A los uruguayos nos gustan los secretos. Los tesoros enterrados. A veces son lo mismo, a veces no. Nos gusta que algo de mucho valor sea a la vez familiar y desconocido. Nos gusta la injusticia. Bueno, no sé si nos gusta la injusticia pero nos gusta decir qué injusticia cuando revelamos nuestras contraseñas en forma de músicos, pintores, poetas que no son los suficientemente celebrados. La cantidad de artistas entre nuestra escasa población podría ser desproporciada si existiera una medida para estas ocupaciones. También podría ser inversamente proporcional a sus ondas expansivas. Eso suele ser un problema.
Uruguay, también (y sobre todo) es el país de las poetas de nombres increíbles y talentos desbordados: Idea, Marosa, Armonía, Amanda, Ida, Circe. Se llaman como si hubieran venido con la misión de enrarecer y embellecer el mundo.
Hace tiempo que Circe Maia no es una poeta secreta. Tiene 91 años y escribió de forma ininterrumpida desde su infancia. Desde entonces editó más de 20 veinte libros, entre ellos Plumita, el de sus 12 años. Ha sido traducida al inglés y al sueco y antologada en España y Argentina. Aquí el sello cordobés Viento de Fondo publicó en 2013 (reeditado este año, en una version ampliada) La pesadora de perlas, una poesía reunida introducida por una conversación exquisita entre María Teresa Andruetto y Circe. Ese libro es una gran puerta de entrada a su mundo. Además de las publicaciones, Circe Maia recibió casi todos los premios nacionales de literatura y acaba de ser galardonada con el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca, uno de sus poetas queridos, junto a Antonio Machado, con quienes jugaba de niña a recitar de memoria.
Decía, entonces, Circe no tiene mucho de secreto. Pero a diferencia de Ida o de Idea siempre tuvo algo de tesoro guardado por varias generaciones de escritoras y lectoras, entre ellas la mía. Cada vez que, como oleadas, alguna de nuestras poetas salía a la luz (o se ponía un poco de moda a través de una reedición, o un estudio la “rescataba”, o un país la “descubría”) aparecía siempre alguna voz que decía: en Tacuarembó está Circe Maia, hay que leerla.
Si Uruguay tiene una desproporción entre artistas y población, lo de Tacuarembó ya es sobrenatural; de verdad habría que estudiar qué tiene el agua, el suelo, los pájaros.
Desde Washington “Bocha” Benavides hasta Dani Umpi, pasando por Eduardo Darnauchans y una larga lista de poetas, músicos, cantores populares. Y los poemas de Circe ahí, en el medio, atravesando a todos como una hilera de semillas. El Bocha Benavides, que además de coterráneo de Circe fue su coetáneo y una fuerza gravitacional de la poesía –ella cuenta que fue de los primeros poetas vivos que conoció– siempre la nombraba. Hablaba sobre ella fuera y dentro de sus clases de literatura en la facultad de Humanidades de Montevideo. Nos decía que era la mejor, una de las más grandes, no sólo de Uruguay, del mundo entero. El Bocha era un apasionado, sí, pero también tenía razón.
La poeta fue esparciendo sus poemas semillas de a poco a lo largo de su vida, la que también dedicó a dar clases de filosofía y a traducir y a criar a seis hijos y en el medio versos escritos de ratos como pequeños rayos que pulsaban entre los días; versos que suenan y pintan paisajes nítidos que hablan de noches y de flores, de la luz, de las piedras, y de cuartos desordenados, todo teñido de tiempo. Porque Circe Maia es la poeta del tiempo. Algunos de sus libros se titulan En el tiempo (1958); Presencia diaria (1964); Cambios, permanencias (1978); Breve sol (2001) y dicen por ejemplo: “Ni los ángeles pueden/ tocar un solo punto del tiempo sumergido” (“En el tiempo II”); “¿Cómo se hará para estirar la mano/ y atraer hacia aquí todo el presente/ y atarlo?” (“Sincronías”, del libro Superficies, de 1990); “Cada hora viene con un hacha/ a cortar el tallo de la hora muerta” (“Voces contradictorias”, del libro Dos voces, de 1981). “La forma de existir del futuro es misteriosa. Parece que viene levantando vuelo y se viene. He visto el tiempo siempre así. No sale del pasado y del presente, sino que se nos viene desde allá”, le dijo a María Teresa Andruetto.
Ser la poeta del tiempo desde hace tanto tiempo en un país donde a veces no pasa el tiempo es posible sólo para quien viene desde allá.
En Tacuarembó está Circe Maia, hay que leerla.