“¿Dónde está Santiago?” La pregunta estará en las inquietas bocas de miles de chicos y jóvenes del país que participarán del IX Festival de Poesía en la Escuela, que se realizará desde hoy hasta el lunes 18 en escuelas de Sierra de la Ventana, Coronel Dorrego, Coronel Suárez, Monte Hermoso, La Plata, Morón, San Isidro, Tucumán, Delta de San Fernando, Isla Martín García, General Acha (La Pampa), Villa Allende (Córdoba), Traslasierra (Córdoba), Viedma (Chubut), San Juan, Merlo (San Luis) y en la ciudad de Buenos Aires. Soledad Castresana y Tamara Domenech leerán poemas en la Escuela 22 DE 2 de Almagro; habrá una muestra permanente de poemas de Rodolfo Edwards y Roberta Iannamico en una escuela primaria de Sierra de la Ventana; talleres y lecturas de Natalia Leiderman, Gabriel Reches, Florencia Defelippe y Loretta López; poetas que leen a otros poetas: Silvia Castro lee a Laura Forchetti, Yamil Dora lee a Alberto Szpunberg, Miguel Martínez Naón lee a Humberto Constantini; una mesa de lectura con Valeria Pariso; susurros y escritura con Celeste Agüero y Ruth Kaufman, entre tantas otras actividades.
Laura Forchetti, poeta que nació y vive en Coronel Dorrego, cuenta que al empezar a imaginar las actividades de esta edición del Festival de Poesía en la Escuela, creado por las poetas Alejandra Correa y Marisa Negri, sintió la necesidad de que estuviera presente la desaparición de Santiago Maldonado y la situación actual de los pueblos originarios de América. Junto con la profesora Mónica Strasser, con quien coordina varias de las actividades en Coronel Dorrego, decidieron trabajar con poesía mapuche contemporánea, con poemas de Liliana Ancalao (Chubut) y el chileno Elicura Chihuailaf. “Queremos hacer presente la voz de los pueblos originarios, su memoria, sus luchas, sus esperanzas, a través de la poesía y en su propia voz, para contrarrestar el discurso cargado de prejuicios y equívocos que se ha difundido por los grandes medios este último mes”, advierte la poeta, Premio del Fondo Nacional de las Artes con Libro de horas. Natalia Molina, coordinadora de “En la Patria de la Infancia”, taller de Poesía de la Biblioteca Popular Mariano Moreno de Sierra de la Ventana, participa en el festival desde la primera edición. “En el taller voy a trabajar con un poema que escribió Santiago Maldonado para abordar el tema de su desaparición con las nenas y los nenes, y generar así un espacio de reflexión y escritura colectiva de un poema dedicado a él. Los nenes y nenas tienen muchas inquietudes con respecto a la desaparición forzada, lo he visto cuando hemos leído a poetas que fueron víctimas del terrorismo de estado, y al preguntarles qué sabían de la dictadura, algo podían referir, pero eran más sus preguntas”, aclara Molina.
Militantes de la poesía
Romina Freschi, que participa del Festival en la Escuela Manuel Solá del barrio de Almagro, afirma que hay un mayor trabajo con la poesía. “En la escuela donde vengo haciendo actividades desde hace más tiempo, es notable cómo les cambia la perspectiva a los docentes luego de ver lo que llevamos. Juegan al nivel de los niños a descubrir sonidos y sentidos y se sorprenden de algunos procedimientos y estrategias. Luego me llegan comentarios de libros que han leído de autores muy contemporáneos; hay una actualización y una mirada mucho más flexible para trabajar el lenguaje desde la poesía”. La poeta y docente Candelaria Rojas Paz revela que hay un “gran avance” en Tucumán, donde los docentes buscan “alternativas de abordaje como el caligrama, video poema, objetos e intervenciones poéticas, invitando a las escuelas y sumando a los alumnos a crear junto a grupos como Acción poética o combinando lo plástico con la poesía”.
