Albertina Carri sopla veinte velitas. En realidad, quien cumple años no es ella, sino su segundo largometraje, Los rubios, que a partir de sus primeras proyecciones en un lejano Bafici, allá por el año 2003, se transformó en uno de los pilares de aquello que fue bautizado por la prensa especializada como Nuevo Cine Argentino. La manera en la cual la realizadora, por entonces de treinta años, (re)elaboraba cinematográficamente su propia historia personal como hija de padres desaparecidos –su madre Ana María Caruso y su padre Roberto Carri, ambos militantes de Montoneros, fueron secuestrados en 1977– fue tan revolucionaria como inteligente y sensible. Un juego alrededor de cuestiones ligadas a la memoria íntima y colectiva en la cual el registro de lo real se entrelazaba con diversas ficciones posibles (allí está la actriz Analía Couceyro con su peluca rubia, imagen imborrable, permeada por la historia de Carri y ahora parte esencial de la historia del cine argentino contemporáneo).

Tres años después del estreno comercial de Los rubios –le seguirían otros títulos como La rabia, Géminis, Cuatreros y Las hijas del fuego–, el Bafici editó el libro Los rubios – Cartografía de una película, en el cual la propia realizadora describió en detalle cada uno de los pasos de la realización del film, desde la preproducción al rodaje y de la edición al lanzamiento, un proceso que le llevó en total unos cinco años. Es precisamente ese mismo libro el que está a punto de ser reeditado. O que justo acaba de reeditarse al momento de la publicación de estas líneas. “La verdad es que tuvimos que correr un poco y el libro sale de la imprenta ahora, un día antes de la presentación”, le dice entre risas Albertina Carri a Página/12, admitiendo que se ha llegado con el tiempo justo para las formalidades del caso, que incluyen varias actividades. 

En principio, el viernes 27 a las 20 horas tendrá lugar la presentación del volumen redivivo, con la presencia de la directora y la compañía de Andrés Di Tella y Betina González. Una charla que será seguida de la proyección de Los rubios. Un día más tarde, a las 19, Analía Couceyro, una de las protagonistas de la película, y Cristina Banegas leerán fragmentos del libro antes de una nueva exhibición del film. Finalmente, el domingo 29 de octubre, Mariano Llinás y Carri conversarán luego de la proyección de Cuatreros, otro título esencial en la filmografía de la directora que también trabaja alrededor de la memoria y el paso del tiempo (“No sé con qué se vendrá Mariano, pero seguramente será divertido”, afirma Carri). Todas esas acciones y proyecciones tendrán lugar en Arthaus, en la calle Bartolomé Mitre 434, con entrada libre y gratuita.

Como segundo capítulo de este homenaje (aunque a Carri el concepto de “retrospectiva” le produce un poco de vértigo), la sala de cine del Malba dedicará una buena parte de la segunda quincena de noviembre a un foco completo de la obra de Carri, incluidos todos sus largometrajes y cortos, muchos de ellos exhibidos en copias 35mm. Incluso verá la luz un mediometraje de 45 minutos absolutamente inédito realizado durante los meses más duros de la pandemia, Palabras ajenas. “Me causó un poco de gracia ahora que releí el libro –porque hacía mucho tiempo que no lo leía–, porque en la entrevista que me hace Fernando Martín Peña le digo ‘bueno, es que tengo 33 años’. ¡Qué chiquita!”. 

Los rubios.

La conversación con Albertina gracias a las bondades de la videoconferencia (está en el interior del país, a punto de volver a Buenos Aires justo a tiempo para el inicio de las actividades) anticipa tal vez algunos de los temas que surgirán durante la presentación del libro. “El Nuevo Cine Argentino ya no es nuevo. Se necesita otro, más nuevo. Las nuevas generaciones tienen que fundar un nuevo cine, ya no nosotros. Ellos se tienen que sentar a discutir con nosotros”.

-¿Y qué te pasa a vos con los veinte años que cumple la película?

-En principio no me lo creo, es eso que decíamos recién: de pronto pasaron veinte años. Por un lado siento que pasaron casi sin notarlos; por el otro, si pienso un poco, es una vida entera. El otro día me mandaron algunas fotos del estreno y sentí que era ayer, pero al mismo tiempo es otra vida. Es un poco lo que escribí en el prólogo nuevo: si bien soy la misma, también soy otra. Me pasa además algo que tiene que ver con este momento político, y es que siento que tiene una relevancia festejar esos veinte años. Si las condiciones sociales y políticas del país hubiesen sido otras, no sé si me hubiera interesado tanto este aniversario. Pero en este contexto creo que está bueno rescatarla. Nunca me hubiese imaginado que mi hijo, que tiene quince años, iba a oír discursos negacionistas como los que se escucharon en estos últimos tiempos. Hace unos años hubiera dicho que eso era imposible, que era algo que ya estaba saldado. En ese sentido creo que es interesante volver a poner Los rubios como parte de la discusión.

