Acusan a Mark Zuckerberg por sus algoritmos adictivos en Instagram y Facebook para "captar" niños. Su empresa fue demandada por 40 estados de EE.UU. Según la denuncia, "se han aprovechado de tecnologías poderosas y sin precedentes para atraer, involucrar y atrapar a jóvenes y adolescentes".
La cuestión legal no es la causación de conductas adictivas sino la utilización “conciente” para producirla. La acusación no nombra a estas redes sociales como adictivas sino también como dañinas, que producen el daño, no se trata de daño colateral por uso intensivo sino que dentro de su diseño está el causarlo.
Existe muy poca gente en el planeta homogeneizado del recién comenzado siglo XXI que no se haya percatado de las consecuencias negativas en sí mismo y en los otros de las múltiples pantallas. Se trata de un tema de conversación frecuente en cada esquina, en cada reunión familiar: ¡Cómo ha cambiado todo!, ¡los problemas atencionales que tenemos!, ¡las cada vez menos cantidad de relaciones cara a cara! El pegoteo casi obsceno con la superficie translúcida y opaca del celular inteligente que nunca se aleja más de un brazo de quien parece no ser su dueño sino su mascota producen evidentes crisis de abstinencia frente a un apagón de luz y una crisis de nervios frente a la rotura ocasional. Las demostraciones de su poder adictivo aparecen a la luz frente como en toda adicción en la abstinencia. Hoy los celulares inteligentes están a la altura de la peor época de la heroína intravenosa en la década de los ochenta. A pesar de estas múltiples constataciones, se han metido tanto en nuestra vida cotidiana y en nuestra carne que resulta muy difícil imaginarnos un futuro sin más y más dependencia de estas tecnologías tan performáticas de la vida cotidiana tanto como de la personalidad.
Tantos autores, filósofos, psicólogos han trabajado el tema que esta demanda generalizada de casi todos los estados de Estados Unidos no es una noticia que llame la atención salvo la llegada a estratos judiciales en la que esa verdad de perogrullo, debe probarse en hechos específicos. Los ejemplos sobran, pero sin embargo el veredicto no es sencillo pues una característica de las múltiples pantallas justamente se encuentra en su poder concéntrico, expansivo, epidérmico, subjetivante, totalitario. Meta se va a defender poniendo como ejemplos otras redes sociales como Tik Tok, y ejemplificará hasta con el ejemplo de una niña argentina, Milagros de Santa Fe, que murió al aceptar el desafío de esa red social llamado “El juego del ahorcado”: se trata de aguantar la respiración el mayor tiempo posible hasta desmayarse. El juego ya ha cumplido muchos años, lo han “cumplido” muchísimos niños y niñas y también cuenta con decenas de casos que terminaron siendo mortales. Meta puede decir que no realiza esos retos.
Pareciera poco convincente demostrar que otros lo hacen peor. Y podría defenderse con que no es su política institucional fomentar ese reto de colocarse un objeto alrededor del cuello para evitar respirar, bloquear la entrada de aire en forma “natural” y entonces apelar a la buena fortuna de conseguir ese objetivo: el ahorcamiento y al mismo tiempo desmayarse y aflojar los lazos que lo llevarían a la muerte, todo en vivo y en directo.
Otro letrado, de los más caros seguramente, apelará a que la condición on line no es propia sólo de las redes sociales y que el ser humano es una historia continuada de esa fascinación por estar ahí, esa obsesión del tiempo y espacio y que ese instrumento tecnológico, más allá de la empresa que lo produzca, más allá de quién lo monetice, permite la realización de ese deseo humano. Que no pueden acusarlos de ser un juguete todo terreno porque los padres y madres lo utilizan de chupete digital desde la más tierna edad, o porque no sea despegable de la vida laboral contemporánea y las posibilidades de encuentro con alguien del otro lado en las aplicaciones de citas.
Meta seguramente se defenderá hablando que la Inteligencia Artificial, un nuevo paso, en la que están luchando para no quedar atrás, es una “evolución natural” que se está desarrollando en todos lados del planeta y que ya no se podría distinguir qué estaría del lado del ser humano y qué del lado de la inteligencia de los algoritmos. Y ¿si el algoritmo fuera aprovechador?
Lo que seguramente le probarían y por lo que debería pagar una frondosa indemnización sería por la utilización de datos privados en procesos cada vez más subjetivos de marketing, el nuevo marketing a la carta. Esa sensación evidente de que los celulares nos escuchan y saben antes que nosotros dónde queremos ir de vacaciones y qué deseamos comprar antes aun que nosotros mismos, o ese proceso de segmentación de grupos etarios que lleva a que cada grupo tenga sus retos, sus juegos de “blackout” como los que enfrentó trágicamente Milagros. Lo que no podrá negar fácilmente Meta es ese blackout de la conciencia que producen las redes sociales, ese no dejar pasar la luz, ese ahogo cuando se apaga el celular y que suele amainar cuando vuelve a prenderse y sentimos que estamos conectados.
Como se considera con los medicamentos que aún no se terminan de probar, aún no sabemos las consecuencias de esta “adicción” a largo plazo, recién han transcurrido veinte años de su uso ininterrumpido pero muchos y muchas nos preguntamos qué pasará dentro otros veinte años o un poco más. ¿Sólo se trata de consecuencias dañinas entre sujetos que abusan de su uso o podría haber consecuencias a nivel de la salud pública y hasta en el ecosistema humano?
Martín Smud es psicoanalista y escritor.