Desde Sierra de la Ventana, donde vive, Molina sostiene que “la poesía avanza, a pesar de todos los pesares, porque es como un río”. “La poesía siempre encuentra su cauce, aún en tiempos difíciles y poco amistosos. La poesía avanza por pura prepotencia de trabajo, como planteaba (Roberto) Arlt, de quienes nos entregamos a ella. Hay docentes y bibliotecarias escolares que se hacen eco, otros a los cuales no les interesa. Pero quienes la propician son sus protagonistas: las nenas y nenes que siguen participando en horario extraescolar de un taller de poesía como el nuestro en la Biblioteca Popular. Que cuando nos cruzan en la calle nos piden que le digamos un poema. Que se arman su cuaderno cuya tapa dice ‘Poesía’, y no sólo escriben durante el taller, sino en sus casas. Que la leen, la viven, la disfrutan. Y preguntan en la previa del taller: ¿hoy hay Poesía? Nunca dicen que van a taller, dicen que van a Poesía. Esa necesidad vital de compartirla nos interpela a continuar el camino de ser militantes de la poesía”, subraya Molina.
Forchetti agrega que han pasado cosas importantes en los últimos años. “En primer lugar menciono este Festival, que convocó a quienes veníamos trabajando con la poesía en distintos rincones del país y tejió una red de poetas maestras y maestros multiplicando la potencia del trabajo de cada cual. Además, durante el anterior gobierno, llegaron a las escuelas bibliotecas completas de poesía; libros variadísimos, poesía clásica y poesía contemporánea, poesía de lenguaje diverso, poesía de vanguardia, bellos libros que invitan a leer –enumera Forchetti–. También en los centros de capacitación empieza a tener un lugar la poesía, cursos para conocer autores de diversos tiempos y lugares, para llevar la poesía al aula, para ampliar el espectro de la poesía infantil. No se puede ofrecer lo que no se conoce; todas estas acciones ayudan a que la poesía entre en la escuela”.
El destello imposible
Molina advierte que los prejui- cios surgen por desconocimiento. “Nuestra tarea es visibilizar la poesía, relacionándola con la vida cotidiana, y así sacarla del pedestal de lo inaccesible. Nuestro desafío es bajar del Olimpo a los poetas, y compartir la poesía como el pan, como bien lo dice Nicanor Parra en su ‘Manifiesto’. Nos enriquece participar de redes que la valoren, generar espacios para compartirla: programas radiales, lecturas, el Festival de Poesía en la Escuela, talleres, intervenciones poéticas, entre otras estrategias para darla a conocer”. Forchetti propone no tener miedo. “Tenemos que ofrecer la poesía que amamos, la que leemos y releemos. El misterio está ahí, lo aceptamos. Aceptamos que quede suspendido en el aula, como mirar un árbol en la niebla o el destello imposible del sol. El desafío es no tener respuestas para todo, que sea la pregunta la que nos invite a seguir buscando. Llevar libros variados, perturbadores, llevar poemas en papelitos, en cajas, en pétalos. Invitar a leer, una vez, dos, tres veces. ¿Esto es poesía? Siempre llega esa pregunta. Casi siempre con el deseo de probar también la escritura. Ray Bradbury aconseja a quien no entiende un poema: ‘Léalo con los ojos, como podría leer a un caballo libre que galopa por un prado verde e interminable en un día de viento’”.
Freschi cree que un arma infalible para combatir los prejuicios es la risa. “Llevamos poemas que trabajan el humor, o interpretamos con humor algunos textos más solemnes. Siempre hay un costado desde donde llevar un poema a un lugar que se puede compartir. A veces es una lectura personal que uno hace de un poema, que hace que se vea con nueva luz, y eso se puede compartir. Desde la risa, y sobre todo, desde la complicidad, se pueden liberar otras emociones, y llegar más tarde a una reflexión más profunda, más seria, y sobre todo más propia. Algo que me fascina es cuando veo que el otro se apropia del poema, se apropia de una palabra, de un lenguaje, y con eso puede construir su propia historia”.
