"Asi era él de apasionado e intenso. El último viernes se sacó la remera que traía puesta y la dejó sobre el mostrador y me dijo.. tal vez sea la última vez que nos veamos. Luego fue a la camioneta y trajo una foto de él, una virgen de Luján para que proteja a La Tranca y un nuevo testamento y nos dijo que habia que leer una página al azar, vivir el día y al finalizar la jornada reflexionar. Y como era revelde se fumó un cigarrillo que apagó con su pie descalzo. Luego escuchamos su música durante dos largas horas, lloro en cada tema hasta conmovernos profundamente. Asi era él de apasionado e intenso". Este párrafo acompaña una foto de una remera negra desplegada. Sobre ella descansan el Nuevo Testamento y una estampita de la virgen de Luján acompañados por la colilla de un cigarrillo. Lo que completa la foto es que descansa sobre la tela negra una foto de Ricardo Iorio mirando al horizonte. 

Texto y foto conforman una publicación de las redes sociales de la pulpería La Tranca, un pequeño bolichito que nuclea los fines de semana a los apenas algunos más de 100 habitantes que tiene el pueblo de Cura Malal, en Coronel Suárez. La pulpería solo abre los viernes, a la tardecita, cuando cae el sol. Si cada local o gastronómico ya es un lugar de encuentro, en una zona rural, donde sus habitantes están más dispersos y muchas veces, aislados, aquel encuentro es invaluable. La pulpería La Tranca es un lugar de encuentro, de risa, donde la gente del pueblo puede compartir con la gente de la ciudad, y donde no hay roles establecidos ni jerarquías, tan insoslayables en la vida afuera. 

Quizás por eso haya sido un lugar ideal para que el rockero Ricardo Iorio, recientemente fallecido, decida convertirse en habitué. Cada viernes se arma la peña en La Tranca, y Ricardo nunca faltaba, para acodarse a una mesa y compartir unos tragos con los parroquianos. De las 48 manzanas que conforman el pueblo, no existe alguna donde no haya un habitué de la pulpería que dirige Mercedes Resch, artista, dueña de La Tranca y artífice de los textos aquí citados. 

Oráculo o no, no es casualidad que Iorio haya elegido la pulpería para dejar su rastro. No cualquier espacio es uno contradictorio, donde pueden convivir tradición con modernidad, nacionalismo con presente. Así era Ricardo, así es La Tranca: reinventos que mantienen su cuota de mito.

Mercedes Resch se fue de Cura Malal para estudiar, y volvió con su título de profesora de Bellas Artes y algunos ahorros. En 2001 compró la casona del viejo almacén del pueblo, lo recuperó con esmero y levantó ella misma las paredes que faltaban. En 2009 se abrieron para nunca más cerrarse las puertas de La Tranca, un espacio cultural, taller de danzas folklóricas, cine, biblioteca, sala de arte, hospedaje y, desde 2018, una magnética pulpería de la que habla toda la zona. 

"La noche la arman las personas que vienen", afirmaba Mercedes a un medio local este mismo año. Fiel a sus convicciones y a la energía del lugar, otra de las publicaciones duelando al músico es junto a su amigo Mingo Silvera, una leyenda de la vida gauchesca de Cura Malal. 

"Venían de dos mundos muy diferentes, pero en esa mesa había comunión, algo los igualaba, un hilo invisible los unía. Tal vez sería el coraje que cada uno supo cultivar y entregar a multitudes. Eso se notaba a simple vista, esa mesa era diferente al resto, una energía superior la cubría e iluminaba", afirma Mercedes en la publicación de observadora. 

No exagera, porque Iorio admiraba a su amigo. Esto escribió el cantante en 2017, en su cuenta de Twitter: “Hombre muy groso de Cura Malal y se llama Mingo Silvera. Cuando vino Lanusse le hizo poner el caballo de rodillas. Es un grande y es mi amigo”. 

“El más viejo con sus ropas gauchas y un poncho que al paso de los otros parroquianos era codiciado con la mirada o la palabra. Del otro lado su contrincante, una persona robusta, vestida de negro con la cabeza casi rapada y una cresta que rajaba como una línea de pelos puntiagudos hasta llegar a la frente. Su voz ronca era inconfundible. Cada tanto aparecía por el pueblo a buscar las bendiciones del viejo”, afirma Mercedes, que afirma en su texto que todos sabían que el jinete tenía poderes sanadores. A él recurrían por los motivos más diversos, la cura del empacho, la insolación y hasta el mal de amores, si es que eso fuera posible. 

“Pidieron unas empanadas recién horneadas y otro trago que consumieron de un saque. La charla continuó hasta muy tarde y bebieron como cosacos. De toda la conversación que logré escuchar quedó una frase que desde ese día repito como un mantra: ‘uno se mata para vivir’”, termina afirmando Mercedes, otorgando aún más poesía a un relato que no lo necesitaba, pero qué bien que le hace. 

Quizás lo buscó buscando sus manos sanadoras, sabiendo lo que se venía. O quizás, solo quizás, sabiendo lo que se venía, buscaba el poder sanador que existe en compartir un vaso de ginebra con un viejo amigo en una pulpería de una zona rural.