Los delincuentes    9 puntos

Argentina, 2023.

Dirección y guion: Rodrigo Moreno.

Fotografía: Inés Duacastella y Alejo Maglio.

Producción: Ezequiel Borovinsky.

Intérpretes: Daniel Elías, Esteban Bigliardi, Margarita Molfino, Germán De Silva, Laura Paredes, Mariana Chaud, Cecilia Rainero, Gabriela Saidon, Lalo Rotavería, Adriana Aizenberg.

Duración: 180 minutos.

Estreno: en salas únicamente.

“Escuchame: ¿vos hiciste el cálculo de cuántos años te faltan para que te jubiles?” Con esa pregunta directa, dolorosa, que lleva adosada su lapidaria respuesta (¡25 años!), un empleado convence a otro de que se convierta en su cómplice en el robo al banco en el que ambos trabajan. No se trata de un robo importante: “Es lo que equivale a nuestros sueldos hasta que nos jubilemos, ni un peso más ni un peso menos”. Apenas lo necesario para llevar una vida modesta, pero sin el agobio de las mediocres rutinas y obligaciones que hacen de levantarse cada mañana el camino hacia una tumba cotidiana. A partir de ese simple punto de partida, el director y guionista Rodrigo Moreno hace de Los delincuentes un film mayor, capaz de hablar de temas esenciales como la libertad y el empleo del tiempo con un espíritu lúdico fuera de lo común.

La fábula, como la define el propio Moreno (ver entrevista aparte), va más allá de la célebre máxima de Bertolt Brecht: “¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?”. El bueno de Morán (extraordinario Daniel Elías) no es precisamente un marxista. En todo caso quiere recuperar el control de su vida y soñar con una distinta, más plena. Aspira a que su tiempo (una preocupación que ya estaba en Reimon, un film anterior de Moreno) valga la pena, a no tener que venderlo en cómodas cuotas a un gerente cualquiera, enterrado en una oficina sin ventanas. Y en esa utopía embarca –sin mayores dificultades, hay que decirlo- a su compañero de trabajo Román (Esteban Bigliardi).

Hay muchísimas virtudes y placeres en la película de Moreno, tantas que es difícil ir dando cuenta de todas, pero la primera, se diría, es la cantidad de capas que contiene, como si se tratara de un film-matrioshka, donde una superficie siempre esconde otra y donde la primera historia da lugar a nuevas historias y personajes, con giros novelescos inesperados. Está el robo en sí mismo, contado con tanta sencillez como maestría. Están los momentos posteriores al robo, que aportan su cuota de suspenso, porque el ladrón no es un profesional sino un empleado cualquiera, con quien es fácil identificarse. Pero aun en esas situaciones tan llanas, en las que adscribe a una narrativa clásica, siempre hay en Los delincuentes indicios de otros films escondidos dentro del film, que van apareciendo uno dentro del otro, y que hacen que la tradición conviva con una modernidad sin estridencias.

El tema del doble, por ejemplo, es un delicioso, absurdo leitmotiv del film, desde la firma idéntica que una cliente del banco (Adriana Aizenberg) comparte con otro hasta los anagramas que conforman los nombres de casi todos los personajes: Morán, Román, Norma (Margarita Molfino), Morna (Cecilia Rainero) y Ramón (Javier Zoro Sutton), como si fueran de algún modo prolongaciones del propio Moreno. E incluso cuando dos personajes diferentes tienen nombres distintos, son interpretados por un mismo actor (el genial Germán De Silva), sin que eso perturbe el transcurso del relato.

A su vez, la antítesis ciudad-campo, que Los delincuentes plantea de manera muy nítida, jamás es estereotipada ni maniquea, entre otras razones porque Moreno filma Buenos Aires con un ojo y un amor como ningún otro cineasta argentino actual. En cada encuadre, Moreno encuentra la ciudad que todavía resiste con nobleza a la innovación berreta que la administración macrista le impuso a Buenos Aires, lo que le da a Los delincuentes un aire retro muy afín a su tema, como si el director no quisiera rendirse al imperio de lo digital.

Esa resistencia cultural está también presente en el riquísimo bagaje de referencias que maneja la película de un modo absolutamente orgánico, incorporándolas al relato de manera muy natural, sin impostación alguna. Moreno no sólo tiende puentes con el cine argentino del pasado: de modo manifiesto con Apenas un delincuente (1949), de Hugo Fregonese; de manera más oblicua con algunas películas de Adolfo Aristarain. También busca un faro en la obra de Robert Bresson, con su cita discreta de L’argent (1983), un film que comparte con Los delincuentes su relación con el dinero y con la cárcel.

Para la música, esencial en la película, Moreno recurre tanto a Piazzolla como a Pappo’s Blues, particularmente un par de temas de un vinilo (el primero del grupo) que circula de mano en mano y se convierte en clave, en cifra entre los personajes. Y a pesar de que Los delincuentes está planteado a priori como un film de prosa, se pronuncia también por la poesía –Juan L-Ortíz, Ricardo Zelarayán-, en tanto la poesía abraza el misterio y desafía al más craso materialismo. Como la película misma.

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