Un poema salva un día
¿Para qué enseñar o aprender poesía? Rojas Paz, autora de La Gota, reflexiona en estos tiempos donde lo utilitario se impone como religión. “Compartir espacios creativos poéticos nos permite entender la poesía como una herramienta comunicativa única y amplia. No se busca enseñar poesía, sino descubrirla en cada uno como una forma de expresar lo que no se puede expresar de otra manera, sabiendo que todos somos seres repletos de metáforas en lo cotidiano, con rastros de lo sensible y con la necesidad de lo comunicacional y simbólico”, explica la poeta tucumana. Forchetti sugiere que hay que enseñar poesía “para saber el mundo, para acercarse a las cosas y a los seres, para tener noticias de una misma, como quería (Rainer Maria) Rilke”. “Belleza y verdad, entreverlas y después dejarlas ir. Para hacer malabares con las palabras, lanzarlas y verlas girar en el aire, recogerlas en la mano o perderlas. Para escuchar la voz ajena en nuestra propia voz”. Molina precisa que el amor no se explica. “La poesía no se define, y es vital para cada día. Un poema salva un día, nos dijo Roberto Juarroz, entonces ¿cuántos poemas salvarán una vida entera? En ese camino estamos, la poesía es alumbradora. La que nos invita a buscarla y rebuscarla en los libros, en la gente, en la vida, en las luchas, en los silencios”.
Freschi pondera que la poesía permite “apropiarnos del lenguaje”. “Cada poema plantea su propia ley, y eso nos enfrenta a la lectura de una manera que la alfabetización no garantiza de ninguna manera. La alfabetización nos entrena en modelos estandarizados de textos que reflejan modelos estandarizados de sujetxs, entre otras cosas. La poesía se planta frente a todo eso. Es particularísima y requiere toda nuestra atención, nuestra habilidad, nuestra subjetividad y nuestra ética para responder frente a ella. Leer poesía nos prepara para leer la vida, más allá del alfabeto”, asegura la autora de Quien siempre gana es Poseidón y Juntas, entre otros poemarios.
Un momento inolvidable para Molina fue cuando llevó el susurrador de poemas, un tubo de cartón que sirve para transmitir poemas al oído, a una escuela de Saldungaray. “Se formó una fila de 40 nenes y nenas pidiendo que les susurre un poema. Había que comenzar la actividad de lectura con las poetas invitadas, entonces les dije que a la salida de la escuela seguía susurrándoles. Estuve casi una hora en la vereda susurrando poemas. No se iban, pedían otro, y otro. Los mismos nenes y nenas que cuando me cruzan en su pueblo me piden que les diga de memoria un poema”, recuerda la autora de Muñeca brava y Menjunje. Rojas Paz cuenta que cada vez más poetas y docentes buscan espacios donde se multiplica la acción poética socioeducativa. “Este festival hace visible lo que se hace en las provincias, en las zonas periféricas de nuestro país, y sorprende gratamente que la mayoría de los grupos literarios de nuestra provincia participan en este evento nacional, que es un grito poético, un poema colectivo puesto en acción que dice: ‘la poesía está viva en cada uno de nosotros, donde hay poesía la humanidad nos poema’”.
A Freschi le encanta lo que sucede cuando organiza un taller. “Los docentes se ponen a jugar como los niños, y los niños muchas veces logran expresar preocupaciones muy fuertes y llegan a reflexiones muy adultas. Eso me fascina de lo que ocurre: todos los involucrados, niños, docentes, poetas, directivos, bibliotecarios estamos allí y mientras leemos poesía, somos todos iguales, tenemos todos la misma edad y el mismo género. En general, todo el que está presente participa tanto en la lectura e interpretación de un poema, como en algunos ejercicios de escritura que proponemos y al final todos compartimos. Eso que pensamos juntos nos constituye”, reconoce la poeta. Aunque tiene muchos recuerdos especiales, Forchetti rescata el trabajo realizado el año pasado a partir de la poesía de Alfonsina Storni en escuelas de nivel medio y primario. “En los talleres surgió el nombre de Alfonsina asociado a su condición de mujer luchadora contra los prejuicios de su época, de militante feminista. También pudimos sacarla del molde del poema de amor tradicional y leer sus poemas más vanguardistas, de verso libre, sobre objetos cotidianos, los antisonetos de Mascarilla y trébol, sus poemas en prosa. Logramos una conexión intensa con su poesía, las chicas y los chicos querían seguir leyéndola”. La poeta de Coronel Dorrego se reserva una perlita para el final. “Terminábamos un taller de poesía, habíamos leído a Laura Wittner, habían escrito a partir de algunas consignas, leían con entusiasmo y sorpresa sus propios pequeños poemas –revela Forchetti–. De pronto, como descubriendo algo, una piba dijo: ‘Entonces, cualquiera puede escribir poesía’. Un pibe, sentado dos o tres bancos más allá, contestó: ‘Sí, pero da muuuucho trabajo’”.