“Nada es tan doloroso para la mente humana como los cambios bruscos y súbitos”. La frase le pertenece a Mary Wollstonecraft Shelley y fue rubricada para la inmortalidad en su creación literaria más famosa, Frankenstein o el moderno Prometeo. La cita viene a cuento de la novela ¡Pobres criaturas!, del escritor escocés Alasdair Gray, publicada originalmente en 1992, cuya protagonista irrumpe en el mundo como su par monstruoso. Otro engendro que nace de la aplicación de los últimos adelantos de la ciencia médica, aunque a diferencia de la criatura parida por el Doctor Frankenstein Bella, que ese es su nombre, aprende que los cambios bruscos y súbitos pueden ser el origen de placeres y trascendencias. La adaptación al cine del libro de Gray tuvo su premiere mundial hace dos meses en el Festival de Venecia –donde obtuvo nada menos que el León de Oro– y podrá verse en unos días en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata dentro de su sección Autoras y Autores, unas semanas antes de su estreno comercial. Sin lugar a duda, un cambio de registro para el realizador de origen griego Yorgos Lanthimos, quien por esta vez deja de lado el cinismo y la misantropía y se aplica a un cuento de hadas victoriano en el cual el mundo es un lugar horrible y hermoso en partes iguales.

La Bella Baxter de Emma Stone es una joven que se abre al universo de par en par, una muchacha torpe y desgarbada que absorbe todo aquello que la rodea, dejándose penetrar por libros, emociones y, desde luego, penes, en un camino de riquezas personales destinado a convertirla en toda una mujer. Pobres criaturas (sin los signos de exclamación de la novela) propone un viaje alucinado y alucinante a un siglo XIX paralelo y prodigioso, en el cual los coches a motor suelen incluir un mascarón de proa equino, las ciudades están atravesadas por teleféricos retro futuristas y la experimentación quirúrgica permite hibridar animales, resucitar cadáveres y trasplantar cerebros de un cuerpo a otro. Con Willem Dafoe en el papel del doctor Godwin Baxter, émulo de Frankenstein y a mucha honra, Mark Ruffalo como un hombre de mundo empeñado en enseñarle a la protagonista usos, costumbres, etiquetas y posiciones sexuales, y Ramy Youssef como un joven aprendiz de médico enamorado del bello experimento humano, la nueva película del director de Canino, El sacrificio del ciervo sagrado y La favorita entrega una fábula feminista imaginativa y deforme, destinada a ganarle a Emma Stone las alabanzas ingentes del periodismo especializado y la industria (y varias nominaciones a los premios más importantes de la misma).

El maquillaje que cubre el rostro de Dafoe es al mismo tiempo realista y rimbombante. Las cicatrices, profundas como surcos en un campo labrado, recorren las facciones naturales y, es de suponer, atraviesan otras partes del cuerpo. Hijo de médico, su padre solía experimentar con la prole de maneras un tanto intensas y agresivas, pero Baxter hijo se muestra orgulloso de ello y ha seguido el camino del jefe de familia llevando la profesión mucho más allá de lo esperado. Su cuerpo, anciano, ya no es el que solía ser y unos tubos especiales lo mantienen en la mejor forma posible, aunque cada tanto un sonoro eructo es rematado por la más extraña esfera surgida del interior de su sistema digestivo. En el jardín de la mansión de Baxter los más extraños bichos corretean y se alimentan –un pato-cerdo, un perro-gallina–, pero la más insólita y extrema de las criaturas tiene forma de mujer y mente de niña: Bella, que a pesar de su apariencia de doncella apenas si ha comenzado a pronunciar palabra, sus pasos torpes y bruscos, sus juegos y caprichos intempestivos similares a los de un infante de dos o tres años. Bella llama al doctor Baxter, su padre putativo, de una manera sencilla y poderosa: God, Dios. Es un juego de palabras afectivo y efectivo, apócope de Godwin, que remite no sólo a la figura paterna como centro del universo en la era victoriana sino, esencialmente, al atrevido juego de los dioses pergeñado por el barón Frankenstein --William Godwin era el nombre, además, del padre filósofo de Mary Shelley--. Lanthimos registra las escenas de esa primera porción del relato en blanco y negro, echando mano a diversos recursos técnicos que enrarecen aún más el ambiente –lentes de gran angulación, incluido el extremo ojo de pez, zooms seguidos de travellings­­–, magnificando el barroco diseño de las escenografías y vestuarios. Por momentos, Pobres criaturas recuerda el estilo recargado de realizadores como Ken Russell o Terry Gilliam, sin que ello implique copia o resurrección literal. Más tarde, cuando Bella decide escapar de los confines de ese espacio reducido –y de los corsés de los comportamientos familiares– el blanco y negro se abre a una multiplicidad de colores.

