Algunos cuentos que Ninon Moise escucha de pequeña, antes de irse a dormir: la historia de Marie Lacaze, que en 1518 siente un cosquilleo en el cuerpo y empieza a bailar desesperada, víctima de la enfermedad de San Vito. Catherine Tendron, encerrada en un convento porque quiere ser monja, que empieza a tener alucinaciones sexuales, a revolcarse en el piso, a masturbarse con crucifijos. Los ataques de risa inexplicables de Céleste Quigne en la década del veinte, que provocan repugnancia en su familia. El síndrome de Tourette que padecen las hermanas Eve y Adele en los años sesenta, retorciéndose en todas direcciones para horror de la gente del pueblo. La abuela de Ninon, incluso, sorda y ciega desde los quince años, que sin embargo adoraba ir a conciertos porque podía sentir las vibraciones de los instrumentos de cuerda y viento.
La madre de Ninon, que no percibe los colores, le relata a su hija desde pequeña estas evocaciones de maleficios, enfermedades, sortilegios y demencias que aquejan invariablemente a las mujeres de la familia desde el siglo XVI. Así que cuando, a los 17, la chica empieza a sentir un dolor desesperante en la piel de los brazos, lo primero que piensa es que se trata de una profecía autocumplida. Primero agota los caminos de la medicina convencional. Pero en apariencia, tras estudios y chequeos de todo tipo, no hay nada anormal. Para complicar las cosas, su piel sigue estando tersa y pálida, como si también decidiera sustraerse de ese ardor imposible que Ninon siente, negar cualquier síntoma. La chica convierte su habitación en trinchera o desesperado refugio: allí empieza a haber cortinas cerradas, porro, alcohol, música a todo volumen de Shaka Ponk, Eminem y Rihanna e incluso, un ejemplar de La metamorfosis que la madre desliza bajo la puerta. Entonces Ninon da un paso más allá, hacia las ciencias ocultas: ¿acaso la medicina no comenzó con la magia, no proviene de esa oscuridad?
Sobre estas historias donde el cuerpo y la identidad son una sola cosa, se edifica la trama de Ciencias de la vida, el primer libro de la francesa Joy Sorman que se traduce al castellano aunque esta escritora y documentalista tiene ya una docena de textos publicados. Fue escrito en 2017, antes de la pandemia y el pozo oscuro en el que se vio envuelta la medicina hasta encontrar alguna respuesta al covid (y antes también de que estrellas como Billie Eilish o Lewis Capaldi, tan jóvenes ellos además, volvieran a poner el olvidado síndrome de Tourette sobre la mesa). Así que uno de los aspectos fascinantes de este libro es que la búsqueda de respuesta de Ninon --que solo llega a ser diagnosticada con “alodinia táctil dinámica”, una suerte de hipersensibilidad cutánea-- sintoniza con una época donde la institución médica ya no puede negar sus limitaciones. “Ninon tiene la sensación de haber envejecido un siglo, desalojada de su edad y de su cuerpo, un cuerpo traidor a su propia causa, una mecánica tan perfecta convertida en una cloaca de dolor, ese cuerpo familiar que desaparece dando paso a uno hostil, reticente, díscolo, la traición de la vida misma”, se lee.
Con una prosa delicada y precisa (decir “quirúrgica” sería una obviedad), hay en este libro un diálogo fluido entre sonido y sentido, como si se tratase de un poema, una letanía, una búsqueda que no pretende agotar las posibilidades de la palabra sino ponerla en diálogo con el silencio, ahí donde fueron desterradas las ancestras monstruosas. “Lo que me fascina del cuerpo es su ambivalencia: es lo más cercano a nosotros, lo más íntimo. Pero también es lo más oscuro, la alteridad misma, el enemigo. Esta relación entre proximidad y distancia es el motivo literario que quise explorar”, ha dicho Sorman. De hecho, hay en la búsqueda de Ninon algo de viaje iniciático y en consecuencia, de fábula. “Quise mostrar que los relatos que constituyen la enfermedad son epocales. Los relatos que vienen de la Edad Media ahora nos parecen ficción porque llegan mezclados con supersticiones de todo tipo. El presente no está exento de ser pensado como fábula en algún remoto futuro”, agregó la escritora durante una entrevista en Radio France, la cadena radial pública de su país.
Es decir, lo interesante de la escritura de Sorman es que va hacia lo más preciado que tiene la literatura (su capacidad de ficción) para dar cuenta de las perplejidades del presente, donde el cuerpo de las mujeres (y de las mujeres adolescentes) sigue siendo un espacio de misterio y temor que la medicina (la sociedad en general) no quieren mirar de frente por el nivel de perturbación que esa mirada devuelve. No es casual que esta escritora sea además documentalista y que en varios de sus libros haya hecho investigaciones no tanto periodísticas pero sí de reconocimiento de la otredad, estando en contacto con quienes transitan una estación de tren o con carniceros para escribir libros como Paris Gare du nord o Comme une bête. En el caso de Ciencias de la vida, el trabajo de documentación no busca erigir hipótesis normativas sino, por el contrario, seguir abriendo preguntas.
En ese contexto, si la medicina no puede hacer mucho por la heroína de este libro, quizás la magia sí. De sus experiencias con chamanes y brujas, Ninon vuelve aliviada pero escéptica. Sin embargo, su percepción del cuerpo se modifica. No diremos acá si por fin se cura o no pero sí que encuentra la redención última en otro lado: se tatúa enteramente ambos brazos, dos largas mangas negras sobre su piel nívea. En el libro se lee: “El tatuaje habrá tenido sobre Ninon ese desmesurado efecto fantasmático, posiblemente amplificado por su juventud y su padecimiento: lejos de desactivar la tan denostada máquina de ficciones, la vilipendiada novela familiar, Ninon impulsa otro relato de sí, la de la chica tatuada y orgullosa de estarlo”.
La rebelión entonces, consiste, en incorporar su linaje maldito y abrazarlo con tal profundidad, que ya no lo podrá quitar de esa misma piel que devino prisión indómita. Quizás, la literatura que escriben las mujeres hoy en día vaya en ese sentido: el de encontrar en la ficción formas propias de conjuro y hechizo, donde la propia voz sea una reafirmación identitaria, histórica y orgullosa de sí misma. Por eso Ciencias de la vida es, como dicen las chicas en la calle para calificar que algo les gusta mucho, un fuego. Y una desafiante forma de redención.