Lo bello y lo triste

Lo que comenzó en 1965 como un pequeño concurso de revistas, se ha convertido en uno de los premios de fotografía más prestigiosos del mundo. De hecho, en su última edición, 49.957 personas de 95 países han participado del Wildlife Photographer of the Year, organizado por el Museo de Historia Natural de Londres. El jurado (formado por fotógrafos, especialistas en conservación y periodistas) estableció como criterios de selección la originalidad de las imágenes, su narrativa, su excelencia técnica y la ética de sus prácticas. “Las imágenes ganadoras de este año aportan pruebas convincentes de nuestro impacto en la naturaleza. Las promesas globales deben pasar a la acción para cambiar el rumbo peligroso en el que se encuentra naturaleza”, declaró Doug Gurr, Director del Museo de Historia Natural. Existen 12 categorías entre las fotos premiadas: el premio de “fotógrafo del año” fue concedido a Laurent Ballesta por su imagen de un cangrejo herradura en su hábitat. Esta especie, que tiene millones de años de antigüedad, está en peligro de extinción por la destrucción de su entorno natural. Cada foto tiene una historia conmovedora detrás. Por ejemplo, Mike Korostelev ganó en la categoría “Bajo el agua” con una imagen de un hipopótamo y sus dos crías descansando en un lago poco profundo en Sudáfrica. Siria Muriali, de India, obtuvo una foto de luciérnagas en un bosque para dar cuenta del modo en que la polución lumínica afecta la reproducción de la vida salvaje. Vishnu Gopal se llevó el premio al mejor retrato animal luego de esperar la aparición de un tapir en una zona selvática de San Pablo: los tapires son objeto de caza ilegal. Desde el principio, dicen los organizadores, el objetivo del concurso ha sido “aumentar el prestigio de la fotografía de vida silvestre con la esperanza de que los premios beneficien a los propios animales, creando un mayor interés público en ellos y en la conservación”.

La pelota no se devuelve

En los partidos de béisbol de los Juegos Panamericanos Santiago 2023 se le pide a los espectadores que devuelvan las pelotas que por accidente llegan a las graderías. Sin embargo, una regla no escrita en este deporte indica que la gente puede quedarse con las pelotas. Así que en estos días se armó el debate. “Damas y caballeros, les pedimos devolver las pelotas que lleguen a las tribunas”, se escucha desde los altavoces del Centro de Béisbol y Sóftbol, ubicado en la comuna de Cerrillos, en Santiago de Chile. Para los seguidores del béisbol, un deporte que no es popular en Chile, es normal que cuando un bateador desvía la paloeta y cae en las tribunas, el aficionado pueda quedarse con ella. “Me parece absurdo, porque son obsequios que los peloteros entregan al público”, dijo el venezolano Kevin Méndez, quien durante el partido entre Cuba y Colombia recibió su regalo de parte de un pelotero colombiano. El encargado de la competencia del béisbol en Santiago 2023, Christian Aravena, le dijo a la agencia Efe que el anuncio se intentó eliminar pero aún no se logra. “Es una situación que también nos extraña como organizadores. Sabemos que la esencia del béisbol es que cuando la pelota cae en las tribunas eso es un ‘souvenir’ para los espectadores. Y la verdad es que en lo personal me tiene incómodo”, admitió. “Vamos a tomar las acciones correctivas para que esto no vuelva a suceder y para no quedar en ridículo”, prometió luego.

Bailando en la oscuridad

Al principio, parecía ser otro capricho de dos animales ya bastante inusuales: se descubrió que las ardillas voladoras y los ornitorrincos eran fluorescentes, absorbían luz ultravioleta invisible y la remitían en un impactante rosa brillante. Pero no están solos. Según un artículo publicado en la revista Royal Society Open Science, los leones, los osos polares ylas zarigüeyas de cola escamosa y las picas americanas también emiten fluorescencia. Lo mismo ocurre con todas las especies de mamíferos que un grupo de científicos pudo tener en sus manos. Si bien este gran estudio no revela ningún beneficio evolutivo amplio, anula la visión de la fluorescencia de los mamíferos como una peculiaridad ocasional y misteriosa. En cambio, parece que este rasgo es “básicamente el predeterminado”, dijo Kenny Travouillon, curador del Museo de Australia Occidental y autor principal del artículo. La mayoría de los estudios comenzaron un siglo atrás y, si bien en el último tiempo se revitalizaron, estaban centrandos en una o varias especies, “tratando de comprender mejor los matices del rasgo”, dijo Erik Olson, profesor asociado de recursos naturales en Northland College en Ashland, Wisconsin, quien ayudó a descubrir la fluorescencia en ardillas voladoras, ornitorrincos y liebres. Sin embargo, esta vez los investigadores examinaron 125 especies mamíferas y encontraron algo de fluorescencia en todos ellos. “Esto sí que no lo esperaba”, reconoció Olson.

Artificiales y poco inteligentes

“Los chatbots de IA no pueden vestirse con trajes de época. O no aún”, escribió Margaret Atwood en un artículo reciente publicado por la revista canadiense The Walrus. Luego de que la escritora hubiera asegurado en una carta abierta que “la inteligencia artificial se entrena con el trabajo robado a millones de artistas”, la propuesta fue hacer este experimento. “Hasta ahora, los chatbots de IA generativa no parecen capaces de reflexionar sobre lo que dicen ni usan bien la puntuación ni reconocen metáforas, aunque eso en sí mismo no los diferenciaría de algunos seres humanos reales”, argumenta Atwood en el artículo. Y a continuación, realiza dos experimentos. El primero es un poema, solicitado por uno de los miembros del Observatorio de Aves de la Isla Pelee (Pibo por sus siglas en inglés). “Dame un poema usando Pibo y el importante trabajo que realiza como tema”, pidió Atawood. “Y que incluya insectos y barro”. El resultado, tomado de la versión inglesa, podría ser algo así como “Pibo se mantiene firme/guardando los secretos de las aves/ mientras los mosquitos zumban/y las moscas del establo revolotean, sumándose al remolino/ en este paraíso fangoso donde se desvelan los misterios de la vida”. Además de las inexactitudes gramaticales, la escritora observa: “Dirás que tu tío Roger escribe versos absurdos como este. Es posible que exista un chatbot que reemplace al tío Roger, pero, querido autor, todavía no es muy probable que te reemplace a vos”. El segundo pedido fue: “¿Podés escribir una historia oscura y distópica con la voz de Margaret Atwood?”. El chat devolvió un texto llamado “The Weeping Willows of Winnipeg” (algo así como “Los sauces llorones de Winnipeg) cuyo párrafo final era: “Los sauces se mantienen erguidos, con la tranquila seguridad de que la primavera puede regresar. Debemos atravesar este invierno de nuestra tristeza como los sauces, que se doblan pero nunca se rompen”. Atwood observó que el título era una apropiación de sus cuentos infantiles como “Princess Prunella and the Purple Peanut”. “Parece que no puede distinguir entre la literatura infantil y la de los adultos. Pedile que escriba un cuento infantil de Anaïs Nin y quizás obtengas algo parecido a esto”. Así, ella demuestra que un conjunto de palabras unidas con cierta mecánica astucia no garantizan un hecho estético. Y se despide diciendo: “Que duerman bien esta noche, queridos autores. Su vocación está a salvo de la manada. Por ahora”.