Tres detectives. Tres tiempos. Tres cadáveres. Esa podría ser la regla de tres simple de la nueva serie británica estrenada en Netflix hace apenas unos días. Creada por Paul Tomalin (Las crónicas de Frankenstein) y basada en la novela gráfica de Si Spencer, Cadáveres utiliza el policial como una cómoda vestidura para otros planteos: las utopías de los nuevos órdenes, el mito de la seguridad en tiempos de la vigilancia, y la vieja disputa entre determinismo y libre albedrío. Reflexiones que estuvieron presentes en la teología y la filosofía y que hoy encuentran en las ficciones del nuevo limbo de las plataformas una presencia insistente aunque camuflada en géneros tradicionales y arquetipos recurrentes. ¿Es posible trasportar las partículas hacia el pasado y hacia el futuro como en la vieja máquina del tiempo imaginada por H. G. Wells? ¿ Es posible juzgar un delito antes de ser cometido?

La historia de Cadáveres comienza con una trampa. Tres líneas temporales que parecen entrelazarse alrededor de un mismo cuerpo sin vida en un callejón de Londres. Un disparo en el ojo parece ser la causa de la muerte, sin embargo no hay proyectil ni orificio de salida. Un muerto desnudo sin ejecutor ni identidad. En 2023 el cadáver es descubierto por la oficial Shahara Hasan (Amaka Okafor), de la seccional de Whitechappel, durante una manifestación de fuerzas neofascistas en el East End. Syed Tahir (Chaneil Kular), un joven de origen árabe, esconde una pistola; Hasam parece encontrar a su culpable. Pero nada es lo que parece y detrás del trágico destino del adolescente asoma un compañero de orfanato, un pacto de silencio y un matrimonio ungido por una misteriosa logia del pasado confinada a las catacumbas de esa ciudad legendaria.

En 1941 los bombardeos alemanes convierten a la ciudad de Londres en un infierno. El detective Charles Whiteman (Jacob Fortune-Lloyd) esquiva las sospechas de sus colegas por su condición de judío mientras recibe un extraño mensaje de una operadora telefónica. Debe recoger un cadáver en el callejón Longharvest y trasladarlo a otro sitio. "Debes saber que eres amado" es la contraseña de despedida. Pero el encargo se malogra cuando uno de sus compañeros antisemitas lo acorrala en la noche y una explosión lo deja nuevamente con el cadáver a la deriva. ¿Quién es esa misteriosa voz femenina que desliza con certera seducción sus más crueles amenazas para culminar con una promesa de amor? La encrucijada de Whiteman en un tiempo de guerra y espías es la única que corrige el itinerario del cadáver hasta la mesa de las autopsias.

En 1890 la era victoriana está en su esplendor. A la luz del día la sociedad inglesa se vanagloria de su orden y pujanza bajos el pulso del imperialismo. Pero por las noches los callejones se pueblan de misterios e indecencias, de disfraces y crímenes inesperados. Fueron esas noches las que alimentaron la literatura de Oscar Wilde y Robert Louis Stevenson, los rostros dobles y monstruosos que supuran los deseos prohibidos, el sexo escondido tras los faroles, la miseria disimulada en la opulencia. El callejón Longharvest era entonces el zaguán de los amores prohibidos. Así lo descubre el detective Alfred Hillinghead (Kyle Soller) después de una explosión de las luces eléctricas de la vía pública. Junto al cadáver desnudo que descansa en el empedrado, un fotógrafo se esconde entre las sombras. Un escurridizo amante que junto a sus fotografías prohibidas conserva la única imagen del posible sospechoso. ¿Quién está detrás de esa aparición? ¿Un poderoso ciudadano de la Inglaterra victoriana o el comandante del nuevo orden del futuro?

Y la trampa se revela hacia el final del primer episodio. No son tres los detectives ni los tiempos en disputa sino cuatro. El futuro se sitúa en el año 2053, treinta años después de una catástrofe que impuso un nuevo régimen en Gran Bretaña. La detective Iris Maplewood (Shira Haas) es el engranaje necesario para el control, monitoreada todo el tiempo gracias a la prótesis que le permite caminar. El sacrificio de su libertad bien vale la paz prometida por La Directiva y el héroe Mannix (Stephen Graham). Lo que la miniserie revela en ese tiempo futuro no solo es el origen del misterioso cadáver y la prueba que supone su exponencial multiplicación para la concepción del tiempo, sino la idea que subyace a esa sociedad arraigada en el orden y el control como valores supremos: el combate de un caos anterior. El hueco que impulsa el verdadero interés de la pesquisa -que no es solo policial sino existencial- es qué fue lo que sucedió en 2023 que provocó esa distopía treinta años después, la misma en la que Maplewood se encuentra atrapada.

Es cierto, cada época tiene sus convenciones formales estipuladas. El siglo XIX, los ambientes decadentistas de El retrato de Dorian Gray; la Segunda Guerra, la estética del naciente film noir modelado por Fritz Lang en El hombre atrapado y del melodrama bélico ensayado por William Wyler en Rosa de Abolengo -sin nazis pero con perseguidores nocturnos y envenenadoras implacables-; y el presente, inspirado en las narrativas policiales del streaming, con mujeres detectives, madres solteras con problemas personales, provenientes de un colectivo inmigrante, acorraladas por las demandas patriarcales y las tensiones raciales. Pero cada uno de esos tiempos utiliza esas convenciones en favor del verdadero interrogante sobre el diseño del tiempo y la facultad humana del libre albedrío. Si todo -como la mismísima estética de la ficción- es apenas un manual de estilo en el que elegir una posible aventura, ¿cuál es el caos del que se quiere escapar con tanto empeño? ¿Aquel creado por los mismos mercaderes del orden que luego venden su perfecta solución?

Inspirada tanto en el legado del mismísimo H. G. Wells y sus paranoias decimonónicas, como en la literatura de Philip K. Dick -cuya referencia más explícita es Minority Report de Steven Spielberg- Cadáveres está dedicada a la memoria de Si Spencer, fallecido en 2015. Como parte del homenaje, la miniserie se concibe en sintonía con su origen literario, convirtiendo las viñetas de la novela gráfica en pantallas partidas que alternan los tiempos y los crímenes. La clave está entonces en su momento de unión, aquel en el que los hilos de cada uno de esos cadáveres situados en épocas distintas conducen al mismo ovillo. Gabriel Defoe (Tom Mothersdale) resulta ser la identidad de ese hombre caído en desgracia en las distintas calles del tiempo, un profesor universitario, un científico convertido en profeta del futuro. La adaptación de Tomalin privilegia esa impronta de amenaza que subyace a la intriga, corriendo a la pesquisa policial como empuje central de la narración. Lo que nos lleva a seguir el misterio, episodio tras episodio, es menos la revelación del autor de un asesinato que la razón última tras el diseño de un nuevo orden geopolítico.