-En las primeras páginas aparece una reproducción de la famosa devolución del INCAA, que también forma parte de la película, en la cual se te pide que reelabores la forma de Los rubios. Es un pedido que intenta homogeneizar la narración, al cual no accediste. De un tiempo a esta parte ha habido muchos documentales en primera persona que trabajan cuestiones personales ligadas a los años de la dictadura, transformándose casi en un género en sí mismo. Y si bien hubieron muy buenos films, otros parecen haber seguido esos “consejos” oficiales al pie de la letra.

-Puede ser. Estoy de acuerdo con esa idea de “género", y como tal no creo que tenga un interés particular en sí mismo. Lo interesante es cuando ese “yo” se rompe, que es un poco la operación que ocurre en Los rubios, en algún sentido. Lo que me sucedió personalmente con la película es que me incomodaba mucho que la gente creyera que me conocía porque la había visto. Pero bueno, es como digo en esa entrevista: a los 33 años me habían pasado muchas más cosas, no solamente eso. Por supuesto, es un hecho traumático con el que comienza mi vida, y por esa razón hago esa investigación alrededor de la ficción de la memoria. Creo que hay ciertas películas que se vuelven medio bodoque, tediosas, cuando el “yo”, esa primera persona, no se corre. En Los rubios todo eso es una suerte de Macguffin para hablar de cosas más amplias. No sólo de fondo, también de forma, porque en algún punto la película cuestiona el lenguaje cinematográfico.

-En Palabras ajenas, mediometraje inédito que podrá verse en el Malba, trabajás con imágenes y sonidos de diversas fuentes, en general periodísticas, para reflexionar sobre el estado de las cosas en el mundo durante los meses de la pandemia. ¿Cómo surgió ese proyecto, en el cual la idea del archivo, del found footage, vuelve a ser esencial?

-Es un homenaje a la obra de León Ferrari. Un homenaje particular: Palabras ajenas es el nombre de una obra, una instalación performática, que hizo Ferrari a fines de los años 60 alrededor de la guerra de Vietnam. Es una especie de found footage pero textual, con cables de noticias, encíclicas papales y discursos presidenciales. Él lo llamó “Un diálogo de Dios con los hombres y de algunos hombres con Dios” y, en el fondo, es una denuncia sobre la guerra. Lo que yo hice fue tomar el método de Ferrari y, a partir de eso, construir una narración sobre los discursos que circulaban alrededor de la pandemia de covid-19 en todas partes del mundo. Se trabajó con historiadores que buscaron material de diversos orígenes, no sólo los más conocidos. Hay noticias, discursos presidenciales y también aparece el Papa, a los cuales les sumé algunas intervenciones de ciencia ficción. Porque hay algo contradictorio en cómo se construyó todo ese relato pandémico. Ahora suena muy obvio, pero en aquel momento muchos líderes mundiales hablaban de guerra: la guerra contra el covid. Y eso está muy presente en la película. Ahora, finalmente, parece que lanzaron la guerra real.


Para anotar en la agenda

Viernes 27

20 hs.: Presentación del libro Los rubios, cartografía de una película. Con Albertina Carri, Betina González y Andrés Di Tella.

21.30: proyección de Los rubios. Lecturas de Los rubios, cartografía de una película.

Sábado 28 

19: Cristina Banegas y Analía Couceyro leen fragmentos del libro.

20: Proyección de Los rubios.

Domingo 29

18: Proyección de Cuatreros. Con Albertina Carri y Mariano Llinás

Todas las actividades son gratuitas y suceden en ArtHaus, Bartolomé Mitre 434.

La manzana, mordisco de la forma, y no el castigo por querer saber

Por Albertina Carri

No sé por dónde empezar, es lo más honesto que puedo decir, frente a esta página en blanco, pero con el peso de dar cuenta de los veinte años que pasaron desde el estreno de aquella película que me cambió la vida. En alguna parte escribí, ya no recuerdo dónde, que Los rubios no era una película sino un modo de estar en el mundo. Hoy diría que fue una manera de buscar la justicia y la belleza alrededor de las formas de la representación. Y hasta agregaría que fue una manera, intuitiva y salvaje, de pararme frente al afecto. 

Durante estos años di muchas charlas acerca de la película, la memoria y la ausencia. También sobre el lenguaje cinematográfico y por qué había que crear un texto audiovisual que rompiera, no solo con las corrientes de reivindicación obturadas ante la militancia de los 70s sino también con las formas de reconstrucción del horror. Pero no voy a volver ahí, porque todas esas reflexiones fueron escritas, incluso antes de hacerse la película como puede leerse en este libro, y desplegadas en entrevistas, escritos, performances e imágenes y sonidos en diversos formatos. Solo puedo agregar, que la necesidad de romper tuvo que ver con la búsqueda de una poética de lo social, que se estaba extinguiendo ante la insistencia de reparación de lo irreparable. Desde las esquirlas de lo dicho y lo no dicho, hice Los rubios y escribí todo lo que aquí se puede leer. 

