde la madrugada del lunes 14 de agosto. La ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner superó por algo más de 20.000 votos al ex ministro Esteban Bullrich en las Primarias abiertas (PASO).                  

Desde el primer tuit ulterior, Unidad Ciudadana apeló a la expresión “manipulación mediática”, descripción redonda y ponderada a la vez. Hubiera podido echar mano al diccionario de la Real Academia y valerse de la palabra “fraude” cuya primera acepción es “Acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete”. Por usar un sinónimo más técnico: el oficialismo produjo “una carga de datos tendenciosa” para instalar una falsa diferencia entre los dos candidatos. Cambiemos arguye que fue cargando los números a medida que llegaban. Las reglas del buen arte exigen que la tarea contemple las conocidas diferencias históricas entre partidos provinciales o localidades para impedir sesgos engañosos. No es tan difícil: si en un distrito favorable a una fuerza representa el “n” por ciento del conjunto provincial sus sufragios se van cargando en esa proporción: no se vuelcan todos. Con ese simple recaudo sería inviable proveer parciales tan disímiles de los verdaderos. A ese fin, entre otros, se posterga hasta las nueve de la noche el comienzo de la difusión de datos.

No hubo errores ni azares. Se hizo a propósito, para inducir una lectura equivocada del resultado. Y, cuando ya era imposible seguir con la maniobra, llegó algún Comandante y mandó parar. En las últimas horas se tornó peliagudo mantener a Bullrich en punta, entonces se trabajó escogiendo casi mesa por mesa, matufias con peine fino.

Desde 1983 se recuerdan algunas votaciones en las que se corroboraron o se denunciaron fraudes con consecuencias mucho más graves. Dos candidatos a gobernador iban atrás cuando “sorpresivamente” se cortó la corriente eléctrica y cuando se encendió la luz aparecieron ganando: José María Vernet en Santa Fe 1983, Juan Schiaretti en Córdoba 2007. En Chubut (2011) acontecieron episodios escandalosos que forzaron a elecciones complementarias en unas cuantas mesas. El sindicalista Luis Barrionuevo destruyó y quemó urnas en Catamarca. Es atinado diferenciar esos fraudes del que nos ocupa, más allá de cómo se los designe.

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En el escrutinio definitivo, coexistieron representantes de todos los partidos. Fuentes diversas concuerdan en que el trabajo fue cooperativo, respetuoso, eficiente. Legalmente se anulan las mesas en que surge una diferencia insalvable de cinco votos o más entre la realidad y el recuento. Solo se anuló una, informan testigos de distintas banderías.

Varios hechos que suscitaron alarma (telegramas que consignaban cero votos a listas muy apoyadas) se rectificaron y parecieron obedecer a errores, factibles en 34.052 mesas.

UC presentó denuncias judiciales por irregularidades. La más llamativa fue una lista de voluntarios para ser autoridades de mesa en las que habría colado una caterva de dirigentes de Cambiemos. Algunos “se equivocaron” en los telegramas, adulterando cifras, favoreciendo al oficialismo. Las irregularidades se deben investigar. Su quantum es, en principio, pequeño.

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Con los guarismos a la vista, los dirigentes y militantes kirchneristas cuentan con elementos para mejorar su desempeño el día del comicio, en octubre. Su adversario trampeó, fue taimado. También se manejó con más destreza en la noche del domingo. El kirchnerismo esperó demasiado para cuestionar, se dejó “robar  cámara”. 

Tal vez no contaba con un buen recuento de mesas testigo, como el que le permitió a Schiaretti reconocer temprano su derrota, una táctica para abreviar parte del calvario.

UC jamás hizo pública su propia suma de votos, accesible si se cuenta con buena información (certificados) de los fiscales de todas las mesas. “Son 135 Excel”, uno por municipio bonaerense, asume uno de los militantes que laburó días enteros en el Correo de La Plata. Nadie lo extrovierte pero, seguramente, no se tenían. 

En los nutridos intercambios de mensajes e información de esos días, hubo memoriosos que evocaron la histórica jornada de 1962 cuando Andrés Framini se consagró gobernador electo en Buenos Aires. Fiscales veteranos recuerdan que dos días después tenían su propia sumatoria de votos. Sin fax, Internet, sin celulares, casi ni teléfonos. La magnitud del padrón, la densidad poblacional de la provincia eran mucho menores. Es también verdad que ese peronismo venía de años de resistencia, persecuciones y proscripción.

En el comando de campaña kirchnerista se piensa preparar dossiers para aleccionar mejor a los fiscales, tomando en cuenta lo aprendido. Posiblemente haya uno para conurbano y otro para el interior porque se detectaron trapisondas diferentes. 

Tal vez los adversarios le hicieron un favor involuntario a UC, alertando a sus referentes y militantes. En una de esas sería razonable que las minorías opositoras exigieran la asistencia de veedores y observadores internacionales para velar por la transparencia del comicio. Como en Venezuela.

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Se sospecha de desviaciones manejadas por la empresa privada INDRA y por el Correo. Todas en la carga de datos. La informática es caldo de cultivo del fraude, una caja negra.

El sistema electoral argentino supera en mucho a la descripción peyorativa de la derecha política y mediática. Sufragio universal, obligatorio, alta participación. Garantizan el acto autoridades de mesa, ciudadanxs, con la exigencia mínima de saber leer, escribir y manejar las operaciones matemáticas básicas. Las mismas condiciones alcanzan para ser fiscal. 

Los sistemas de voto informático, desacreditados en casi todo el mundo, agregan el elitismo a sus vicios: solo especialistas pueden chequear las denuncias. El escrutinio definitivo comprobó, entre otras cuestiones, la calidad de la ciudadanía ejercitando sus derechos-deberes. 

El macrismo se burló de la regla democrática en la primera elección bajo su mandato. ¿Llegó a su límite o habrá sido un ensayo general para avanzar más? Dependerá, en gran medida, de la destreza y dedicación de las fuerzas que se le oponen.