 

Durante la conferencia de prensa de la película en el Festival de Venecia, de la cual Emma Stone no participó como consecuencia de la huelga de actores que continúa hasta el día de hoy, Yorgos Lanthimos recordó que conoció al autor de la novela en Escocia, muchos años atrás, luego de leer sus páginas. “Viajé para convencerlo de que me ofreciera los derechos de adaptación, y lo hizo. Era un hombre muy amoroso. Por desgracia, falleció un par de años antes de que la película fuera filmada, pero lo recuerdo como una persona muy enérgica y especial, a pesar de que ya tenía unos ochenta años”. El realizador también rememoró los paseos que dio junto a Alasdair Gray en Glasgow, donde el escritor le mostró varios lugares reales que había incorporado en el libro, aunque desde luego bajo un prisma diferente a la realidad. En cuanto a la adaptación del texto, a la hora de encargarle la escritura del guion al australiano Tony McNamara, Lanthimos decidió desde muy temprano que “la película sería la historia de Bella. En la novela existen muchos dispositivos literarios de distanciamiento que relatan una historia con muchas capas, y que es presentada como algo objetivo. El film, en cambio, altera la estructura, el texto primario y el final del relato presente en el libro, pero mantiene su esencia, el humor, el tono y los lugares donde transcurre. En cuanto leí la novela supe que había que construir un cosmos para que fuera habitado por Bella, pero en lugar de utilizar el mundo que conocemos como si fuera una especie de plano estructural, buscamos algo ligeramente distorsionado, desde su propia perspectiva. Eso nos llevó a construir todo en estudio, agregando esos elementos no realistas que, a su vez, nos llevaron a filmarlos de una manera poco convencional”.

En cuanto a la indispensable participación de Emma Stone en un rol muy exigente en varios sentidos –la intensidad, que sin embargo no debe pasarse de rosca, los cambios gestuales y físicos ligados a su evolución y, en no menor medida, las constantes secuencias de desnudo y actividades sexuales– el cineasta recordó que la actriz, con quien ya había colaborado en su film previo, estuvo interesada desde muy temprano en el proyecto. “Mientras rodábamos La favorita el guion de Pobres criaturas ya estaba en desarrollo. Ella se sintió muy atraída hacia el personaje y quiso involucrarse profundamente. Por esa razón se transformó en una de las productoras y formó parte del intercambio de ideas a la hora de diseñar el universo de la película. Creo que eso ayudó mucho a su actuación, porque tuvo la idea del film en la cabeza durante bastante tiempo, y cuando llegó la hora de rodar ya había vivido junto al personaje un buen rato, aunque ello no implique algo necesariamente consciente”.

Y un buen día Bella descubre las bellas artes de la masturbación (con los dedos, con frutas, allí en su “zona peluda”), aunque su mente, aún poco habituada a las normas de conducta, la empujen a realizar esa actividad en lugares y momentos poco convenientes. Es entonces cuando llega la posibilidad del casamiento con el aprendiz de Dios, quien durante las extensas e intensas jornadas dedicadas a tomar notas científicas parece haber desarrollado una afinidad con la joven que va más allá de la simple empatía. Es entonces también cuando entra en escena el abogado interpretado por Ruffalo, Duncan Wedderburn, quien no tiene pruritos morales a la hora de desatar la lujuria de Bella, cuyo comportamiento (recuérdese, en plena constricción victoriana) es leída inevitablemente como un ejemplo de histeria, la pulsión genital de una niña con clítoris de adulta. Pobres criaturas regala una franqueza sexual poco habitual en el cine estadounidense contemporáneo, anticipada por el jugueteo de Bella con el pene fláccido de un cadáver expuesto en el amplio salón de operaciones de su padre, al cual tiene acceso irrestricto (en otro momento un escalpelo, en sus manos, se transforma en el más cruel de los juguetes, pero esa es otra historia). En las notas de producción enviadas a la prensa internacional, Emma Stone aclara que una parte del interés por el personaje tuvo que ver precisamente con la exploración de la sexualidad femenina, que a pesar de todos los cambios sociales ocurridos desde comienzos del siglo XX continúa representando una suerte de tabú encubierto. En particular en su sociedad, la estadounidense: “La mentalidad en relación al sexo es muy diferente en Europa y en los Estados Unidos, algo que desconcierta a Yorgos. Lo conozco desde hace casi siete años, y el tema también me desconcierta a mí como estadounidense. Nosotros podemos mirar mucha violencia, ver cómo se inflige tanto dolor en la gente, pero la desnudez y la sexualidad nos escandalizan. En la mente de Yorgos, eso es exactamente al revés”.

