El electorado de Milei es más complejo y diverso de lo que se piensa. Sin
embargo, tiene un núcleo duro formado mayormente por varones jóvenes. Es
un núcleo blindado. No le entran las balas. Muchos de ellos deslegitiman cualquier
debate sobre los derechos humanos (que son un piso mínimo de dignidad) usando el “40% de pobres”, como comodín para darle la razón a la ultraderecha y cerrar cualquier tipo de discusión. Su nutrición política son videos de TikTok de diez segundos titulados “Milei destroza/despedaza a (inserte nombre de cualquier opositor)”, que apelan a construir un odio irracional hacia enemigos internos. Enemigos internos cada vez más amplios y diversos, que dan cuenta de la voluntad exterminadora absoluta del totalitarismo neofascista.

Ellos están en el mundo virtual crypto, los juegos en línea y un círculo de confort creado alrededor de videos de TikTok que explican el mundo desde dogmatismos neofascistas complacientes. La dictadura es en blanco y negro y a ellos les resulta historia antigua. Irrelevante. No fueron 30 mil. El dólar a 1020. Basta del curro kk de los derechos humanos. El dólar a 1020.

Si bien antes la juventud rebelde se identifica con los ideales de la justicia
social y el cuestionamiento al estatus quo, hoy en día esos jóvenes militan para
desmantelar el salario mínimo y venerar al ejército, la represion, los valores
ultra conservadores de la patria, la familia, la religión y las tiras de Cris Morena
;
negar el cambio climático y ver la vida desde el lente espartano de la mercantilización,
donde todo lo que no sea “rentable” es un palo en la rueda que debe ser
extirpado.

Mientras tanto, nuestros lazos comunitarios están cada vez más degradados, sobre todo tras la pandemia, dando lugar a existencias más atomizadas. Los sostenes vecinales se estan desintegrando en pos de alquileres impagables y los vínculos laborales resquebrajándose por el trabajo remoto, que lleva a prácticas laborales cada vez más alientantes y menos cooperativas. La vida de muchos jóvenes, cada vez más precarizada y sin salida al final del túnel, se trasladó a la virtualidad, donde varones encontraron en foros recónditos espacios donde cerrar filas, aliarse desde el odio como respuesta al avance feminista y la crisis económica, y lamerse las heridas.

El espacio libre que lxs militantes dejamos en la calle en este contexto de
desmovilización, precariedad y desmoralización, se manifestó como casilleros
vacantes en el territorio para que ocupen las voces de la violencia. Mientras
tanto, la lucha se traslada a la arena de disputa de las redes sociales, un
universo habitado por los más jóvenes que cada vez mas complejo, con una
lógica algorítimica difícil de romper, como si fuese un vallado impenetrable.

¿Podemos discutir de política donde el medio más relevante impone un mensaje que se reduce a TikToks de 10 segundos? ¿Podemos construir política en ese lenguaje, sin resignar profundidad, sin banalizar? ¿Cómo podemos meternos en este juego-en este terreno que orgánicamente e históricamente, no es el nuestro? Y, aún así, es fundamental responder a esto.

La historia nos enseñó que cuando las papas queman se mueven las fichas y
se reacomoda el tablero. ¿Cómo podemos retomar ese entramado social de
solidaridad por fuera de la lógica mercantilista, que permitió a miles de
personas sobrevivir al 2001 con ollas populares, por ejemplo? El transfeminismo es un movimiento altamente peligroso porque invita a maginar otros mundos posibles, más justos, más solidarios, más libres, más dichosos, más gozosos. La imaginación política es un arma que sabemos muy bien cómo usar.

Encontrar alianzas transversales y transterritoriales con las luchas obreras, el colectivo LGbtiq+, los pueblos originarios y ambientalistas es clave para una unidad que interpele a lxs más jóvenes, a LAS más jóvenes, que creen que la salida es el odio, la destruction del otro y, en última instancia, la destruccion propia. Otra fuga de ese infierno es posible.

El desafío de los feminismos será, entonces, llegar a esas compañeras, a las pibas que antes encontraban en los feminismos un espacio de pertenencia que, por varios motivos, quizás ya no las convocan. Interpelar a mujeres que, como Lilia Lemoine, pusieron el cuerpo para velar por los intereses patriarcales de sus compañeros y, cuando las cosas salieron mal, fueron las primeras depositarias de su frustración y rabia. Convocar a las chicas que creen que la política es “cosa de varones”, que se
corren de las discusiones, deshabitando esos espacios y dando por sentado
derechos conquistados.
Y que no solo hay que defenderlos, sino que también podemos ampliarlos: y esa es la verdadera magia del transfeminismo como una postura política hacia un mundo expansivo plural, diferente a uno que se cierra sobre sí mismo desde el odio, la venganza y la voluntad exterminadora.