Al volver a encontrarme con Cartografía de una película, me sorprendió la convicción que tuve desde tan temprano en algo que hoy puedo llamar: la belleza de las cosas. Cuando hice la película, ni siquiera había terminado de ver toda la obra de Pasolini, menos aún de leer todo lo que había escrito; sí había estudiado a Buñuel con las contradicciones que me provocaban sus cambios estéticos en el exilio y los modos fronterizos de imaginar sujetos narrativos que planteaba Antonioni. También me rondaban Birri, Solanas y Gleyzer, con sus películas de contrainformación o sus narraciones sobre la desesperación. 

Todas esas referencias estaban ahí y me acuciaban de un modo inconsciente, al igual que los pendientes: los amores que siquiera imaginaba, las películas que no había visto y los libros que aún no había leído. Chris Marker y Jean Rouch eran mojones en los que sostener mis ideales, pero aun así, tenía plena conciencia de que estaba haciendo una película desde un modo del exilio. Por fuera de las ideas que circulaban en aquel momento sobre las formas de enunciar el horror que habíamos padecido como sociedad. No tenía la fantasía de ser madre o escritora, apenas imaginaba que tal vez pudiera al menos confabularme lo suficiente contra mí misma para seguir haciendo películas y convertirme en cineasta. Ahora tengo un hijo adolescente, varias películas realizadas y un puñado de libros escritos. Lo que quiero decir es que si bien soy la misma persona, también soy otra, totalmente otra, porque el tiempo conspira contra la agilidad del cuerpo, pero a favor de la poesía. Y finalmente, la búsqueda siempre estuvo signada por una poética que diera cuenta de un territorio que había sido arrasado, pero con el que necesitaba inventar un modo de convivencia, más allá de lo lacerante. Tender lazos, más allá de las raíces cortadas. 

Hace poco conversando sobre las formas de representación en el cine y la literatura, con una amiga chilena, hija de militantes del MIR, llegamos a la conclusión de que somos supervivientes no solo de lo que nos tocó vivir, sino también de las maneras en que todo aquello fue representado. El modo en que aprendimos a convivir con la ausencia, conlleva además del dolor propio, uno ajeno, construido por los procedimientos con que esas muertes fueron narradas. Un modo épico en muchos casos y que a nosotras nos dejaba en ascuas para interpretar nuestro tiempo. O un escalofriante modo negacionista, que ha intentado narrar una guerra que nunca existió, siquiera en el imaginario social, sino que fue un relato impuesto para colonizar una lucha por una sociedad horizontal y menos desigual, contra un genocidio cruel y ensañado. Pero además, las otras formas de interpretar la muerte, los ritos sagrados y su imposibilidad de cumplimiento. 

Esa falta de representación de nuestro dolor en la vida social, nos hacía sentir incómodas en muchos espacios, incluso en ámbitos privados o en lugares inimaginables. Al encontrarnos huérfanas también en el campo simbólico de la cultura, había un lugar nuestro, una zona de nuestra sensibilidad, que quedaba atrapada en el interior. Pero no atrapada por gusto, por voluntad o determinación, sino por temor. Por una conciencia casi física de que nuestra percepción no tenía espacio dónde reposar. Entonces salimos a buscar un reparo en una manera de decir que incluyera el detalle y por qué no, también el delirio, lo incómodo y hasta el humor. Esa operación tuvo un largo trayecto, tan extenso que sigue su curso, muta y nos sostiene más amablemente, sabiendo que esa historia latinoamericana, tan cruenta y que le pertenece a todos, también habla de ese interior nuestro, que a veces no tiene palabras para ser nombrado. El mordisco de la forma, es aquella belleza que encontré en el cine y en los libros. En las narraciones ni épicas ni lineales, que se configuran alrededor de aquello sublime que tiene toda experiencia, incluso las traumáticas. 

Que Los rubios es una película rupturista y se distancia de la generación anterior, ya se dijo demasiadas veces. Que es una película solipsista, también se dijo de muchas formas. Aunque no creo ni en una versión ni en la otra; sí creo que la intervención cívica que la película hizo, sigue siendo vital para pensar el futuro de un modo más amplio, también desde el lenguaje. Porque los vaivenes políticos continuarán sin pausa y las discusiones para encontrar el entendimiento alrededor de los relatos, todavía seguirán su curso, como lo hacen el río, la imaginación y la memoria.

* Este texto forma parte del prólogo escrito por la realizadora para la reedición de Los rubios – Cartografía de una película.