La primera parada del viaje de investigación de Bella es Lisboa. Allí, la muchacha descubre no sólo el disfrute de las mil y un posiciones sexuales, sino también los placeres culinarios y la algarabía del baile. La “pobre criatura” se empapa y nutre de todo aquello que ocurre a su alrededor, experimenta y explora, se emborracha y escupe aquellos platos que no la seducen. Aún no ha aprendido a comportarse en sociedad y, ante los ojos de la gente educada, sus actitudes resultan idénticas a las de una nena malcriada. Bella también conoce, por primera vez, que es capaz de generar celos en su acompañante y compañero, algo insólito hasta ese momento. Más tarde, durante un viaje en un trasatlántico lujoso, conocerá a una mujer mayor de la alta sociedad, una mujer “liberada” cuyas palabras descorren el velo y desnudan ideas insólitas para ella. El personaje encarnado por la gran actriz alemana Hanna Schygulla imparte un par de lecciones, pero por sobre todas las cosas, inicia a Bella en la afición por la lectura (Emerson, entre otros autores), una pasión que comienza a absorberla, ante la mirada atónita y enojosa de Wedderburn, quien ve cómo el control absoluto sobre su protegida comienza a desvanecerse, como una gallega crocante rompiéndose en trozos cada vez más pequeños entre sus manos. Una breve estancia en Alejandría permite que otra emoción novedosa la embargue hasta las lágrimas. Otra instancia de crecimiento, un nuevo mojón en su derrotero hacia la madurez. Bella sigue siendo Bella, pero ahora es otra, más compleja, más humana. Falta aún un paso importante antes del comienzo del resto de su vida: la necesidad imperiosa, antes inimaginable, de tener que ganarse el pan. El burdel parisino será una nueva escuela de vida: el sexo como instrumento de trabajo, el descubrimiento asimismo de algo llamado socialismo. Y la independencia económica, el mayor de los regalos. La descripción de cada nueva etapa en la existencia de Bella está repleta de humor: Pobres criaturas es, sí, una extraña comedia humana. Alguna vez, Alasdair Gray declaró que Bella no era solamente la protagonista, “sino el complemento de los personajes masculinos. Es su capacidad para mantenerse fiel a su humanidad y usar su experiencia para descubrir un sentido de propósito lo que la hace admirable. Su sed de vida encapsula la curiosidad que poseen los humanos y las ansias de nuevas experiencias de vida”.

El largo camino a casa, el regreso al regazo de su “padre” y su prometido –que nunca dejo de serlo, dicho sea de paso– le tiene reservado a Bella nada más y nada menos que la iluminación de su propio origen, tan estrafalario e imposible como románticamente fantástico. Como le dice el doctor Baxter, ella es ella y también es alguien más, dualidad inherente a su condición biológica y, a partir de ese momento, también a su identidad. Hay otra parada antes de la llegada a la feliz estación terminal, un último intento del universo (de su época, dominada por los deberes y derechos de los hombres) por dominarla, humillarla, domesticarla, moldearla, hacerla como debe ser. Pero a esa altura Bella ya es capaz de sostener en la práctica lo que su intelecto le ha enseñado a cultivar y proteger. “Vivimos en tiempos diferentes”, declaró Lanthimos hace algunas semanas durante una entrevista pública realizada en el marco del Festival de Nueva York, “pero la historia de una mujer que sale al mundo en sus propios términos me resultaba muy atractiva. Poor Things es una novela muy especial, y llevar el personaje de Bella a la pantalla fue algo que me cautivó desde que la leí. Los personajes masculinos tienen la tendencia general a intentar controlar a Bella, incluso cuando surge de una manera sutil o cuidadosa, como lo haría un padre, o amorosa, como en el caso del personaje del joven asistente de Baxter. Se trata, en ambos casos, de hombres buenos en el fondo, pero incluso así poseen las características masculinas de esa era. Me refiero a tomar a una mujer y rodearla de todas esas convenciones, una forma limitada de comprender el mundo y de cómo ella debe moverse en él. Cierta gente quiere aprovecharse de ella. O bien se enamora de ella, porque nunca se han cruzado con un ser humano semejante, mucho menos a una mujer en aquella época. Alguien que es libre de las convenciones, que no tiene ni culpa, ni vergüenza ni juicios sobre ella misma y los demás. Todos esos hombres intentando tener un impacto mayúsculo en su vida: eso es lo que la hace reaccionar y crecer”.