Después de Mondrian parece imposible despojar más. Ha cerrado con rejas ortogonales el mundo bidimensional y aunque él se ha quedado preso dentro ha abierto la puerta al orden espacial. Porque solo las formas tan simplificadas de los concretos, con Mondrian a la cabeza, hacen posible el paso a lo tridimensional ya de por sí tan cargado de enigmas.
Como el mundo sigue transformándose, las nuevas geometrías que se renuevan sobre superficies esféricas y seudoesféricas, tridimensionales en sí mismas, arrasan con lo bidimensional; y son más valederas porque significan los avances de la ciencia y de la técnica.
También la plástica ha dado ese salto.
Gabo y Pevsner, apoyados en ellas sobre superficies regladas, inician el nuevo camino y nos asoman “a una nueva visión plástica del mundo”, Gabo, por la transparencia –sus planos son casi ideales– y Pevsner por la densidad, pero una densidad irradiada. Sin embargo, Gabo y Pevsner, como también los concretos, desdeñan la imagen y se sitúan en la construcción, en el objeto en sí. Exploran en lo espacial, pero dan solamente como la maqueta de las superficies. Por eso sus construcciones son frías. Afirmo la pureza de tales formas, pero les niego comunicación; están frente a mí sin estar conmigo porque carecen de la fluidez que surge del haberse ajustado a las leyes de la visión. El quedarse en la sola composición, en la relación de las proporciones, o en la fuerza expresiva que tiene la línea en sí o la superficie coloreada en sí o el ajuste a leyes geométricas ligadas al mundo del objeto, sería decir solamente la belleza natural.
El arte va más allá. El artista percibe un mundo real inédito y tiene que expresarlo a través de sus formas sensibles, inventar sus medios expresivos. Cala tan hondo en la realidad que solo por la imagen puede surgir la hondura de lo que intuye.
Todo el arte de todas las épocas fue imagen sensible de algo y cuando se trata de arte plástico la imagen visual debe responder a las leyes de la visión. La obra de arte debe hablarle al hombre en su idioma y el idioma plástico se vale de la gramática de los ojos. Son las leyes de la visión las que proporcionan la imagen plástica. La interpretación y la aplicación de esas leyes es asunto de cada artista. Por ellas se da la sensación de una recta mediante una curva, como en el Partenón, o la imagen del triángulo y no el triángulo mismo o la imagen de una línea y no la línea en sí. Esto no es engaño del sentido, es lo real comunicado. Lo otro, quedarse en la obra concreta, puede decir una verdad, pero a la manera de una piedra, una rama o un automóvil.
Tan importantes son las leyes de la visión que ya Cezanne reconocía la necesidad de ordenar sus propias sensaciones.
Poincaré afirma que el orden de la sensación es el que ha engendrado la tercera dimensión y que si la intuición sensible se hubiera ordenado por otro camino quizás ya los hombres pensarían cuatridimensionalmente.
Aquí nace mi urgencia: agregarle a la vida espiritual, que indudablemente tiene el concretismo, la vida sensible que es propia del arte; dar la imagen sensible de lo tridimensional, o dicho de otro modo, hallar en lo tridimensional el equivalente del dibujo tradicional, con lo que intento expresar tan fuerte y precisamente el espacio que pueda sugerir la cuarta dimensión.
Este concepto fue inventado primero por los geómetras que prescindieron del tiempo. Hoy se conjugan las dimensiones geométricas en el tiempo simultáneo, por eso lo define Teilhard de Chardin como “la intersección instantánea de lo real”.
Nótese que la imágenes tridimensionales aquí expuestas apuntan al tiempo simultáneo. Desde cualquier mira se las ve totalmente sin que nada tape la visión real y distinta.
Las ideas de cuarta dimensión surgen de la necesidad cultural que solicita ejercitarse en nuevas formas de pensamiento y sensibilidad.
Se trata de sensibilizar el espacio, pero no el inmediato de aire o de agua que rodea las cosas, sino el otro, cuando quitadas las cosas queda esa diafanidad ininterrumpida, inmaterial, igual a sí misma, abstracta, inasible. En el oteo del misterio del espacio intento encontrar los elementos plásticos expresivos de relaciones espaciales. Más allá de una geometría pura, busco para mi arte una geometría sensible.
Exploro en esos inefables espacios que intuyo a través de Poincaré cuando dijo: “Para hablar de espacio es necesario que lo limitemos, ¿cómo? ¿en una nube o en qué? Para que sea espacio este espacio debe estar rodeado de espacio”.
El mismo que preocupa a Gabo y Pevsner: “Negamos que el contorno sea la forma del espacio. No puede medirse el espacio con volúmenes, como no puede medirse los líquidos con metros. La profundidad materialmente delimitada es la forma del espacio”.
Estas imágenes tridimensionales, confirmando su propia ubicación, su propia profundidad, intentan exaltar el espacio. Exigen el hallazgo del material adecuado para sostener materialmente las líneas sin soporte, sin el equivalente de la tela para el trazo del lápiz.
Como en mis estudios anteriores he llegado a la conclusión de que el espacio visual tiene una estructura cilíndrica, adopto el cilindro de acrílico que me crea un espacio real y un sostén transparente –condición de lo espacial– a los hilos, que distribuidos según las leyes de la visión, acentúan el espacio sensiblemente.
* Presentación para su exposición en la Galería Gradiva, en 1970, incluida en el libro Julián Althabe, de la doble visión a la cuarta dimensión, que acaba de publicarse, con textos de Nelly Perazzo y Elena Oliveras, entre otros y que fue presentado el 31 de agosto en el Museo Nacional de Bellas Artes.