Es fácil imaginarlo a Néstor Kirchner en medio de esta semana, como un pez en el agua entre las idas y vueltas de candidatos, dirigentes y funcionarios en un proceso vertiginoso de decisiones políticas entre una primera vuelta y la decisiva, con el peronismo dando pelea contra todos los pronósticos. Fue su elemento, donde el corazón le funcionaba a mil, incansable, un artefacto diseñado para la política desde pibe. Lo aceitó, lo acicaló y lo pulió hasta convertirse a sí mismo en un gran político.
En esta época, cuando un tipejo pernicioso y amenazador, como Javier Milei, ha llegado a disputar esta segunda vuelta de las elecciones presidenciales hablando de la “casta” política, con ese dejo despreciativo y condenatorio, el recuerdo de Néstor Kirchner sirve para demostrar que el verdadero político no es casta, ni una clase ni un burócrata.
Seguramente hay politiqueros y vicios de la política y sapos que a veces engendra la política. Y que muchas veces esos vicios son usados cuando no se tiene política o cuando se ocultan las verdaderas intenciones. Como el ladrón que acusa a sus adversarios de robar para ocultar el saqueo que él comete.
Hay muchos ejemplos, a derecha, a izquierda y al centro, de políticos que, al igual que Kirchner, demuestran que el concepto de casta resulta nada más que un golpe de efecto de alguien que con esa concepto denunciador, trata de esconder su verdadera esencia de politiquero, de aventurero oportunista.
El supuestamente recién llegado, acusa a todos los que estaban antes. Pero, al revés que él, que no puede demostrar la verdad de lo que dice —porque dice que acaba de llegar— muchos de los que estaban antes tienen una carrera política que pueden mostrar y con orgullo.
Este aniversario del fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner sirve para reivindicar la política. La idea, los principios y la acción encaminadas en un sentido de transformación nacional y popular, un camino que eligió como el suyo cuando era muy joven y había más para perder que para ganar con esa elección. Perder incluso la vida.
Sus adversarios no pudieron ganarle en política y recurrieron a las prácticas de la famosa “casta” que denuncia y usa Milei. Lo acusaron de corrupción y hasta ahora ninguno de los jueces o fiscales macristas pudieron comprobarle nada. Al punto que la única condena de Cristina Kirchner fue decidida por jueces que en su mayoría tenían relaciones personales con Mauricio Macri: jugaban al fútbol en su quinta o lo visitaban en la Casa de gobierno o eran compañeros de padle en la Quinta de Olivos. Y ha sido una condena sin pruebas concretas que se sostiene nada más que en conjeturas.
También han querido bajarle el precio al decir que, cuando asumió, la situación económica estaba “ordenada”. Conste que cuando asumió el porcentaje de votos con que había ganado las elecciones, fue menor al porcentaje de desocupados que había en este país “ordenado”. Recibió menos votos que desocupados. Los jubilados de las AFJP estaban por perder sus aportes, la mayoría tenía jubilaciones de miseria, al igual que los salarios. Y la deuda externa que habían dejado los gobiernos anteriores asfixiaba la economía. Este es el país que estaba “ordenado”, según sus detractores.
Es una mezquindad restarle mérito a ese político que se puso al hombro problemas de fondo y los abordó con enorme decisión, para lo cual tuvo que confrontar con las corporaciones que manejaban las jubilaciones privadas y con los organismos financieros internacionales. Era una deuda de la democracia que Néstor Kirchner asumió como propias y avanzó en las mejoras sociales que sus antecesores democráticos no habían abordado.
Nadie lo inventó, los argentinos lo vieron, fueron testigos de la forma como Kirchner negoció a brazo partido y consiguió la quita más grande en la historia de la deuda en el mundo. Y después sacó al FMI del país. Hasta que Mauricio Macri,— que alimentó las denuncias contra Kirchner por corrupción— hizo el camino inverso y metió de nuevo al FMI, encadenando a los argentinos a la mayor deuda que concedió el organismo financiero en toda su historia.
Se ha forzado una historia donde los denunciadores han sido los verdaderos corruptos y ladrones. Rivadavia, que tomó el préstamo usurario de la Baring Brothers, acusó de “traición a la patria” y de corrupción a San Martín, por lo cual el Libertador no podía regresar al país. Sobre esa historia inversa se construyó el relato de la “casta”, que centró sus ataques en políticos como Yrigoyen, Perón y a Néstor y Cristina Kirchner, que son los que han usado a la política como herramienta de transformación. Incluyen también a Raúl Alfonsín, quien, por haber efectuado el juicio a los ex comandantes, se convirtió en uno de los protagonistas de la “casta” atacado por Milei.
No es la intención equiparar a ninguno de ellos con San Martín, pero sí se trata de equiparar el papel que han cumplido esos falsos denunciadores seriales que, por lo general, hacían lo que denunciaban a los demás.
La tarea que empezó Néstor Kirchner y continuó Cristina, está abierta. La democracia tiene que atravesar su mayor desafío, el que enfurece a los poderosos, el que provocó golpes militares y sangrientas represiones. El sistema democrático tiene que demostrar que en un ámbito es posible avanzar con justicia social e independencia económica.
Escritas son nada más que consignas. Pero en la práctica muchas veces constituye la diferencia entre la vida y la muerte y el único camino que se acerca a algo parecido a la igualdad de oportunidades que es la base de una democracia verdadera. Es lo que simboliza Néstor para las generaciones que lo conocieron .